Ilusión

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En ese instante en el que le había besado, Yuu había flaqueado en todos los sentidos. Se dejó llevar por el romanticismo del momento sin haber tenido un mínimo espacio de ponerse a pensar. Había sido como si le hubiera dado total acceso de nuevo a él.

Pero después de que se fuera, quedando solo en el departamento mientras pensaba en lo ocurrido, se enteró de que no podía comportarse como un adolescente. Se había dejado llevar en ese instante y no iba a volver a pasar. Después de todo, ya no conocía por completo al castaño. Tampoco entendía el porqué de su apresurada confesión.

Si estaba ahora mismo en Tokio era porque en Argentina se había asegurado que le tenía superado por completo. Iba a relajarse recordando su juventud y buscando a sus amigos. En ningún momento Kouyou estaba en sus planes.

Tenía el modo de comunicarse con él. De hecho, tenía muchos. Sin embargo, en los días que le siguieron, él en ningún momento le buscó. Y claro que Takashima lo hizo. No recordaba hace cuánto ignoraba tantos mensajes y llamadas. O cuándo le había dicho a alguien que dijera que no se encontraba, Franco ya debía estar hasta los cojones.

Ese día de nuevo se había quedado solo por la tarde. Estaba más que consciente de las asombrosas habilidades de Franco para hacer amigos, pero no creía que también en Japón. Al menos esperaba que el castaño no apareciera tocando su puerta.

Como si los dioses le odiaran, escuchó el timbre de su apartamento. Casi le da un ataque ante eso; la película de terror que veía debió enfurecerse bastante. Lo primero que pensó fue en ignorarlo por completo. Bajó el volumen del televisor y se quedó quieto en el sofá, en silencio. No contaba con que su móvil empezaría a sonar al volumen alto que lo tenía. Con prisa intentó callarlo un poco al ponerle un cojín encima. Pronto dejó de sonar.

Suspiró con alivio, pero a los pocos segundos volvió el agudo sonido del timbre seguido de la voz de quien tanto temía que fuera: Sé que estás ahí. Además de un par de golpes a la madera. Quería tener la forma de escapar, pero no era tan idiota como para tirarse por la ventana en un noveno piso.

— ¡Ya! No eres un niño, Shiroyama.

Se regañó ante su cobarde comportamiento. Se levantó del sofá y fue directo a la puerta para abrirla. Del otro lado Kouyou le veía expectante, con el ceño fruncido y una mueca en esos labios que poseía.

— ¿Por qué me has estado evitando tanto tiempo? ¡Hasta fingir que no estás! —Se le veía molesto, y eso fue suficiente para que una sonrisa irónica se posara en sus propios labios.

—Porque no quería verte. ¿No es lógico?

Kouyou demostró su necesidad de querer entrar a la residencia del mayor, lo cual fue evitado por el mismo.

—Kouyou, lo del otro día fue muy repentino. Me dejé llevar y no hice las cosas pensando.

—Me quieres. Lo dijiste y no puedes decir que es mentira —alegó, terminando por apartarse un poco de la puerta y del moreno.

—Ni lo hago —Hizo una pausa, en la cual tragó. No era una fácil confesión—. Pero yo no estoy nada dispuesto a volver contigo.

Se sintió más tranquilo cuando Kouyou pareció entenderle. Pero se fue con la condición de que dejara de ignorarle. Se lo prometió y volvió a quedarse solo. Había sido... extraño, aunque muy conveniente.

La convivencia entonces se hubo vuelto más amena. Kouyou le visitaba con frecuencia o le invitaba a salir. No se negó pues creía que hasta podrían terminar siendo amigos. Aunque sabía lo poco probable que era que eso fuera lo que el menor quería.

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