Intento 9

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El dormitorio de Samir lucía en perfecto arreglo como siempre, no porque su madre se esmerara a morir en la pulcritud de la casa, sino porque su dueño era una persona en extremo organizada. Le daba un fastidio terrible ver cosas fuera de su sitio, era más fuerte que él, desde que tenía uso de memoria  le era imprescindible mantener la habitación ordenada. Su mamá le contó, que apenas aprendió a caminar y bajarse solo de la cama, sus padres comenzaron a escuchar ruidos como de cortos pasos poco después que lo acostaban. La bulla no duraba mucho, pero ellos sentían curiosidad de saber qué era lo que ocurría, así que, un buen día, apenas se inició el concierto de pasitos, ambos fueron a espiar lo que su hijo hacía. Resultó que él estaba acomodando todo lo que no se encontraba bien guardado. Una vez que la faena de limpieza fue realizada, el pequeño, con una gran sonrisa de satisfacción, regresó a su lecho, cerró sus ojos y al instante, como por arte de magia, cayó en el profundo sueño que solo los niños de esa edad suelen tener. Sus padres decidieron que si el aseo de su propio cuarto lo hacía dormir feliz, pues bienvenido sea, y lo dejaron tranquilo con su rutina. Rutina que se convirtió en un hábito de por vida porque, hasta el día de hoy, el estudiante del Einstein no podía atrapar el sueño si no se hallaba dentro de una pieza impecable como la de esta noche. Lo único que estaba fuera de lugar era su maleta cerca de la entrada, ya preparada para que lo acompañe en su jornada rumbo a San Eutasquio.

"Buenas noches, Samir," saludó su madre, asomando la cabeza por la puerta. "No te quedes despierto hasta tarde, por favor, que mañana debemos partir temprano al aeropuerto. ¡Ah! ¿Y tienes la carta de aceptación del chef en jefe del NatuArenas? No vaya a ser que te la pidan."

"Si, mamá, tengo todos los papeles y más, no te preocupes."

"Ya, bueno. Que descanses bien," pronunció ella mientras le mandaba un beso volado con la punta de sus dedos.

El chico estaba listo para pegar pestaña, se metió a su cama, apagó la luz, pero no quedó privado de inmediato como solía hacer. Volvió a recopilar en la mente los documentos que necesitaba; los tenía bien catalogados en el librel de su maleta y dentro de aquel de formato personal guardado en su mochila de viaje, ambos incluían la carta aludida.

Había sido afortunado en ser aceptado para la posición de ayudante de cocina porque lo más complicado que Samir había preparado en su vida era hacer su cereal con leche en las mañanas o tostadas de pan. No era que él fuese un niñito engreído, su mamá siempre tuvo la política de:

"Si vives en esta casa y usas las cosas de esta casa, entonces debes colaborar con la casa. ¿Dónde está escrito, que porque yo soy la mamá, tengo la obligación de ser quien limpie y cocine? Acá todos ayudamos con el mantenimiento del hogar y tú estás incluido en eso también."

Entonces, debido a su predisposición de  ordenar, la tarea que se le asignó fue aquello relacionado con el aseo. Esto significó que, para la aplicación de empleo en el NatuArenas, no tenía nada que decir sobre su experiencia culinaria. Sin embargo, trató de ser elocuente en lo referido a su gran deseo de aprender y disposición de poner un gran esfuerzo en cada tarea. Por otro lado, seguro ayudó mucho el hecho que tuviera que nombrar la escuela que frecuentaba porque, cuando recibió la respuesta de que lo llamarían por teléfono con el objetivo de acordar fecha y hora para una conferencia video-telefónica, le llegó adjunta una carta del administrador del hotel, la cual afirmaba que era un honor para el NatuArenas el tener la oportunidad de emplear a alguien proveniente del Albert Einstein. Esa correspondencia en particular no le hizo ninguna gracia: Ya comenzamos de nuevo, pensó. Justo aplico a este trabajo para alejarme de la maldición del Einstein y ya el administrador está haciendo escándalo. ¡A lo mejor me lo dan solo porque soy un estudiante de allí!

La entrevista fue conducida por el chef en jefe y el mencionado administrador. El primero parecía un tanto malhumorado de tener que considerar a un candidato que no supiera la diferencia entre margarina y mantequilla. Mientras que el segundo se desvivía en mencionar las ventajas de conseguir un oficio de verano en el hotel, como tratando de convencerlo de aceptar el puesto apenas se lo ofrecieran. Fue así que, al día siguiente, Samir llamó por teléfono al chef en jefe con el propósito hablar en claro con él. Le confesó que en realidad no sabía nada de cocina pero que este empleo le significaba una oportunidad de oro para aprender. Asimismo le contó acerca de su necesidad personal de vivir como un adolescente normal, y le aseguró que no lo defraudaría porque se hallaba dispuesto a laborar con mucho empeño. La actitud del chef cambió por completo apenas se dio cuenta, que no se trataba de un joven que tan solo quería pasar un buen rato o que se sintiera superior al resto. Y lo que terminó por convencerlo de la sinceridad del muchacho fue su pedido de por favor no mencionar a nadie del hotel que él venía del Einstein y que, si alguien preguntaba, dijeran que frecuentaba Ferresmira, la escuela pública de su ciudad.

Al día siguiente, Samir recibió una llamada del administrador para informarle que había obtenido la plaza; que lo esperaban con los brazos abiertos; que no entendía por qué no quería hacer público que era un estudiante del Einstein, no obstante, si eso era lo que se requería para tenerlo en el NatuArenas, él le daba su palabra de caballero que nadie lo sabría

¡Y mañana ya parto para allá! pensó emocionado en tanto que se levantaba a fin de agarrar la maleta y ponerla adentro de su ropero, donde debía de estar. Regresó de nuevo a la cama y en un tris cayó dormido de manera profunda.


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