25
Bree
Conduje hasta la propiedad de Harry y lo llamé en voz alta en cuanto atravesé el umbral. No hubo respuesta, por lo que me dirigí a la puerta de la casa y la golpeé al tiempo que gritaba su nombre otra vez. Seguí sin obtener señales de él, aunque la puerta no estaba cerrada con llave, así que entré y miré a mi alrededor. Estaba limpio y ordenado, como siempre, pero no había ni rastro de él. Debía de estar en algún lugar de la finca, demasiado lejos para escucharme, o quizá se había acercado al pueblo.
Cogí un trozo de papel y un lápiz para contarle que mis amigos habían aparecido en el pueblo y que le explicaría el resto cuando lo viera. Añadí el nombre del lugar donde pensábamos cenar y le pedí que se uniera a nosotros. Yo deseaba que lo hiciera. Esperaba que haber venido a la cafetería lo hubiera hecho sentir lo suficientemente cómodo para volver a acudir al pueblo. Quería presentarle a mis amigos. Quería que formara parte de todos los aspectos de mi vida.
Regresé a casa para terminar de arreglarme y luego me fui con Natalie y Jordan al pueblo, para disfrutar de una cena informal en la pizzería local, que también era salón de juegos.
Pedimos una pizza gigante y nos la trajeron a la mesa junto con los dardos para echar unas partidas.
Todavía no habíamos vaciado la primera cerveza cuando levanté la mirada y vi a Harry en la puerta. Sonreí de forma instantánea y dejé caer el dardo para correr hacia él. Le rodeé el cuello con los brazos y lo besé en la boca.
Él emitió un suspiro que parecía haber estado conteniendo todo el día. Me eché atrás para mirarlo a la cara, y aprecié una tensión a la que no estaba acostumbrada.—¿Te encuentras bien? —pregunté.
Dijo que sí con la cabeza y su expresión se relajó. Me alejé para que pudiera hablar.—No me has dicho que tus amigos iban a venir.
—Lo supe ayer, después de salir de tu casa. Han cogido un avión a primera hora de la mañana. Harry, tienen un sospechoso en el caso de mi padre. Ayer hablé por teléfono con el detective que lleva la investigación y quiere que vaya para identificar unas fotos. Podrían arrestarlo —terminé, mirándolo a los ojos, repentinamente emocionada, después de haber comentado la posibilidad en voz alta.—Bree, eso es genial —dijo—. ¡Realmente genial! Asentí.
—Voy a tener que irme a casa durante unos días. Natalie y Jordan me acompañarán, pero luego volveré. —Fruncí el ceño de nuevo, pensando en cómo me sentiría al estar de vuelta en Ohio. Cuando miré a Harry, él me examinaba fijamente, con aquella expresión tensa.—Podrías acompañarnos.
Sus ojos se suavizaron durante un momento, pero luego suspiró.
—No creo, Bree. Tienes que ponerte al día con tus amigos.—Venga, Bree, ¡no nos hagas esperar más! ¡Es tu turno! —gritó Natalie. Sonreí y cogí a Harry de la mano.
—Ven a conocer a mis amigos —le dije—. Te van a adorar —añadí en voz baja. Harry pareció vacilar, pero finalmente dibujó una sonrisa en su cara y dejó que lo llevara a la mesa donde estaba nuestra pizza.
Le presenté a Natalie y Jordan, y los chicos se estrecharon la mano.
—Pero ¿qué demonios tiene el agua en este pueblo? —preguntó Natalie retóricamente, ladeando la cabeza—. ¿Algún mineral que convierte a los chicos en macizos? Creo que voy a mudarme.
Me reí y me apoyé en mi macizo, respirando y sonriendo contra su cuello. Jordan agrandó los ojos y palideció. ¡Dios!, odié que verme con otro chico lo hiciera sentirse incómodo. Quizá tendría que hablar con él un poco más. Miré a Harry, que estudiaba a Jordan con los ojos entrecerrados; él también había percibido su reacción. Harry Styles no perdía nunca el más mínimo detalle. Desde que lo conocía, había pensado más de una vez que sería mucho mejor que todos observáramos, escucháramos y cerráramos la boca un poco más y dejáramos de tratar de escuchar constantemente nuestra propia voz.
Jugamos a los dardos mientras conversábamos y comíamos pizza. Harry sonrió cuando Natalie contó historias sin parar, pero su silencio fue más pronunciado de lo habitual. Traté de que se abriera, pero parecía preocuparle algo que no había compartido conmigo.
Natalie le hizo algunas preguntas y yo actué de intérprete. Fue muy amable y respondió a todo lo que ella pidió, pero noté que estaba algo distraído, y yo no sabía por qué. Tendría que preguntarle más tarde. En un bar, delante de mis amigos, no eran el momento ni el lugar.
Pedimos otra jarra de cerveza y Harry pidió un vaso de agua. Cuando se excusó para ir al cuarto de baño, Jordan se acercó a mí.
—¿Podemos hablar un minuto? —preguntó. Dije que sí con un gesto, pensando que era justo lo que necesitábamos. Había estado mirando a Harry con resentimiento durante toda la noche, y estaba harta.
Me llevó a un lado, donde Natalie no pudiera oírnos, y respiró hondo.—Escucha, Bree, lamento lo que hice en Ohio. Fue una idiotez. Sabía que estabas en un momento… de debilidad y que te enfrentabas a un infierno, y me aproveché de ello. No voy a mentir y a negarlo. De todas formas, lo sabrías. —Se pasó la mano por el cabello rubio oscuro, dejándoselo de punta de una forma encantadora—. Sé que me consideras solo un amigo, y eso es suficiente para mí. De verdad, lo es. Es lo que quería transmitirte al venir aquí, y vuelvo a actuar como un gilipollas. No me resulta fácil verte con otro hombre…, nunca lo ha sido, pero intentaré superarlo. Tu amistad significa para mí más que cualquier otra cosa, y también lo supone tu felicidad. Eso es todo lo que quería decirte. Quiero que seas feliz, y si puedo ayudarte a que lo consigas, como amigo, pues lo haré. ¿Me perdonas? ¿Serás dama de honor en mi boda cuando encuentre a otra mejor que tú?
Solté una risita, casi un gemido, al tiempo que asentía.
—Sí, Jordan. Te perdono. Y encontrarás a alguien mejor que yo. Soy demasiado… difícil y me pongo de muy mal humor cuando no consigo lo que quiero. Él sonrió.
—Mientes, pero gracias. ¿Amigos? —Me tendió la mano.
Asentí con la cabeza, tomando su mano y tirando de él para darle un abrazo.
—Sí —susurré en su oído—. Y deja de lanzar esas miradas a mi novio. Si no estuvieras tan pendiente de él, te habrías dado cuenta de que la rubia de la mesa de al lado no para de observarte. —Me retiré y le guiñé un ojo.
Jordan se rio, echó un vistazo de reojo a la mesa donde estaba sentada esa chica y luego volvió la vista hacia mí. Se aclaró la garganta con expresión seria.
—¿Qué? ¿No está buena? —pregunté, tratando de no mirar en dirección a la joven, para que no supiera que estaba hablando de ella.
—Oh, sí, está buena —confirmó—. Y tu novio parece cabreado. Ahora mismo me mira como si quisiera matarme.
Volví la cabeza hacia nuestra mesa y vi que Harry había vuelto y que estaba bebiendo un vaso de cerveza.
—Voy a hablar con él. Gracias, Jord. —Sonreí y fui hacia la mesa. Cuando llegué allí, me incliné sobre Harry.
—Hola —le dije antes de besarle el lateral del cuello. Le puse las manos en la cintura y apreté. No había ni un gramo de grasa por allí, solo músculos duros y tensos. Aspiré su aroma… ¡Dios! ¡Qué bien olía! A jabón y hombre… Mi hombre. Él esbozó aquella sonrisa de medio lado que reflejaba su inseguridad y clavó sus ojos en los míos antes de mirar para otro lado.
—¡Eh! —susurré—. ¿Te he dicho ya lo mucho que me alegro de que estés aquí? —Sonreí, tratando de arrancarlo de aquel estado de ánimo. Me imaginé que estaba un poco tenso ante la evidente incomodidad de Jordan, pero no era el mejor momento para explicarle la situación. Iba a tratar de tranquilizarlo prodigándole toda mi atención. No tenía que preocuparse de nada, Jordan no suponía una amenaza para él. De pronto, Harry se levantó, me cogió de la mano y me condujo a los baños, en la parte de atrás. Lo seguí, aunque sus largas piernas me hacían moverme más rápido para mantener el paso de sus zancadas.
Nos detuvimos en el pasillo donde se encontraban los cuartos de baño y él miró a su alrededor, aunque no supe lo que buscaba.
—¿A dónde me llevas, Harry? —pregunté con una risita. Aquello parecía una misión.
No me respondió, solo me empujó al otro extremo, donde había una puerta más hundida en la pared. Me apretó contra la hoja y se apoyó en mí para apoderarse de mi boca con un beso que se hizo profundo y posesivo al instante. Gemí, arqueándome hacia su dura figura. Esa era una nueva faceta de Harry, y no sabía muy bien lo que estaba pasando. Su intensidad me confundía, pero me dejé llevar por ella. Supuse que siempre lo haría con ese hombre.
Subió la mano y la ahuecó sobre uno de mis pechos para frotar el pezón por encima de la tela de la camiseta. Ahogué un grito al tiempo que subía los brazos para enredar los dedos en su pelo y tirar con suavidad. Arrancó los labios de los míos y respiró contra mi boca un segundo antes de echar la cabeza hacia atrás. Apoyó el antebrazo en la puerta para inclinarse hacia mi cuello, que besó y lamió con suavidad.
—Harry… Harry… —gemí.
De pronto me estremecí cuando comenzó a chuparme la piel del cuello, rozando la zona, ahora más sensible, con los dientes. Bajé la cabeza y la neblina de lujuria se aclaró cuando vi su cara y su expresión arrogante. Me llevé la mano al cuello.
—¿Me has… me has hecho un chupetón?
Él miró a mi cuello y luego a mi cara con los ojos brillantes y desafiantes. —¿Cuántos hombres de los que conoces quieren estar contigo? —preguntó tras retroceder un poco—. Porque supongo que yo, Travis y Jordan no somos los únicos. ¿Cuántos más? —Tensó la mandíbula.
Fijé mis ojos en él durante un segundo, sin asimilar sus palabras.
—No sé… ¿Estás de broma? —pregunté—. Ninguno… Pero ¿qué importa cuántos hombres quieran estar conmigo? He dejado claro que te he elegido a ti. ¿Qué importan los demás? —terminé en tono evidentemente dolorido, incluso para mis oídos. Me miró con confusión en su rostro justo antes de volver a endurecer los rasgos.
—Sí, importa. Sí, joder, importa mucho. —Apretó los dientes.
Abrí mucho los ojos. Harry jamás había hablado así antes, y eso me sorprendía. Respiró hondo mientras me miraba con una expresión vulnerable.
—Ni siquiera puedo decirles que se mantengan alejados de ti, Bree. Tengo que quedarme ahí sentado dándome cuenta de todo y sin poder hacer nada. —Se apartó de mí, y a pesar de que estaba enfadado y de que no me gustaba así, eché de menos su calor, como si alguien me hubiera tirado un cubo de agua helada por encima. Se pasó la mano por el pelo y me miró; tenía el corazón en los ojos—. No soy un hombre. Ni siquiera puedo luchar por ti.
—¡Basta! —dije en voz alta—. No tienes que luchar por mí. No tienes que pelear contra nadie para que sea tuya. Ya lo soy. —Cerré la distancia que nos separaba y le rodeé la cintura con los brazos. No se resistió, aunque tampoco me devolvió el abrazo. Un minuto después, di un paso atrás.