5.- EL HERMANO DE MI AMIGO

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Mauricio había pasado la tarde en casa de Fernando asimilando aquella confusión que tenía sobre su sexualidad, si era alguna confusión. No obstante, pensó en Damián en todo momento, viéndose en un futuro con él bajo el mismo techo, notando atentamente lo complicado que sería vivir juntos como una... ¿pareja?

Más en ningún momento había estado pensando en su novia Melanie, algo que le trajo más que una delicada y conflictiva desesperación.

Por otro lado Mauricio cargaba con la discusión que este y sus padres tuvieron horas atrás, algo que le dejó un dolor inmenso; aquello estaba carcomiéndole de una forma inevitable, con tanto aumento.

Y como sabía que sus padres, quienes eran religiosos, jamás apoyarían lo que era: un homosexual, iba a guardarse aquellos sentimientos indebidos para siempre; aunque llegara a casarse y tuviera hijos hallaría la manera de satisfacerse a escondidas con hombres. Así inventara una mentira, obtendría lo que anhelaba demasiado.

Mientras pasaron las horas Mauricio no mencionó nada para evitarse un comentario que pudiera molestarle, incluso se negó rápidamente a beber un trago amargo o un refresco helado. Se mantuvo serio, pensando todavía en aquellas cosas que jamás sucederían.

Por fortuna Damián no estaba ahí, algo que tranquilizaba a Mauricio demasiado, porque así podría no pensar en cosas que pudieran confundirle más, o peor todavía, hacer cosas no tan correctas.

La puerta se abrió y a Mauricio se le abrillantaron los ojos demasiado. Vio a Damián entrar a la casa con la vista muy entristecida, algo que no supo cómo remediar debido aquellas ofensas que le dijo cuando estaban en la calle justo antes de encontrarse.

––Oye ––Mauricio se levantó de golpe, pero no dijo más tratándose de lo que causó. Le apenaba hablar con Damián, y Fernando estaba allí, motivo que no le dejaría conversar como esperaba.

Damián le miró con pena, meciendo la cabeza debido a la situación.

––Necesito descansar ––Damián fue cortante––. No quiero ser grosero, pero lo conveniente es que hablemos en otra ocasión. Además...

––Si gustan pueden quedarse y hablar lo que quieran ––les aconsejó Fernando, incómodo––. Yo necesito comprar algunas cosillas en el centro comercial. Por mí no se reocupen, pueden conversar y arreglar lo ocurrido, que después de todo requieren platicar.

Damián asintió no del todo convencido, pues Mauricio no le simpatizaba.

Mauricio no parecía tampoco convincente, por lo que solo escuchó:

––De acuerdo ––murmulló Damián a Fernando, molesto y apenado.

––Bien, ya vuelvo entonces ––dijo Fernando mientras se esfumaba.

Mauricio y Damián se quedaron solos, enmudecidos. No se comprometieron a hablar durante muchos momentos; no sabían cómo encarar una plática después de que el primero fue tan inmaduro.

––Ponte cómodo ––le dijo Damián minutos más tarde, tras calmarse.

––¿Cómo dices? ––preguntó Mauricio demasiado nervioso y pensando en cosas que no debía; por ejemplo: cosas tontas e indebidas.

Damián arqueó la ceja; intentó no reírse de lo estúpido del comentario.

––Me refiero a que tomes asiento ––le dijo cortándole un pensamiento sexual, porque se notó a simple vista––. Siéntate, Mauricio.

Entre sábanas blancas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora