Intento 69 (I)

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Los cinco se habían quedado paralizados como estatuas mirando el Mario alejándose, llevándose consigo a Isabel. El único que hizo algún movimiento, sin dejar de observar el negro horizonte, fue Samir. Él sacó su librel del bolsillo y sus dedos apretaron, de forma automática, la tecla que enviaba los mensajes a sus padres, no sin antes comandar otra instrucción: la de retener aquel destinado para la madre de la piloto. En poco menos de un minuto, iniciaron a reaccionar. Primero fue Esteban, que comenzó a correr, pero de inmediato fue detenido por Alexander que lo tomó por los hombros. Al instante, el chico del Einstein también lo estaba sujetando antes que se zafara del control de su amigo.

"A dónde vas, Esteban," le dijo el muchacho de cabellos rojizos. "No hay nada que puedas hacer, solo nos vas a delatar."

"¡Déjenme!" ordenó él, forcejeando, furioso, casi perdiendo la razón.

Ni bien había terminado de pronunciar su protesta, escucharon un gran ruido a lo lejos y vieron un destello aclarar por unas décimas de segundo la oscuridad de la noche. El científico dejó de luchar, tal cual si alguien le hubiera lanzado un baldazo de agua congelada encima sin aviso. Otra vez, todos se quedaron quietos sin saber qué hacer, como esperando que algo sucediese para proseguir.

"¡Un auto!" exclamó Esteban de súbito. "Necesito un auto," y sin esperar a nadie, empezó a caminar hacia la entrada más cercana del edificio del aeropuerto.

El resto lo siguió sin chistar: Alexander preparado a atraparlo de nuevo, en caso que hiciera alguna locura que arruinara su escape; Samir analizando la situación, comprendiendo lo que Esteban planeaba hacer; Mandi siguiéndolos con lentitud y un poco atrasada, confiando que si Samir no protestaba era porque había una gran probabilidad, que hacer esto significaba la mejor vía de suceso para salir del aeropuerto sin problemas; Lasalo..., él no pensaba en nada en realidad.

"El plan es tomar un vuelo de avión para Regulo," indicó el joven pelirrojo.

"Ustedes tómenlo," replicó el científico. "Yo necesito un auto."

"Entiendo, Esteban," intervino con voz calma Samir. "Alex, Esteban quiere un coche para bordear la costa."

"¿Y hacer qué?" repuso desesperado el aludido, que no quería reiniciar la lucha ocurrida momentos antes.

Él también se hallaba conmocionado con la probable muerte de Isabel, si bien no lo demostraba porque no podía darse el lujo de hacerlo, ya que ahora era el momento de actuar y no arruinarlo todo.

"Quiere ir a buscar a Isabel, qué más," escucharon decir a la hija del chef. "Y no lo vas a hacer solo, Esteban," continuó ella. "No sé los demás, pero yo voy contigo a ayudarte."

"No," repuso Alex. "Es una pérdida de tiempo, ¿no vimos todos estrellarse al Mario? Si ella está bien, y espero con todas mis fuerzas que así sea, los del rescate la van a encontrar y salvar. Esteban, tú quédate a esperar a ver qué pasa, a ti no te buscan. Nosotros debemos partir."

"Partan," respondió él. "Pero yo no me voy a quedar sin hacer nada, voy a rentar un auto."

"Yo tampoco me voy," insistió Mandi.

"Samir, ayúdame acá," pidió el chico prófugo de la Compañía. "Hazles comprender, diles cuál es la probabilidad de encontrar a Isabel."

"Alex," contestó su amigo, "no es el momento, yo también me quedo a ayudar."

"¡Esta bien!" claudicó  el muchacho. "¡Quedémonos todos y busquemos un bendito auto!"

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