Intento 70

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Raymundo casi no podía creer lo bien que había pasado el día junto a la Alegre. Ella seguía siendo (¿o aparentado?) ser la misma Belinda de siempre, con el tono de voz que hacía sufrir a los tímpanos de sus oyentes más el tipo de conversación frívola insoportable exclusiva de aquella mujer. Pero en el laboratorio habían trabajado en equipo y otra vez él quedó impresionado de la rapidez y eficacia con que ella realizaba su trabajo. Incluso sus ideas y deducciones se estaban convirtiendo en un aporte vital, do Santos tan solo podía calificarlas como magníficas.

Los del Galileo también habían sido muy eficientes, proporcionándoles el equipo que necesitaban además de la información requerida. Sin lugar a dudas, el hecho de tener los minutos contados para (aunque sonara melodramático no obstante siendo la verdad literal) salvar al mundo había realizado el milagro de comunicarse con prontitud, sin las restricciones de la burocracia o los secretos de celos institucionales.

Él no tuvo más remedio que almorzar acompañado de la irritante fémina, sobre todo si ahora hacían el doble juego de aparentar haber establecido una relación amorosa mientras que no querían hacerlo notar de forma muy abierta, por el hecho de ser camaradas de trabajo. Que confusión, crear una cobertura dentro de otra y al mismo tiempo no dejar ver, bajo ninguna circunstancia, que su relación en realidad no era ni de colegas ni de enamorados. ¿Cuál era, entonces? Eso ni Raymundo podía definirlo aún; el jugar a ser agente de policía, tipo espía, era algo nuevo por completo para él.

Se sentía extraño: por un lado podía casi oler, atisbar a lo lejos a la persona que se escondía por debajo de la elaborada caparazón, que daba como producto a Belinda Alegre. Por otro, tenía que utilizar una gran fuerza de voluntad para aguantar la presencia y personalidad de la susodicha. Sin embargo, el saber que era más bien una pantalla lo hacía sonreír y, hasta cierto punto, divertirse en ser parte de la mascarada.

Después del almuerzo regresaron al laboratorio con la buena noticia, que los diferentes equipos de trabajo también habían conseguido grandes progresos. Todos parecían sentirse bastante optimistas frente a las circunstancias. Raymundo estaba pasando el día buscando con ansias algún minuto para encontrarse a solas con su compañera de habitación y poder conversar sobre qué siguientes pasos deberían dar con respecto a los exys desaparecidos. Mas tal cosa era casi imposible cuando la atención de ambos se ubicaba centrada en otra prioridad. Tendría que esperar hasta la noche, en la privacidad de su recámara, para discutir con ella tal asunto. De pronto cayó en la cuenta que se hallaba atisbando su reloj de modo constante. ¿Estaba contando las horas para terminar el día e ir al hotel con Belinda?

"Querubín hermoso, esto ya está listo. Las pruebas se encuentran preparadas. Dentro de una semana tendremos los resultados, precioso tesoro. Este grupo de acá, creo que deberíamos pasarlo por la centrífuga. ¿Estás de acuerdo, corazón de alcachofa?"

"Sí, es una buena idea."

"Ay, pero mira quién se aparece por aquí, ¡si no es otro que nuestro queridísimo profesor Saturnino Quispe, ni más ni menos!" exclamó ella de pronto.

Raymundo volteó la cara y, tal cual le fue anunciado, notó que el experto en agujeros negros acababa de entrar en el laboratorio. No supo cómo reaccionar; esa misma mañana se habían visto, no obstante, el Prof. Quispe lo ignoró por completo al pasarle el mensaje de Dimos.

"¿Qué tal Dr. do Santos, todo bien?" saludó el recién arribado.

"Todo sobre ruedas," se entrometió como de costumbre a responder la Alegre. "No podía ser de otra manera si él es el encargado. Ya sabes, Saturnino querido, ¡Raymundo es un tesoro!"

Su compañero entendió lo que ella le insinuaba a hacer: actúa como si nada.

"Por suerte, hemos tenido un buen día," confirmó el aludido. "¿En qué lo podemos ayudar profesor?"

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