Intento 51

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Los asientos de primera clase en el avión eran de lo más cómodos y la cena que acababan de terminar había sido excelente. Si no hubiera sido por la cháchara interminable de Belinda Alegre, cuya voz no dejaba de resonar en sus oídos, Raymundo do Santos estaría pasando un vuelo muy placentero.

"Raymundo querido, veo que no has tocado el último de tus chapatis, ¿te molestaría si me lo como yo?" y sin esperar respuesta, ella alargó su mano regordeta atiborrada de anillos y tomó el plato con el pan plano.

"Debes alimentarte mejor, mi precioso Raymundo. No digo que no estés en buena condición física, pero tus atractivos músculos necesitan comer, ¿no crees?"

Él optó por no responder, como lo había estado haciendo durante todo el vuelo, con la esperanza que eso desalentaría la conversación de la Alegre, sin embargo y por lo visto, ella requería más que la táctica de ignorarla para detener su charla interminable.

Por fin un minuto de paz, se dijo, mientras Belinda comía a todo gusto el chapati. Por lo menos tiene la buena costumbre de no hablar con la boca llena, pensó. 

Raymundo todavía no entendía la disposición de Samantha Lloyd de enviar a esta persona insufrible al Instituto Galileo con él. ¿Por qué no eligió a cualquier otro miembro del Comité Directivo? Estaba, por ejemplo, el Prof. Nguyen, que era una eminencia en todo sentido; o Persea Chin Fo, la miembro más antigua del Comité que conocía todas las reglas y normas habidas y por haber.

Es cierto que la Alegre siempre sorprendía a todos con la cantidad de conexiones que exhibía y que, cuando lo deseaba, era muy buena política. Sin embargo, en este caso se necesitaba más que eso, se requería una persona con experiencia y conocimiento, capaz de tomar decisiones rápidas, razonables y apropiadas, cualidades que él dudaba mucho ella poseyera. En fin, solo le quedaba armarse de paciencia infinita y evitar que la mujer esta lo desconcentrase del trabajo que se le venía encima. Esto no era una cuestión de reto personal ni de juego, era una situación real que implicaba la amenaza de acabar con la existencia del planeta.

No podía negarlo, sin dudas tenía que admirar la tranquilidad desplegada por Belinda, de verdad parecía por completo ausente de toda preocupación con respecto al agujero negro. En cierta forma, do Santos no dejaba de envidiarle su ecuanimidad y compostura. Por su parte, él no dejaba de pensar que, de repente, era la última vez que vería ese o aquel lugar, que no hablaría jamás otra vez con tal o cual persona. Al mismo tiempo sabía que no debía dejar que eso lo paralizara y lo ahogara; su mente tenía que estar alerta, funcionando en plena forma y con creatividad, para aportar con ideas al equipo que se estaba formando en el Galileo.

"Raymundo, tesoro..."

Acá vamos de nuevo, se dijo al escuchar la voz de su vecina de asiento, y cerró la mandíbula con fuerza para evitar gruñirle que se callara la boca de una vez por todas.

"Voy al sanitario de damas para estirar un poco las piernas y retocarme un minuto. ¡No me extrañes!"

Su compañero de viaje la vio partir con alivio, estaba seguro de que la Alegre iba a tomarse un buen tiempo por el volumen de comida que había ingerido y, porque si además pensaba retocarse, con la cantidad de maquillaje que utilizaba, aquello la iba a demorar bastante también. Decidió, entonces, que podría aprovechar esos minutos para descansar y ver si podía dormir un rato. Cuando por fin sintió que entró en ese estado en que la consciencia se va flotando para caer en el sueño, el sonido del librel de su vecina de asiento le hizo dar un sobresalto. Al parecer, este se le había deslizado del bolsillo de su vestido cuando se levantó para ir al baño y ahora reclamaba atención. 

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