12.- EL TIEMPO JAMÁS OLVIDA

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Mauricio se hallaba cambiando de ropa en su cuarto, estaba alistándose sabiendo que esa noche era su noche de bodas; permanecería junto a Melanie y todo debía salir tal como lo proclamaron sus respectivos padres. Como era una tradición, necesitaban obedecerles. Además era urgente que se casaran sabiendo que su bebé nacería en algunos meses, sin hallarse vinculados estarían fallándole a Dios y estarían viviendo en un pecado.

No obstante, las cosas se planearon con tiempo, bajo muchas indicaciones que tanto el padre de Mauricio como el suegro se comprometieron a cumplir como padrinos y compadres. Fue un estrés al principio de la planeación, aunque aun así Melanie se mostró emocionada, contenta porque se casaría con quien más amaba.

Así pues Mauricio se miró fijamente al espejó y recordó un momento que le trajo mucha intriga, como un sentimiento casi inevitable.

Paseó por toda la habitación de un lado a otro en lo que le llamaban a la puerta, señal entonces de que podía salir para la iniciación de su matrimonio. Aun así por el momento apreció la sortija de compromiso que se encontraba fija en su dedo índice mientras observó que en su teléfono celular había llegado un mensaje. Como el aparato se hallaba cerca, sobre una mesita, lo contempló:

––Sé que vas a casarte ––Mauricio leyó en voz baja aquel mensajillo de texto que le mandó Damián––. Ha pasado mucho tiempo, apenas hoy, después de dos larguísimos años, decidí mensajearte. Les felicito a ti y a Melanie por su boa. Que sean demasiado felices los tres: porque sé que próximamente tendrán bebé. Discúlpame por mandarte este mensaje, yo no quise, pero Fernando insistió que lo hiciera. Espero sean felices ––concluyó cuando le llamaron a la puerta y sus pensamientos se alejaron enseguida.

Abrieron la puerta y Mauricio se giró para ver quién le estaba llamando.

––¿Ya, Mauricio? La novia te espera ––dijo un hombre muy guapillo y de cabellos rubios; no era alto, pero sí robusto, tan elegante.

––Enseguida voy, cuñado ––le dijo girándose y viéndose al espejo––. Quiero acomodarme este moño ––se ajustó aquel con rapidez.

––¿Sabes algo? ––le dijo el individuo cerrando la puerta y acercándose a Mauricio––. No me parece que tú y mi hermana realmente vayan a casarte por amor. Detestaría la idea si sinceramente fuera así ––le acarició suavemente el pecho tras aproximarse lo suficiente––. Soy quien debería estar casándome contigo ahora mismo, quien debe aprovechar la luna de miel. Realmente adoro, amo cómo me follas durísimo estando entre sábanas...

Mauricio se hizo a un lado no sin antes apretujar la mano del individuo.

––Basta... ––murmuró temeroso––. Nos van a ver y escuchar. Déjate de mariconadas. Te advertí que jamás mencionaras tales temas. Lo que ocurrió las otras veces fueron errores. No soy maricón... ––miró hacia la puerta con el temor de que alguien abriera.

––¿Error cuando estas manos te excitan? ––y así fue, el joven rubio acarició el pantalón abultado de Mauricio quien estaba excitándose.

––Sí, fue un error ––habló molesto y en voz baja––. Te lo dije antes y te lo diré ahora: no soy como tú ––le quitó la mano del abultado miembro palpitante––. Si sigues abriendo la boca, te callaré...

––Pero si tú fuiste quien accedió que ambos nos penetráramos aquella noche cuando acampamos en el campo. Ambos fuimos activos...

––Ese día no pasó nada. Nos dejamos llevar y solo eso. Pero jamás...

––Por supuesto ––mencionó sarcásticamente––. No pasó nada. Realmente no hubo ni una gota de leche derramada en nuestros torsos desnudos, mucho menos caricias. Jamás se encontraron nuestros penes palpitando sobre nuestros vientres y jamás nos hicimos todas aquellas posiciones sexuales ––se rió al saber lo contrario.

Entre sábanas blancas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora