Intento 14

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Por última vez, Esteban revisó a su alrededor utilizando su linterna; no, no dejaba nada, incluso no quedaba ninguna evidencia de haber acampado en ese lugar. Miró con cierta pereza su mochila que lucía bastante llena con sus cosas, volvió a comprobar tener el otofix y que aquel estuviera bien resguardado contra golpes y demás. De pronto, notó que surgía una especie cuerda de uno de los bolsillos del lado derecho que se encontraba abierto. Mientras acercaba su mano para ponerla adentro, se dio cuenta que no era una soga, sino más bien la cola de un animal. Al instante, asomó una cabecita de lagartija y, luego, otra. Su primera reacción fue darles un golpe a fin de sacarlas de su equipaje, no obstante algo lo detuvo; los ojitos de las pequeñas criaturas se veían tan suplicantes que, sin saber la razón exacta, se le ocurrió que le estaban pidiendo viajar con él.

¿Qué mal pueden hacer un par de lagartijas a mis cosas? pensó. Ya ellas se irán cuando quieran. 

Dando un hondo suspiro, levantó de un solo tirón la mochila para acomodársela rápido en su espalda, se abrochó las correas del pecho y cintura, con el propósito tener el peso bien balanceado, y emprendió la marcha en dirección a la motocicleta. Aún se hallaba bajo oscuridad, mas con su lamparilla de mano estaría bien con respecto la hora y pico en que tardaría en llegar el amanecer.

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Esteban disminuyó la velocidad de su paso con la intención de guardar su fuente de luz. Todavía el sol no había salido por completo, pero era capaz de divisar mal que bien la senda. Claro, sendero como tal no había en realidad; caminante no hay camino, se hace el camino al andar, decía el poeta y, en este caso, tenía razón literal. El terreno, a pesar de irradiar intimidación, no era tan agreste para atravesarlo como parecía. Unido a eso, la carencia de vegetación hacía más fácil seguir el rumbo hacia el lugar donde había dejado su vehículo de dos ruedas.

Una vez bien asegurada la linterna en uno de los tantos compartimientos de su mochila, Esteban inició a retomar su marcha rápida cuando, sin aviso alguno, percibió un leve cosquilleo que le subía desde el cintura, y siguió por la espalda hasta el hombro derecho. Él tornó la mirada, ansioso por saber qué clase de bicho iba a descubrir plantado encima y..., se sintió aliviado al darse cuenta que se trataba de una de las dos lagartijas polizontes. Con una sonrisa, la dejó percharse allí y continuó caminando, ignorante de unos sutiles sonidos que provenían del diminuto sauro.

"L-Hembra, yo tenía razón, el Humano Único tiene corazón; siente que sus amigos somos, ven y en sus hombros viajemos, ¡el paisaje en gran altura veremos!"

El científico notó un segundo hormigueo y atisbó a la otra lagartija bien acomodada al lado de la primera.

"Por lo visto, chiquitinas, pasear encima de mí es más cómodo que adentro del bolsillo de mi mochila, ¿no? Está bien, quédense ahí si quieren, pero no se muevan mucho porque soy muy cosquilludo," dijo en tono jovial el explorador, que de alguna forma se sintió acompañado con el par de pequeños reptiles en sus hombros. De repente le vino la necesidad de hablarles; había pasado varios días sin decir palabra a nadie y, a pesar de no poseer una naturaleza conversadora, se le soltó la lengua:

"Ya que al parecer van a quedarse conmigo por un buen rato, creo que debo presentarme: mi nombre es Esteban Tochigi, mucho gusto. Hace unos años me hice famoso por encontrar la cura a una enfermedad que mataba a muchas personas, pero después de unos meses la gente se olvidó de mí; lo cual me cayó a pelo porque eso de ser conocido no era algo que me gustaba mucho que digamos. Lo importante es que el tratamiento ya existe y funciona en el 99.9% de los casos. 

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