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Harry

Puse la última piedra en su lugar y di un paso atrás para examinar mi trabajo. Me sentí satisfecho con lo que vi. El patrón circular había resultado un poco difícil, pero al final todo se reducía a funciones matemáticas. Había trabajado primero la configuración en papel, trazando la colocación y la separación de las piedras antes de poner la primera. Había utilizado cuerdas y estacas para asegurarme de que la pendiente era la correcta y que no conduciría el agua de lluvia hacia mi casa. Parecía estar bien. Pensé en coger un poco de arena de la orilla del lago para esparcirla entre las grietas antes de limpiar todo.
Pero en ese momento tenía que darme una ducha y prepararme para recibir a Bree. Bree… Sentí una cálida opresión en el pecho. Todavía no estaba seguro al cien por cien de sus motivos, pero empezaba a arraigar en mí la esperanza de que realmente buscaba ser mi amiga. ¿Por qué yo? No lo sabía. Había comenzado con el lenguaje de signos, y quizá para ella significaba algo. Quería preguntarle por qué quería pasar más tiempo conmigo, pero no sabía si sería correcto. Entendía los diagramas de albañilería avanzada, aunque cuando se trataba de la gente estaba perdido. Era más fácil fingir que no existían más personas.
La verdad era que había pasado mucho tiempo, y no estaba seguro de qué había ocurrido antes: que el pueblo actuaba como si yo fuera invisible o que yo les había transmitido el mensaje de que quería ser invisible. De cualquier manera, me resultaba cómodo. Y, sin duda, al tío Nate le había resultado cómodo.
—Es bueno, Harry —me había dicho, pasándome la mano por la cicatriz—. No habrá nadie en esta tierra verde de Dios que pueda torturarte para sonsacarte información. Llegará con que les muestres tu cicatriz y finjas que no les entiendes para que te dejen en paz. —Y eso había hecho, pero tampoco había sido difícil. Nadie quería a alguien diferente. A nadie le importaba.
Y ahora había pasado tanto tiempo que era imposible volver atrás. Yo había estado de acuerdo con él, hasta que ella pisó mi propiedad. Desde ese momento, toda clase de ideas alocadas e indeseadas poblaban mi mente. ¿Qué pasaba si iba a verla al trabajo? ¿Si me sentaba ante el mostrador y pedía una taza de café como si fuera una persona normal?
De todas maneras, ¿cómo iba a pedir una taza de café? ¿Señalándolo todo como si fuera un niño de tres años mientras la gente se reía y sacudía la cabeza compadeciendo al pobre mudo? De eso nada. La mera idea me hacía sentir una profunda ansiedad.
Cuando estaba saliendo de la ducha, comencé a escuchar unos gritos lejanos. Me sequé y me puse los vaqueros con rapidez, pasándome la camiseta por la cabeza mientras corría hacia la puerta. Zapatos… Unos zapatos… Miré a mi alrededor mientras continuaban aquellos gritos. Parecía la voz de Bree. A la mierda los zapatos. Salí corriendo de casa en dirección al bosque.
Seguí el angustiado sonido de sus gritos entre la maleza, bajando hacia el lago, a la playa que bordeaba mi propiedad. Cuando la vi enredada en la red, pateando y agitando los brazos con los ojos cerrados, llorando y gritando, sentí como si el corazón me estallara en el pecho. El tío Nate y sus malditas trampas. Si no estuviera muerto, lo habría matado con mis propias manos.
Corrí hacia Bree y la rodeé con mis manos dentro de la enredada cuerda. Ella se sacudió antes de ponerse a lloriquear, cubriéndose la cabeza con las manos y encogiéndose sobre sí misma todo lo que podía hasta formar una pelota dentro de la trampa. Era como un animal herido. Quise rugir con la ira que corría por mis venas ante mi incapacidad para tranquilizarla. No podía decirle que era yo. Solté la parte superior de la trampa; sabía de sobra cómo funcionaba. El tío Nate y yo habíamos tejido las redes de esas trampas sentados sobre las rocas en la orilla del lago, mientras él planificaba la seguridad de su complejo.
Bree se estremecía de manera violenta, soltando pequeños gemidos y tensándose cada vez que la rozaba con las manos. La bajé al suelo, retiré las cuerdas que envolvían su cuerpo y luego la cogí en brazos para regresar a mi casa a través del bosque.
A mitad de camino, abrió los ojos y me miró, con las mejillas mojadas por las lágrimas. El corazón me latía con fuerza en el pecho. No era por el esfuerzo de subir la colina con ella en brazos —era como una pluma—, sino por la adrenalina que me inundaba al ver el miedo y la devastación que deformaban sus hermosos rasgos. Había un enorme rasguño rojo en su frente, donde debía de haberse golpeado la cabeza antes de que la trampa la elevara. No era de extrañar que se sintiera desorientada. Apreté los dientes, jurando para mis adentros que me encargaría de ajustar cuentas con el tío Nate en la otra vida.
Cuando Bree me miró, pareció reconocerme al deslizar sus grandes ojos por mi cara. Pero luego su expresión cambió, y estalló en sollozos, rodeándome el cuello con los brazos y apretando la cara contra mi pecho. Su llanto me atormentaba, y la abracé con más fuerza al pisar el césped frente a mi casa.
Le di una patada a la puerta y atravesé la estancia hasta sentarme en el sofá, con Bree todavía acurrucada contra mi pecho, llorando con fuerza. Sus lágrimas me empapaban la camiseta. No sabía muy bien qué hacer, así que permanecí allí sentado, sosteniéndola mientras sollozaba. Un rato después, me di cuenta de que estaba meciéndola y de que tenía mis labios apretados contra la parte superior de su cabeza. Era lo que acostumbraba hacer mi madre cuando me lesionaba o estaba triste por algo.
Bree lloró durante mucho, mucho tiempo, pero, por fin, sus gritos se sosegaron y su cálido aliento impactó en mi torso con suspiros más suaves. —No luché —confesó en voz baja después de unos minutos. La separé ligeramente de mí para que pudiera ver mi mirada interrogante.

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