Eres lo que más amo

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Cuando era niño yo era el favorito de papá, tal vez aún lo sigo siendo. Podía tener todo lo que quisiera simplemente porque yo era su único hijo varón. Claro que a mis hermanas también las consentía por ser sus princesas, pero es muy diferente.

En mi infancia yo me creía todo lo que mi padre decía. Para mí era el mejor y por ello debía tener razón. Aludía nuestra fuerza de hombre para poder defender a nuestras mujeres. Aun cuando fuera el más joven yo debía cuidarlas, no al revés. Tenía privilegios como no tener que cocinar o poner la mesa. Mi mamá y mis hermanas se encargaban de la casa y yo salía con papá para aprender de su ejemplo cuando trabajaba.

A esa edad un niño aprende de lo que ve y juzga lo que está bien y lo que no según como se lo enseñen. Toda mi infancia crecí aprendiendo de papá sin detenerme a pensar si todo lo que decía era correcto. Fue con exactitud la vez que encontré a papá muy cariñoso con su secretaria cuando entendí que no debía tener siempre la razón. Él dijo que era para demostrar lo hombre que es y sin importar que yo fuera muy joven en ese tiempo, entendía que eso no haría más que romperle el corazón a mi madre. Ella, tan dulce e ingenua.

Siempre, cuando teníamos conversaciones sobre la homosexualidad, mis padres hacían bromas de eso y algunas veces se les escapaban frases como "están enfermos". No era un tema muy normal, salía al comentar noticias, sucesos o chismes de mi madre. Eran tan comunes las bromas que nos hacían reír a todos. Solamente cuando habían más personas, mamá le decía a papá que fuera más respetuoso. Solo en ese momento.

Pasó cuando iba en la preparatoria. Yo tenía un grupo de amigos con quienes me juntaba todos los días. Éramos agradables para el resto de los compañeros porque no nos metíamos con nadie. Yo conocía a gran parte de las personas de la institución pero un día me fije en alguien que iba un año arriba de mí. Se juntaba con uno de mis amigos. Ahora mismo no recuerdo mucho de él, sólo que era más callado que yo y su color de piel se me asimilaba al papel.

No es que yo fuera un antisocial; como dije, le hablaba a muchas personas o al menos las conocía. La diferencia era que yo no me llevaba bien con todos porque me impacientaba y tener una conversación interesante con alguien era muy difícil.

De pequeño me molestaban, tanto que llegaba a casa llorando y mi padre me golpeaba por no defenderme. Entonces lloraba más y me dolía no ser tan fuerte como decía papá. Pero después fui aprendiendo a defenderme solo, a ignorar y a ser aceptado por otras personas. Los bravucones no tardaron en olvidarse de mí cuando me hice más serio y parecía frío. Ya no fui de su interés.

Volviendo a aquel chico; yo sentía una extraña atracción por él pues era muy diferente al resto. Con él podía hablar de un montón de cosas sin que hubiera silencios incómodos. Ni uno hubo, de eso me acuerdo bien. Tal vez fue la sorpresa de alguien como él la cual hizo que me gustara. Me gustaba pero yo no podía aceptarlo. Cada vez que lo intentaba, las crueles palabras de mi padre hacia los gays retumbaban en mis oídos.

Menos mal tú no eres un marica.

Fue cuando conseguí acostarme con ese chico, del cual ya no recuerdo nada, en una fiesta que nadie creyó iría, que me di cuenta que estaba perdido. Nunca había sentido tantas cosas, entre ellas el placer. Ni siquiera cuando me acosté con mi ex novia. Esa vez fue horrible, muy apenas logré excitarme y ninguno de los dos pudo terminar. Fue incómodo y una de las cosas por las que rompimos. Pero con él fue tan distinto que aún en estos años no me arrepiento.

Y estaba tan claro que me aterraba: era gay.

No llegué a nada con él, tan solo tuvimos sexo un par de veces y luego cambió de escuela. No volví a verlo. Y ahora ni siquiera aparece en mi cabeza. Mis padres nunca lo supieron y ambos hicimos todo para que nadie en la escuela lo supiera tampoco. Yo nunca supe el por qué él no quería alguien se enterara, pero a mí me daba tanto miedo de ser acosado de nuevo que el silencio no me venía mal.

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