7.- UNA MANO QUE TE APOYA, LA OTRA SE HA IDO

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Jorge no había podido dormir durante toda la noche, porque la noticia sobre la muerte de su madre le pegó muy duro, que necesitaba correr de tener las fuerzas necesarias para hacerlo. Se hallaba consciente de que la enfermedad de su madre le traería muerte, pero no pensó que fuera tan pronto, menos ahora que se casaría con Marcos como habían dicho apenas hacía unas pocas horas.

No estaba listo para despedirla, para sepultarla en caso de que tuviera la fuerza suficiente para hacerlo. No obstante necesitaba descansar aunque fuera por varias horas, porque tenía la cara demacrada y estaba ido, perdido en sus pensamientos. Quería desquitarse con la vida, con Dios y con quien fuera para así desahogarse.

Pero no podía hacerlo, porque algo le estaba aprisionando: depresión. Y estaba claro que tenía eso, pues no comía, no conversaba ni dormía; solo lloraba, se desgarraba por dentro, mientras Marcos se aferraba a darle de alimento, sustento y consolación.

Esa mañana, cuando esperaban noticias por parte del médico forense, Marcos le preparó un caldo de res a Jorge pero este respondió con violencia, arrojándole el plato con caldo en la alfombra.

Eso a Marcos le dolía mucho, pero comprendía que aquella circunstancia en la que estaban requería de la mayor de las paciencias.

Pasaron varios días luego de aquel acontecimiento. Las cosas siguieron igual, o incluso mucho peor que antes, porque había enérgicos gritos y golpes violentos por parte de Jorge quien se desquitaba. Durante esos días luctuosos tras haber sepultado a Marlene, a Marcos no le quedaba de otra más que permanecer estable, decidido a consolar a Jorge de la manera que le fuera posible.

––Jorge... ––susurró Marcos sin muchos ánimos ni respuesta alguna.

Jorge yacía ido, con los ojos fríos, reflejando en ambos un grisáceo atardecer. El ambiente volvió helado y el panorama estremecedor, y tanto Marcos como Jorge se envolvieron de inmediato en una situación hostil, abrumadora y ennegrecida. Ninguno se dijo nada en esos momentos, momentos largos, desesperantes que intrigaron mucho a Marcos. Él necesitaba... requería hacer reaccionar a Jorge de alguna u otra forma; el despertarle y devolverle a la realidad era importante para su bienestar.

––Amor... ––habló de nuevo, esta vez tocando el hombro de Jorge.

Jorge meció la cabeza, tratando de decirle que le dejara en soledad.

Marcos no aceptó su petición y se balanceó hasta Jorge para hacerlo reaccionar, luego le estrujó fuertemente de los brazos. Aunque lo único que consiguió fue que Jorge le zarandeara violentamente a la pared. No obstante, Marcos era robusto, demasiado fuerte como para detenerlo, y se contuvo para no lastimarlo más de lo estaba. Jorge estaba cansado y deprimido emocionalmente, y la única manera de entenderlo era teniendo paciencia.

––¡Por favor, Jorge! ––dijo a gritos––. ¡Por favor! ––Marcos prosiguió––. Por favor... ––esta vez a susurros––. Me duele tu estado...

Jorge, mirándole fríamente, con mucho odio, dejó de forcejear, bajó los brazos y miró los ojos humedecidos de Marcos en ese momento.

––Jorge... ––murmuró––. Te amo, amor, demasiado. Me duele verte así. Por favor responde mis palabras. Necesito escucharte hablar.

Jorge se levantó de la cama, pues estaba sentado, cuando se comprometió a empujar a Marcos con la finalidad de sacarlo de inmediato.

––¡Vete! ¡Déjame! ––le gritó con tanto odio––. ¡Lárgate ya! ¡Lárgate!

––Pero...

Entre sábanas blancas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora