Intento 6

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 "A ver, déjame confirmar si entiendo bien lo que me dices, Isabel. Quieres tomar cuatro semanas de vacaciones, con la posibilidad que se convierta en un año sabático, a partir de... ¡¿MAÑANA?!"

"Sé que estoy dando mi pedido con poca anticipación, pero..."

"¿Poca anticipación? Poca anticipación es una o dos semanas, esto es simplemente ridículo, ¡es una falta de respeto! Sobre todo después de la renuncia intempestiva del Prof. Tochigi la semana pasada. Tú sabes mejor que nadie que vamos a tener que contratar por lo menos a dos para hacer su trabajo. Y ahora, de la nada, ¿me vienes con que necesitas a gritos un tiempo personal? ¿Qué cuentos son esos? ¿Es que de pronto todos se han vuelto locos? ¡¿Quizás uno de esos virus que investigan les ha afectado el cerebro?!"

"Comprendo que es solicitar demasiado, Raymundo, solo me atrevo a pedirte este favor por la amistad que tenemos y..."

"Ya, ya, Isabel, si no soy idiota tampoco. Tochigi se marchó, no sé qué se le dio; de un momento a otro salió por unos días con una excusa que, la verdad, no sé cuan real haya sido. Después, cuando regresó, no estaba concentrado en su trabajo, parecía como en la Luna, pero nunca se me ocurrió que él se fuera y que tú te quedaras. Debí haberme imaginado que te irías también pronto."

"Raymundo, no tienes por qué preocuparte. En mi caso, yo voy a volver, no estoy renunciando. Además, Dembe se encuentra al tanto de todo, ha sido mi asistente por casi dos años, estoy segura que es capaz de continuar con el proyecto."

"Si no dudo de la eficiencia de Dembe, pero él todavía carece de tu experiencia. En fin, creo que perdería mi tiempo tratando de convencerte, así que prefiero darte el permiso y no obligarte a renunciar. Ya veré cómo explico esto al Comité Directivo."

"¡Muchísimas gracias, Raymundo! ¡Eres un gran amigo!"

"Ya, ya, ya sé. La cosa es que, al final, el que se queda con la papa caliente soy yo. Suerte en lo que te estés metiendo, Isabel. Y por favor, no pierdas la cabeza y regresa apenas hayas resuelto lo que tengas que hacer."

La investigadora quería agregar un gracias de nuevo, sin embargo, no tuvo la oportunidad porque su interlocutor había terminado la comunicación. Un punto menos que llevar a cabo en su lista, ahora le quedaban dos horas antes de salir al aeropuerto a tomar el vuelo para San Eustaquio. Raymundo do Santos la conocía bien, si él se hubiera negado, ella le hubiera mandado la carta de renuncia que había escrito esa mañana.

 Aún le quedaba hablar con su mamá y contarle que se iba de viaje a San Eustaquio con Esteban. No era una mentira total, en cierta forma Isabel esperaba encontrarlo cerca de ese lugar o siquiera ubicar a alguien que lo hubiera visto. Eso la dirigió al otro ítem de su lista de quehaceres: llevar una fotografía de Esteban. Fue a su cuarto, transfirió la imagen a su librel y la editó, borrándose a sí misma a fin que solo se viera él. Era una bastante reciente, de hacía dos años, durante su visita al lago Honkiwa. Al varón se le ocurrió poner la cámara en automático con la idea de tener una foto de los dos juntos. Era perfecta para usarla en su búsqueda porque él salía tal cual: ojos almendrados rasgados, nariz recta, pelo negro cortado sin mucho esmero (ya que tenía la costumbre de hacerlo él mismo), delgado y más alto que el promedio. Lo que no captaba la imagen era el brillo pícaro de su mirada y los anteojos que utilizaba cuando se cansaba de sus lentes de contacto.  

El padre de Esteban era originario del Extremo Oriente, mientras que su madre era latina. Fue por dicha razón que decidieron ponerle un nombre que mostrase una de sus raíces, puesto que su aspecto físico mostraba la otra. Ellos habían muerto en un trágico accidente de auto hacía unos siete años. Poco después, su hijo se hizo famoso al descubrir la cura del SIDA. Isabel sabía que el científico siempre sufrió el no haber podido compartir con sus padres los diferentes honores y premios en medicina que le fueron otorgados.

Última tarea de su lista: conectarse con su gran amiga.

"Hola, Dolma, necesito que me hagas un favor inmenso."

"Hola, Isabelucha, ¿qué pasa?"

"Nada para preocuparse, he decidido partir por un mes o de repente más, todo depende. Y quisiera que alguien chequee el departamento de vez en cuando."

"Déjame adivinar, sales corriendo detrás de Esteban, ¿verdad? ¿Tengo alguna posibilidad de convencerte de quedarte y olvidarte del asunto?"

"No," contestó con firmeza la otra.

"Entonces, aunque sea te ayudo. No hay ningún problema. Mándame las llaves como de costumbre. ¿Cuándo partes?"

"En unos diez minutos debe pasar el taxi que me va a llevar al aeropuerto. Y ya te mandé las llaves. ¡Ah! Por si acaso, mi mamá piensa que me voy de vacaciones con Esteban a San Eustaquio, no hay motivo de alarmarla."

"No te preocupes, yo no le chismosearé. Oye, tan segura estabas que te iba a decir que sí, ¡¿que me llamas diez minutos antes de salir para el Aeropuerto?!"

"Yo sé que siempre puedo contar contigo, Dolma, muchísimas gracias."

"Bueno, al menos cómprame chocolates por allá, se supone son de lo mejorcito que hay."

"¡Te compro una tonelada! Gracias otra vez."

"Cuídate, Isabel, y no te metas en alguna locura, no sé qué me da que te vayas sola."

"No hay problema, tú bien sabes que yo me cuido. Ya te dejo, me parece que el taxi está llegando. ¡Chau!"

"Buena suerte, y me cuentas cómo te va apenas puedas, ¿sí?"

Pero ya su amiga había colgado y Dolma dudaba mucho que hubiese escuchado su último comentario. Sin embargo, alguien sí lo había hecho, alguien que ninguna de las dos conocían, una persona que se hallaba al tanto de la mayoría de los detalles de la vida de Isabel durante las últimas dos semanas.

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