Capítulo 38

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— Y...Katia Jakov, ¿estamos todos? —preguntó mi padre con una lista en la mano.

Los últimos diez minutos habían sido catastróficos, toda la gente corriendo, llorando o temblando de terror. Había quienes se habían quedado mudos y otros simplemente no sabían que hacer. Había una guarida resguardada que no conocía nadie excepto Eric, aún más abajo que las celdas y todos nos habíamos desplazado hasta allí. Afortunadamente nadie más había salido herido, por el momento.

Mientras mi padre chequeaba la lista observé una escena desoladora. Había una chica, alta, fuerte y miembro del grupo Omega, el de los militares. Su prometido era miembro del pelotón que había entrado en la celda X, el que le había tendido la mano a Irina. Mi tío Mike la consolaba mientras ella pedía verle después de todo aquello, pero él le aconsejaba que no debería hacerlo. No pude hacer otra cosa que cerrar los ojos cuando recordaba aquella escena, no pude más que pensar en que parte de esa bestia estaría escondida mi prima. Decidí sentarme junto a Eike y recordé por un segundo que también era mi primo y que lo protegería con mi vida si fuera necesario, ya era mi familia antes de saber que lo era.

— Eike —lo llamé. Pero él se cogía la cabeza con las manos con el rostro desencajado. Él dijo algo en un murmullo que no entendí. Lo había visto hacerlo desde que llegamos ahí— Eike, ¿Qué te pasa?

— La dejé marchar...—dijo— esa gente está muerta por mi culpa.

— Eike, no seas idiota —pero no dijo nada más. Miré a Leonard que nos miraba desde otra esquina de la guarida. Seguí mirando por la estancia observando las caras hasta que algo me hizo sobresaltarme y causarme un pinchazo en el pecho. Sonia no estaba. Me levanté de un salto y empecé a buscar entre las caras pero no me había equivocado. Corrí hacia la puerta donde estaba mi padre.

— Papá, ¿Dónde está Sonia? —pregunté. Él me devolvió una mirada preocupada.

— Un pelotón se ha encargado de distraer al erizo para que pudiéramos entrar. Sonia se ha marchado con ellos no he podido evitarlo.

— ¡¿Qué?! —exclamé— ¡Aparta de la puerta!

— ¡Byan no! —dijo mi madre.

— Hijo estás herido, no puedes ir —dijo él.

— ¡He dicho que te apartes! —espeté con un tono alterado. Él se apartó pese a la mirada de incredulidad de mi madre.

Entonces abrí el portón y salí de allí. Tenía que llegar arriba lo más rápido posible y pesé a que estaba debilitado intenté teletransportarme. No obstante no pude hacerlo, no tenía fuerzas, por lo que golpeé la pared con el puño haciéndome heridas. Decidí pues, correr con toda mi alma, ignorando el dolor, ignorando el peligro al que me enfrentaba. Por ella, porque la quería desde la primera vez que la vi, porque había sido un estúpido y porque solo de pensar que la perdía el corazón se me hacía añicos.

Corrí y corrí como nunca lo había hecho sintiendo como la adrenalina y el miedo se disipaba por mi cuerpo dejando mis sentidos desarrollarse al máximo. La sangre me bombeaba por todo el cuerpo haciendo que mis latidos bombearan tan fuerte que me costaba hasta respirar. Era como si quisiera salirse del pecho.

Ni si quiera esperé al ascensor simplemente saltaba los escalones de tres en tres y aun así la escalera parecía interminable, y las paredes se me venían encima agobiándome, asfixiándome. Llegué al hall con respiraciones entrecortadas y sujetándome la cabeza para concentrarme. No oía nada. Y por contraproducente que pareciera no era nada tranquilizador. Prefería oír gritos, con los gritos hay aún esperanza. El silencio solo significaba una cosa.

BYAN © (Ayla#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora