Desenredados [ViktUuri] |Terminada|

IX: Apoyo

—Vitya, he vuelto —anunció Yakov una vez dentro de la torre.

Desde que estaban los ladrones ahí habían empezado a usar las escaleras secretas, aunque cansaban muchísimo sus viejas rodillas. Pero lo hacía para no molestar a su hijo que, fácilmente podía notar, estaba enamorado.

—¡Bienvenido, Yakov! —chilló y se lanzó sobre él para abrazarlo.

Él se dejó apretar por los brazos de su hijo y le sonrió. No le molestaba que fuese tan cariñoso, después de todo, él mismo lo había criado así. Sabía que era un muchacho gentil y lleno de bondad, de modo que cuando tomara el trono, sería un rey justo.

—Entonces, ¿a dónde fuiste? —preguntó Viktor, curioso.

—Fui a ver a tu madre —respondió mientras se acercaba a sentarse en el sillón—. Le pedí que nos ayudara con esto.

—¿Mi madre?

—¿Usted habla de la reina? —participó sorprendido Yuuri.

—Sí, Lilia dijo que nos ayudaría con todo lo que necesitáramos —admitió una vez sentado—. Yo estimo que podríamos tardar un mes para preparar todo y lograr lo que queremos.

—Supongo que un mes es tiempo suficiente para que Viktor aprenda a luchar —musitó Otabek, que venía saliendo de la cocina y llamó la atención de todos—. Podemos seguir hablando mientras cenamos.

Yuuri se rió, ya que a pesar de su cara seria y su expresión de pocos amigos, él era muy amable. Incluso a Viktor se le hizo cómico, mas simplemente le siguió de vuelta a la cocina porque tenía hambre después de estar entrenando toda la tarde.

—Tú y yo no hemos hablado aún, Yuuri Katsuki —mencionó Yakov mientras se paraba y estiraba; viendo que solo quedaban ellos en la habitación, aprovechó.

—¿De qué quiere hablar, señor Yakov?

—No creas que no sé quién eres —dijo—. Tú y tu amigo son ladrones famosos, pero por alguna razón Vitya confía en ti, así que te pediré que no lo lastimes.

Yuuri se quedó en silencio un instante. Era una sensación extraña la que había en su pecho, ya que podía ver la preocupación en los ojos de un padre y se le hacía sencillamente ajeno a todo lo que había vivido. Otabek había sido toda la familia que alguna vez tuvo.

—No pienso herirlo —aseguró—. Solo vine aquí para esconderme de la guardia real por haber robado la corona, pero eso no importa ahora —dijo, observando que el mentado objeto estaba sobre una cómoda, cosa a la que no le había prestado atención sino hasta ahora—. Todo ha cambiado.

—Creeré en tus palabras, pero si te atreves a traicionarlo —iba diciendo mientras caminaba a la cocina, y al pasar a su lado, le sujetó del cuello—. Yo mismo te cortaré la cabeza.