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Bree
Los días pasaron lentamente. Sentía como si tuviera el corazón en carne viva, y me pesaba en el pecho. Las lágrimas acudían rápidas a mis ojos. Echaba tanto de menos a evento que la mayoría de los días parecía como si estuviera bajo el agua, y miraba el mundo a mi alrededor preguntándome por qué no podía conectar con ellos, por qué todo estaba nublado y distante, inaccesible.
Me preocupaba lo que él estuviera haciendo. ¿Dónde estaba durmiendo? ¿Cómo se iba a comunicar cuando tuviera que hacerlo? ¿Estaba asustado? Traté de olvidarme de eso, ya que era una de las razones por las que se había marchado. Él se pensaba menos hombre porque me necesitaba para relacionarse con el mundo exterior. No lo había dicho así exactamente, pero era verdad. No quería sentirse como si yo fuera su madre, sino como mi igual. Quería ser mi protector, que yo dependiera de él a veces.
Lo entendía. Todavía se me rompía el corazón cuando pensaba que dejarme era su solución a ese problema. ¿Volvería algún día? ¿Cuándo? Y, si lo hacía, ¿seguiría amándome?
No lo sabía, pero lo esperaría. De hecho, no me importaría esperarlo siempre si tuviera que hacerlo. Le había dicho que nunca me iría, y no iba a hacerlo. Estaría allí cuando regresara.
Trabajaba, visitaba a Anne -que estaba recuperándose con rapidez-, paseaba junto al lago, mantenía limpia y ventilada la casa de Harry y lo echaba de menos. Mis días se convirtieron en una larga rueda interminable en el que cada uno se unía al siguiente.
El pueblo fue un nido de cotilleos durante un tiempo, y, por lo que supe después, no le sorprendía demasiado a nadie que Harry fuera hijo de Connor. La gente también especulaba sobre si Harry regresaría y exigiría que le dieran lo que era suyo por derecho, e incluso sobre si iba a volver o no. Pero a mí no me importaba nada de eso; solo lo quería a él.
Para mi sorpresa, después del día del desfile, no se supo nada de Victoria. Pensé que ese silencio distante debería resultar preocupante, porque no parecía el tipo de mujer que se callara y aceptara que había perdido sin más, pero sentía demasiado dolor para hacer algo al respecto. Quizá solo creía que Harry no suponía una amenaza para ella, y tal vez no lo fuera. Eso me dolía en el corazón.Travis intentó hablar conmigo varias veces después del día del desfile, pero fui brusca con él y, por suerte, no me presionó. No lo odiaba, a pesar de que había perdido muchas oportunidades de ser mejor persona en lo que se refería a Harry: había elegido menospreciarlo en lugar de luchar por él. Jamás podría respetar a un hombre así; sin duda, era hermano de Harry solo por el apellido.
El otoño dio paso al invierno. Las vibrantes hojas de colores ocres se marchitaron y cayeron de los árboles; la temperatura bajó de forma drástica y el lago se congeló.
Un día, a finales de noviembre, varias semanas después de que Harry se marchara, Maggie se acercó a mí por detrás de la barra y me puso la mano en el hombro.
-Bree, querida, ¿no has pensado en ir a casa por Acción de Gracias?

Me erguí y sacudí la cabeza.

-No, me quedaré aquí.

Maggie me miró con tristeza. -Querida, si vuelve mientras no estás, te llamaré.

Me negué con vehemencia.
-No. Si vuelve, tengo que estar aquí.
-De acuerdo, querida, de acuerdo -me dijo-. Bien, entonces te esperamos en nuestra casa para Acción de Gracias. Nuestra hija y su familia vendrán al pueblo. También vamos a contar con la presencia de Anne y su hermana; creo que pasaremos un rato muy agradable. Esbocé una sonrisa.

-De acuerdo, Maggie. Gracias. -Bien. -Me sonrió, pero, de alguna manera, seguía pareciendo triste. Norm se sentó frente a mí más tarde, en la mesa de la salita de descanso, cuando ya estábamos cerrando y todos los clientes se habían marchado. Tomó un gran bocado de la tarta de calabaza que tenía delante.
-Haces la mejor tarta de calabaza que he probado -dijo, y empecé a llorar allí mismo, porque sabía que era la forma que tenía Norm de decirme que me quería.

-¡Yo también os quiero! -gemí, y él se puso en pie con el ceño fruncido. -¡Maggie! -gritó-. Bree te necesita. Quizá estaba un poco sensible.
Noviembre dio paso a diciembre y Pelion sufrió la primera nevada del invierno. Todo se cubrió de nieve, dotando al pueblo de un aura mágica que hacía que pareciera todavía más entrañable, como una postal antigua de navidad.
El dos de diciembre era el cumpleaños de Harry. Me tomé el día libre y lo paséen su casa, ante la chimenea encendida, leyendo Ethan Frome. No fue una elección afortunada; Harry tenía razón, era el libro más triste jamás escrito. Pero era su día y quería sentirme cerca de él.
-Feliz cumpleaños, Harry -susurré esa noche, y luego formulé mi propio deseo-. Regresa a mí.
Una semana más tarde, una fría noche de sábado, me acurruqué en el sofá con Phoebe, una manta y un libro. Al escuchar un suave golpe en la puerta, el corazón me dio un salto en el pecho, y me levanté con rapidez para asomarme a la ventana. La imagen de un chico empapado en la carretera bajo la lluvia inundó mi mente.
Melanie estaba en el porche con una chaqueta enorme, una bufanda rosa y un gorro a juego. El corazón se me detuvo. Adoraba a Melanie, pero por un breve segundo había albergado la esperanza de que Harry hubiera vuelto a mí. La dejé entrar.

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