10

1.7K 87 9
                                    

19

Harry
Nunca me había sentido más feliz en mi vida. Todos los días trabajaba en la propiedad mientras los cachorros me seguían allá donde fuera, haciendo de las suyas, chocándose con todo y, en general, provocando el caos.
Y cada tarde, el corazón me daba un vuelco en el pecho al escuchar el rechinar de la puerta que anunciaba la llegada de Bree.
Hablábamos; ella me contaba qué había hecho ese día. Sus ojos brillaban cuando me explicaba las nuevas recetas que realizaba en la cafetería ahora que Norm y Maggie le habían encargado la tarea de renovar algunas partes del menú. Se la veía orgullosa y feliz cuando se reía, incluso cuando me dijo que Norm había admitido de muy mala gana que sus ensaladas eran mejor que las de él. Me comentó que tenía planeado conseguir lo mismo con los platos principales, y me guiñó un ojo al hacerlo, consiguiendo que sintiera una opresión en el pecho al ver lo guapa que era.
A veces yo era consciente de que la observaba demasiado, e intentaba estar mirando para otro lado cuando ella reclamaba mi atención. Aun así, quería clavar los ojos en ella todo el día, porque para mí era la mujer más guapa del mundo.
Me encantaban las vetas doradas que arrancaba el sol de sus cabellos castaños. Me encantaban la forma en que sus ojos se rasgaban un poco hacia arriba en los extremos y sus labios llenos y rosados, como un capullo. Me encantaba besarlos. De hecho, pensé que podría estar besándola siempre… Sabía a melocotón.
Me encantaba que su cara tuviera forma de corazón, y su sonrisa, y la forma en que le brillaban los ojos cuando su rostro se iluminaba de felicidad. Era tan hermosa y auténtica que el corazón me estallaba en el pecho cada vez que me miraba.
Adoraba su cuerpo delgado y que su piel fuera tan blanca donde la cubría el bañador. Me coloqué los pantalones y aleje la imagen del cuerpo de Bree de mi mente. Estaba trabajando y debía centrarme.
Eché un poco más de cemento entre las piedras que delimitaban los escalones del porche de atrás. Había encontrado aquellas piedras en la orilla del lago, pero se me ocurrió que quedarían bien con el patio que acababa de hacer.
Estaba terminando cuando escuché que la puerta se abría y se cerraba. Fruncí el ceño. ¿Quién podía ser? Bree estaría trabajando en la cafetería hasta las dos de la tarde, y solo eran las doce. Me incorporé y rodeé la casa hacia el camino de entrada. Travis se dirigía lentamente hacia la casa, de uniforme, mirando a su alrededor como si nunca hubiera estado aquí antes. Aunque la última vez que vio el lugar era un niño y tenía un aspecto muy diferente.
Travis me vio y pareció sorprendido. Seguimos andando hasta encontrarnos frente al porche.

—Hola, Harry.

Me limpié las manos en el trapo que sostenía y lo miré, esperando que me explicara para qué estaba allí.

—Qué bonito está esto.

Asentí con la cabeza, agradeciendo el cumplido. Sabía que el lugar había quedado bien.
—Has trabajado mucho.

Asentí de nuevo.

—Mira, tío… —Suspiró—. Bree me ha contado que pasáis tiempo juntos y eso… —Se pasó la mano por el pelo como para darse tiempo a pensar—. Bueno, imagino que quería venir por aquí a saludarte. Y pedirte perdón por no haberme pasado antes.
Seguí observándolo. Nunca me había resultado fácil saber qué pensaba Travis. Había caído en sus redes con anterioridad, cuando fingió ser mi amigo, y luego, metafóricamente hablando, me apuñaló por la espalda. Incluso cuando éramos niños, incluso antes del accidente. Tampoco confiaba en él ahora, pero imaginé que la gente podía cambiar, y había pasado mucho tiempo. Iba a darle otra oportunidad. Por Bree. Solo por ella. Porque pensaba que eso la haría feliz…, y yo haría lo que fuera por hacerla feliz.
Hice un gesto afirmativo y curvé los labios al tiempo que señalaba la casa, preguntándole si le gustaría entrar. —Sí, claro —dijo.
Nos dirigimos hasta la puerta, y lo dejé pasar delante. Atravesé el umbral detrás de él para dirigirme a la cocina. Fui directo a la alacena para coger un vaso, que llené de agua para dar un largo trago.
Cuando terminé, hice un gesto hacia el vaso y elevé las cejas.
—No, gracias —dijo—. Estoy en la hora del almuerzo y no puedo quedarme mucho tiempo. Lo que venía a preguntarte es si te apetece salir conmigo y unos amigos esta noche. Nada del otro mundo, solo una noche de tíos, cervezas y risas. Arrugué la frente antes de señalarme la cicatriz y fingir una carcajada muda. —¿No puedes reírte? —Travis soltó el aire. Parecía sentirse avergonzado; jamás había visto esa expresión en su rostro. Quizá sí había cambiado un poco—. Espera — pareció reconsiderar sus palabras—, claro que puedes reírte. Una risa silenciosa sigue siendo una risa. Venga…, ¿no te apetece divertirte un rato? ¿Alejarte de aquí por una noche? ¿Ser un tío normal?
Quería ser normal. O al menos, quería que Bree me viera como un hombre como los demás, al menos un poco. Nunca lo había deseado antes. De hecho, había buscado lo contrario; que me vieran como lo más anormal posible para que nadie me mirara. Pero ahora…, ahora estaba Bree. Y anhelaba darle lo que merecía, no a un triste ermitaño que apenas abandonaba su propiedad. Estaba seguro de que ella había salido con otros hombres antes que conmigo. Tipos que la habrían llevado a restaurantes y cafeterías. Yo no podía hacer nada de eso, y necesitaba aprender. Asentí mirando a Travis.
—«Vale» —Formé la palabra con los labios, silenciosamente.
Él pareció un poco sorprendido, pero esbozó una sonrisa que dejó al descubierto sus dientes blancos.
—¡Genial! —exclamó—. Entonces te recogeré esta noche a las nueve, ¿vale?

La VozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora