Shawn

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SHAWN.

No puedo creerlo. Sencillamente que no puedo creerlo. Se supone que esta iba a ser una buena noche. Emma y yo iríamos a la fiesta, bailaríamos, beberíamos, hablaríamos. Haríamos lo que sea que hicieran las parejas en una fiesta. Pero entonces llega Barbie a insultar a Emma y ella se va sin decir nada. Quince minutos después, me entero que está drogada con una galleta de chocolate.

Que alguien me haga una película, esto definitivamente no puede pasarme a mí.

Aprieto el cuello del chico con fuerza, porque no tiene camisa, y le doy una mirada de muerte. O lo que espero que sea una mirada de muerte.

— ¿Qué te pasa, imbécil?

—Mi trabajo es repartir galletas, amigo, lo siento

—No me vengas con esa mierda —le digo, entre dientes, acercándome a su rostro. Siento que mi corazón palpita anormalmente acelerado por la incertidumbre. No tengo la más mínima idea de con qué está drogada, porque no estuve con ella en ese momento—. ¿De qué son?

—De chocolate.

— ¿Crees que esta mierda es un puto juego?

A pesar del ruido de la música, puedo escuchar a alguien jadear a mi lado. Entonces es cuando me doy cuenta de que Emma sigue ahí, y que acabo de dejarla sola, drogada. Suelto el cuello del chico y me acerco a Emma, quien tiene los ojos y la boca abierta, mirándome sorprendida.

— ¡Shawnnn! No puedo... —Parece que quiere reír—. ¡Dijiste groserías! No puedo creeer que tú hayas dicho eso.

—Emma, yo no puedo creer que tú hayas aceptado algo de un desconocido —Ella abre la boca, de nuevo, pero esta vez luce indignada.

— ¡Pero es una fiesta!

Niego con la cabeza. Se recoge el cabello y deja que caiga detrás de sus hombros. Desde aquí puedo ver cómo hay gotas de sudor al rededor de su cuello y hombros. Suspiro, mirando de nuevo al chico sin camisa con la bandeja llena de galletas.

—La viste sola, ¿y aún así le diste una galleta?

—Amigo, es una fiesta, la gente aquí sabe a lo que viene y sabe lo que hay —levanta los hombros y me mira con lo que parece una disculpa—. No sabía que tu novia no supiera de qué eran las galletas felices.

Mis cejas se juntan cuando termina de hablarme.

— ¿Galletas felices? ¿Es en serio? —el chico pone los ojos en blanco—. Hay que ser más original. Sólo una opinión.

Sin decir nada más, se da la vuelta con su bandeja y me deja a solas con Emma. Si es que se puede llamar a solas, porque... bueno, es una fiesta.


—Emma, escúchame —la llamo.

Ella baila con los ojos cerrados, meneando la cabeza y el cuerpo de un lado a otro, al ritmo de una canción que nunca había escuchado en mi vida; no se me da nada bien el español. Me acerco a Emma despacio, tomándola del brazo. Abre los ojos al sentir mi toque mi me mira asustada.

—Cálmate, soy yo —asiente con la cabeza, despacio, y luego se ríe como si le acabara de contar el chiste más gracioso del universo. Tengo que tomar de todo mi autocontrol para no reírme junto a ella: su risa es mucho más graciosa cuando está en ese estado.


Jesús, en qué estoy pensando.


—Emma, necesito que me digas qué sientes.

—Mmmm.... todo va muy lento —me dice, como si se estuviera quejando—. Dios, todo va lento, es frustraaaante.

—Bien, ¿qué más?

—No sé, Shawn, ¿por qué? ¿Qué me pasa?

—No pasa nada, Emma, solamente dime qué sientes en este momento.

—Siento... siento que quiero besarte —sonríe como una niña pequeña. Siento que algo dentro de mi estómago me hace querer sonreír. Nunca vi a Emma tan decidida, siempre es la chica tímida y reservada, o por lo menos es lo que he visto en la semana que llevamos saliendo.


Llevo saliendo ya una semana con la chica que me gustó desde que entré a la universidad hace un año y medio. No quiero despertarme nunca si es que acaso sigo soñando.


—Emma, tendremos mucho tiempo para besarnos después —suelto una risita y tomo sus manos. Ella mira nuestras manos entrelazadas y acaricia las mías con su pulgar. La escucho soltar una exclamación de sorpresa por encima de todo el ruido de la música y la gente gritando. Luce como si le fascinaran mis manos—. ¿Emma?

—Vamos a bailar —me hala hacia ella y al mismo tiempo camina hacia más adentro de la pista, entre la gente. Me asusta que esté allí, en ese estado.

—Em, ¿cuánta galleta comiste?

—La mitad —responde entre risas—, Vee se comió el resto.

Maldita sea, no puede ser. Si no puedo con una no voy a ser capaz con dos.

Mis ojos se abren en busca de Vee o, en su defecto, a Clayton. Emma sigue bailando, tomándome las manos, tratando de que le siga el ritmo, pero yo sigo buscando con mi mirada a Vee o a Clayton.

— ¿Vee está con Clayton, cierto?

—No lo sé, bebé, creo que sí. ¿Quieres dejar de mirar para todos los lados y bailar conmigo?


Me quedo mirándola como un idiota enamorado. Acaba de llamarme bebé.  

Debajo de las rocas ; Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora