Diez

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Llevaba como 15 minutos buscando un movimiento para sacar de la jugada al alfil de Carla mientras todos los demás en la sala observaban con atención, como si pudieran ver los engranajes moviéndose en mi cabeza. Las clases de ajedrez que imapartía Emmy servían mas para algunos, aunque a todos nos había hecho pensar aunque fuera un poco. O mucho.Creo que aquí dentro huele a humo...

Tomé mi último caballo y lo llevé hasta unas 3 casillas de distancia del alfil, en diagonal, el caballo se estaba ofreciéndo como prostituta a que alguien lo atacara, el alfil era el único cercano, y cuando ella lo moviera, mi torre acabaría con esa maldita reina que había diezmado mis fichas.

Emmy llevaba como media hora en el reposabrazos del sofá con las piernas cruzadas y el rostro serio y atento, fijándose en cada jugada. Nuestro juego era el único que aún no había acabado, y por concentrarme en que no masacraran a mi ejército de figuritas negras no tenía idea de que había pasado con los otros juegos.

Carla permanecía inmutable mientras sus ojos recorrían el tablero a velocidad vertiginosa, analizaba cada casillero como yo lo hacía. A los lados y detrás de mi habían pequeños movimientos, los típicos que hace una persona al simplemente cambiar de posición por el aburrimiento. Al parecer solo nosotras dos nos tomábamos esto tan en serio.

Ella levantó su mano y simplemente alejó su alfil de mi caballo, sin ponerse en ninguna posición en la que pudiera atacar a ninguna de mis fichas. ¿Que tramas, pequeña perra?

En la escuela siempre me jactaba de inteligente, pero según la consejera, yo era un "estudiante de máximo resultado con el mínimo esfuerzo". Traducción: tengo suerte de haber nacido lista porque era una floja. Mis neuronas estaban muy acostumbradas a trabajar solo lo necesario, y no siempre estaban muy dispuestas a enfrentar un reto, en especial el ajedrez. Acostumbraba a completar crucigramas con mi padre, a jugar a las damas, leer y armar rompecabezas, pero el ajedrez era algo así como sagrado. Mi abuelo era un maestro, y me había vencido una sola vez para traumatizarme de por vida. Si era sincera, en parte le tenía miedo, pero por el otro lado, significaba mucho para mi. Me traía recuerdos, y odiaba perder. Me sentía estúpida perdiendo en un juego de intelecto.

Su alfil se había movido de su lugar, y dejaba a mi torre el terreno libre para atacar a su reina, pero eso significaría perderla luego a manos del rey. Me estaba quedando sin piezas que pudieran llevar acabo un ataque real, mis peones no alcanzaban al rey, a menos que...

Tomé mi torre y la hice retroceder dos casillas en la línea vertical. Podía hacerme con su rey, pero sería a pasos lentos.

- Oh, vamos... - Ivan se echó hacia atrás en el sofá con gesto exasperado y todos nos volteamos y pronunciamos un sonoro "shhhh!" - terminemos con esto hoy, por favor... - dijo luego en el mismo tono, sin importarle en absoluto que hayamos dicho algo. Puse los ojos en blanco al mismo tiempo que Carla fruncía el ceño apenas, al parecer tratando de adivinar por que estaba retrocediendo. Sonreí para mis adentros.

Carla llevó su reina hacia mi torre moviéndola hacia la derecha, y me limité enseguida a mover uno de mis peones un casillero adelante, quedando a solo un movimiento en diagonal hacia la derecha para hacerse con el rey.

- Jaque - murmuré levantando la vista del tablero solo para ver el rostro impasible de mi oponente. El único en la sala que se movió fue Ivan, quien se enderezó y fijó los ojos en el tablero, vió mi peón y se fijó en las demás fichas, perdiendo el interés enseguida y volviendo a acomodarse en el sillón.

Carla permanecía impasible ante mi ataque, solo sus ojos se movían de una pieza a la otra, analizando cada posible movimiento. Todos nos mantuvimos con la vista fija en ella, esperando con impaciencia a que se dignara a hacer algún movimiento. Escuché la puerta abrirse, y la ignoré con éxito, al menos hasta que un estruendo atravesó la sala, garras sonaron sobre la madera del piso y un repiqueteo de cadenas lo acompañaba. Una masa atigrada pasó frente a mi como relámpago, llevándose consigo el tablero de ajedrez y haciendo que todas las piezas volaran por los aires. En el zarandeo pude ver a todos sacudirse, Emmy casi cae de su lugar, y todos en el sofá se levantaron cuando la masa atigrada se lanzó hacia allí, todos menos Abril, cuya melena rubia podía ver por encima del cuerpo esbelto, café con líneas negras de un boxer. Por unos segundos, lo único que se oyó en la sala eran las risitas de Abril, al menos hasta que dos pares de pasos apresurados entraron a la estancia.

Casa Harrison para jóvenes problemáticos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora