Rafagas de fuego... Caótico

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—¡Qué pretendes hacer con ése pequeño revólver, Cicerón! ¡Admite que has perdido de una maldita vez, joder! Tengo en mis manos a tu pequeña "maté". ¡Si quiero puedo retorcer su cuello de una sola vez!

Alec, sostenía con fuerza brutal a la pobre chica, sus ojos estaban rojos de tanto llorar. Con arañazos mordidas y jalones trataba inútilmente de sacarse de encima al desgraciado del amante de Amará.

Odette, en la planta superior se revolvía asustada mientras las contracciones era mas violentas y repetidas. Karol, sujetaba su mano, dándole ánimos.

—¡Tranquila, respira cariño, eso es! Ufff, ufff. Una vez más... Así.

Su frente estaba perlada de sudor.

—¡Donde esta! ¡Hérmes! ¡Por dios!
Preguntaba desesperada, asustada y con un dolor que sentía la partiría en dos.

Karol, limpiaba ese sudor con un paño humedecido. Estaba demasiado nerviosa. ¡Se había involucrado en una disputa entre lobos y poder! ¡Rogaba a dios todo saliera bien y los hermanos salieran ilesos!

—Concentrate en el bebé, él te necesita ahora. ¡Hérmes estará bien!

Su mente y corazón se sentían divididos. Amará había confesado todo. Hérmes jamás se acostó con ella esa noche que Cicerón los encontró. Ella había fingido eso, sin embargo si estaba preñada, pero no de Hérmes, sino de Alec. El bebé que crecía dentro de ella, era del cómplice.

¡Cuando Cicerón la había obligado a confesarlo, no pudo mas que sentir un alivio gigantesco! Hérmes no tenía nada que ver con ella. Nada.

Además de eso, había confesado todos y cada uno de sus crímenes. ¡Al fin sería juzgada por la manada como debía ser! Aún cuando en el fondo de su corazón deseaba que desapareciera para siempre de sus vidas.

—¡Sueltame maldito! ¡Sueltame!
Gritaba la pelinegra. Era cierto, Alec era un hombre y por ende mas fuerte, pero su fuerza aumentaba demasiado al recorrer la sangre de licántropo por sus venas.

—¡Deja de retorcerte maldita bruja!
Alec con la mirada enloquecida presionaba más y más su cuello. Asfixiándola.

—¡NO TE ATREVAS A LASTIMARLA BASTARDO!
Alzo mas el revolver apuntando directo a su cabeza.

La irá, la rabia y la sed de venganza, estaban dominando su cuerpo y su razón. Cicerón ahora ya no era el usual hombre que siempre parecía. Esta vez era capaz de cualquier cosa por Mía. De todo.

Hérmes, sujetaba a Amará que se retorcía como una fiera. La fuerza que empleaba era asombrosa. Amará era fuerte, tanto como cualquiera de ellos. Ambos querían alcanzar el arma cargada de plata.

—¡No la sueltes, Alec! ¡Hasle ver su muerte, matala frente a sus ojos!

—¡Callate maldita arpía!

La Pequeña Del Alpha © #Lunaroos2020 #BeautyWordsBSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora