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Bree

Al día siguiente, recorría vacilante el camino de acceso a la casa de Harry, mordisqueándome el labio. Se escuchaban golpes de piedra contra piedra detrás de la casa. Al doblar la esquina, vi a Harry, descamisado y arrodillado en el suelo, colocando piedras en lo que parecía ser el inicio de un patio lateral.
—Hola —saludé en voz baja. Alzó la cabeza; parecía un poco sorprendido, y me miró con expresión de… ¿placer? ¿Podría ser? Desde luego, no era fácil leer sus pensamientos, sobre todo porque sus rasgos no eran visibles bajo la barba y el pelo que le caía sobre la frente y las sienes.
Me saludó con un gesto y levantó una mano, señalando una roca que había a la derecha de donde estaba trabajando antes de concentrarse de nuevo en su tarea.
Yo había salido de la cafetería a las dos y me había dirigido a casa, y, tras darme una ducha, me subí en la bicicleta y me dirigí a casa de Harry. Había dejado a Phoebe con Anne, porque no estaba segura de si los demás perros podían acercarse ya a los cachorros.
Cuando llegué a la puerta de Harry, no pude contener una sonrisa al ver que estaba un poco abierta.
Me dirigí a la roca que acababa de indicarme y me senté en el borde. Lo observé en silencio durante un minuto.
Parecía que ejercía labores de albañil en su tiempo libre. Debía de haber sido él mismo quien había construido el camino de entrada y el patio del otro lado. Aquel chico estaba lleno de sorpresas. No pude dejar de notar cómo se tensaban sus bíceps cada vez que levantaba una piedra para ponerla donde correspondía. No era de extrañar que tuviera ese cuerpo se pasaba la vida trabajando con él.
—He hecho una lista —dije, observándolo mientras me sentaba un poco más arriba en la gran roca para estar más cómoda. Harry me miró interrogativamente.
Yo usaba la voz para comunicarme con él; así él podía seguir trabajando sin necesidad de mirarme.
Se sentó sobre las rodillas y puso las manos enguantadas sobre los muslos de músculos marcados. Llevaba unos pantalones cortos desteñidos, rodilleras y botas de trabajo. Su pecho desnudo estaba bronceado y cubierto por una ligera pátina de sudor.

—¿Una lista? —preguntó.
Hice un gesto afirmativo, poniendo la lista en mi regazo.

—Nombres. Para los cachorros.

Él ladeó la cabeza.

—Vale.
—Puedes vetar los nombres que quieras; a fin de cuentas, son tus perros y todo eso. Se me ocurrió que Ivan Granite, Hawn Stravinsky y Oksana Hammer eran las mejores opciones.
Me contempló un momento, y luego, ocurrió un milagro… Me brindó una sonrisa de oreja a oreja.
Contuve la respiración mientras lo miraba boquiabierta.

—¿Te gustan? —pregunté finalmente. —Sí, me gustan.
Una lenta sonrisa inundó mi cara. Bueno, aquello no estaba mal.
Permanecí allí sentada un rato más, disfrutando del sol veraniego y de su presencia. Lo observé trabajar y mover las piedras con su poderoso cuerpo hasta colocarlas donde quería que estuvieran.
Me miró un par de veces y me sonrió con timidez. No intercambiamos demasiadas palabras después de aquello, pero el silencio entre nosotros era cómodo y agradable.
Por último, me puse en pie.
—Tengo que marcharme, Harry. Mi vecina, Anne, tiene una cita, y tengo que recoger a Phoebe.
Harry se levantó también y asintió con la cabeza mientras se limpiaba las manos en los muslos.
—Gracias —me dijo con signos.
Sonreí y asentí, ya camino de la puerta. Me dirigí hacia mi casa con una sonrisa de felicidad en la cara.
Dos días después, cuando volvía de estar tirada en la playa del lago, vi que la puerta de la casa de Harry se encontraba de nuevo entreabierta. Noté que me bajaba un escalofrío por la espalda, y me desmonté de la bici. Entré en la propiedad con Phoebe en brazos.
Llamé a la puerta, pero no hubo respuesta, y seguí los ladridos de los perros, procedentes del lago. Cuando di un paso entre los árboles, vi a Harry y a Kitty junto a la orilla. Me acerqué a ellos y él esbozó una tímida sonrisa y me saludó.

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