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Bree
Al día siguiente libraba en la cafetería. Cuando me desperté y miré el reloj, eran las ocho y diecisiete minutos. Me sorprendió un poco. Hacía meses que no dormía tanto, pero supuse que era de esperar, porque la noche anterior apenas había pegado ojo. Me incorporé poco a poco, mirando la habitación. Me sentía pesada y aturdida cuando bajé las piernas por un lado de la cama. Apenas había empezado a despejarme la cabeza cuando un sonido proveniente del exterior, quizá una rama al caer o el rugido del motor de un barco en la distancia, hizo que mi cerebro se concentrara en él y me sumergiera en la pesadilla que atormentaba mis vigilias.
Me quedo inmóvil mientras el terror se apodera de mis músculos y mi mente grita. Miro a través de la pequeña ventana que hay en la puerta que me separa de mi padre. Él me ve de reojo y comienza a decir «Ocúltate» una y otra vez en el lenguaje de signos mientras el hombre le ordena que baje las manos. Mi padre no puede oírle, y continúa moviendo los dedos solo para mí. Me estremezco cuando el arma estalla. Grito y mi mano vuela hasta mis labios para ahogar el sonido mientras retrocedo en aquel instante lleno de sorpresa y horror. Tropiezo con el borde de una caja y caigo hacia atrás, sentada sobre las piernas, y trato de hacerme lo más pequeña posible. No llevo el teléfono encima. Abro mucho los ojos y miro a mi alrededor, buscando un lugar donde esconderme, a donde poder gatear. Entonces se abren las puertas y…
La realidad regresó de golpe, y cuando se aclaró el mundo que me rodeaba, sentí la colcha aferrada entre los puños. Dejé escapar un suspiro entrecortado y me estremecí. Intenté llegar al cuarto de baño a tiempo. «¡Dios! No podré soportar esto durante el resto de mi vida». Tenía que parar. «No llores, no llores».

Phoebe se sentó en el suelo, a mis pies, y comenzó a gemir con suavidad. Después de unos minutos, volvía a ser yo misma.

—Está bien, pequeña —dije, acariciando la cabeza de Phoebe de forma tranquilizadora no solo para ella, sino también para mí.
Me metí en la ducha, y veinte minutos más tarde —ya vestida con bañador, pantalones cortos y una camiseta azul— me sentía un poco mejor. Respiré hondo, cerré los ojos y apreté los pies contra el suelo. Estaba bien.
Después de desayunar con rapidez, me puse las sandalias, cogí un libro y una toalla, llamé a Phoebe y salí a disfrutar del aire caliente y un poco húmedo. Los mosquitos zumbaban a mi alrededor y una rana croaba en algún lugar cercano.
Respiré hondo para inhalar el olor a pino y al agua del lago, llenándome los pulmones. Cuando me subí a la bicicleta, después de meter a Phoebe en la cesta delantera, fui capaz de exhalarlo.
Me dirigí de nuevo hacia Briar Road y me senté en la pequeña playa que había visitado un par de días antes. Me concentré en el libro de tal forma que antes de darme cuenta lo había terminado y habían pasado volando dos horas. Me puse en pie y me estiré, mirando la inmóvil superficie del agua. Entrecerré los ojos para intentar distinguir la otra orilla, donde los barcos y las motos de agua campaban a sus anchas.
Mientras doblaba la toalla, pensé que sin duda había sido un golpe de suerte haber acabado en esta orilla del lago. Paz y tranquilidad eran justo lo que necesitaba.
Volví a poner a Phoebe en la canasta y empujé la bici hacia la carretera ligeramente inclinada. Pedaleé despacio al pasar frente a la valla de Harry Styles.
Me eché a un lado cuando una furgoneta de correos pasó junto a mí, y saludé al conductor. Los neumáticos levantaron un poco de polvo, formando un aire arenoso que me hizo toser cuando me incorporé de nuevo a la carretera.
Avancé otros cincuenta metros antes de volver a detenerme y miré la valla. Ese día, debido a la inclinación del sol en el cielo, podía atisbar unos rectángulos más claros en la madera, como si hubiera habido unos letreros que se habían retirado.
Cuando comencé a moverme de nuevo, me di cuenta de que la puerta estaba entreabierta. Me detuve y la miré fijamente durante unos segundos. El cartero debía de haber entregado algo y la habría dejado así.
Me bajé de la bici, y la apoyé en la valla para acercarme a la puerta. La abrí un poco más y asomé la cabeza.
Contuve el aliento al ver un hermoso camino de piedra que conducía a una pequeña casa blanca, que se encontraba a unos cincuenta metros del lugar en el que estaba yo. No sabía qué era con lo que esperaba toparme exactamente, pero sin duda no era eso. Todo estaba limpio y ordenado, bien cuidado; había un pequeño espacio verde de hierba recién cortada entre los árboles, a un lado del camino, y un huerto no muy grande a la izquierda.
Comencé a retroceder, dispuesta a cerrar la puerta, cuando Phoebe saltó de la cesta y se coló a través de la estrecha abertura.

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