Emma

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—Emma, yo te amo, ¿lo sabes, cierto? —comenzó mamá, tratando de tomarme la mano. Intenté acercarme más a ella, porque no le escuchaba, sin embargo, que estuviese acostada en una camilla no hacía las cosas fáciles. De todas formas sonreí de manera sincera; siempre sonreía de forma sincera cuando se trataba de mamá.

—Sí, mamá. Yo te amo, también.

—Esto no era lo que quería para ustedes; sobre todo para ti. Amé a tu padre y, a pesar de todo lo que ha hecho, todavía lo amo. Y te amo más a ti. Y quiero que sepan que donde quiera que yo esté te seguiré amando y te estaré cuidando, pase lo que pase...

—Mamá, ¿de nuevo con lo mismo? —Traté de sonreír, pero los nervios comenzaron a invadirme. Y entonces sentí miedo. Temí por mí, pero más que todo temí por mamá; hasta que sin darme cuenta comencé a llorar.

—Yo ya hice lo que tenía que hacer aquí, amor...

—No digas eso, mamá, vas a ver que te pondrás bien y vamos a salir de esto... juntas. Yo estoy contigo.

—Algún día tenía qué pasar, mi niña...

—Sí, pero ese día no es hoy —me limpié las mejillas con la manga de mi sudadera de manera brusca, mientras con mi otra mano tomaba la suya—. No tan pronto.

—Emma, sé que no he sido una buena madre, pero quiero que sepas que hice lo que pude y que te amé mucho. Siempre quise que lo tuvieras todo, que no te faltara nada —ella me sonrió a través de las lágrimas y sentí que mi corazón se encogía como una bola de papel arrugada—. Pero ahora debo irme... y lo siento.

Suspiró difícilmente y apretó su agarre en mi mano. Mi pecho subía y bajaba de manea irregular, y sentí que me faltaba la respiración. Mi mamá se iba a ir, ya no iba a estar conmigo, yo iba a quedarme sola. Sentí que me moría cuando la vi cerrar los ojos.

—Mamá, no, por favor, tú eres fuerte, no puedes irte —la zarandeé despacio y ella sonrió débil, mirándome otra vez—. ¿Qué hay de mí? No puedes dejarme.

—Y no quiero dejarte, mi niña. Pero Él ya me quiere arriba y yo debo obedecer.

—Te amo, mamá —le dije, a pesar de que era casi incapaz de hablar. Estaba teniendo un ataque de pánico y no me importaba—. Sé que es muy tarde para esto, pero perdón, perdóname por todo.

—No te preocupes —y ella, a pesar del dolor que yo sabía que sentía, me sonrió mostrándome los dientes—. Cuida a tu papá, ¿quieres? —Mis músculos se tensaron al instante—. Emma, él va a cambiar, yo lo sé... No lo abandones. Asentí con la cabeza, a pesar de que no quería y le sonreí.

Me acerqué a ella, levantándome de la silla junto a la camilla y la abracé como pude, sin que me importaran los cables que tenía en su cuerpo. Besó mi frente y luego mi mejilla, y quise gritar al sentirla tan fría. Besé su frente y me alejé un poco; mi rostro quedó justo en frente del suyo.

—Te quiero —susurró. Sonreí, a pesar de tener los ojos y las mejillas rojas. Todo mi rostro estaba húmedo por culpa del llanto.

—Te quiero, mamá.

Volví a tomar su mano y la miré. Ella todavía me sonreía, a pesar de que luchaba por mantenerse despierta. Sus párpados cayeron y entonces suspiró; supe que ese iba a ser el último suspiro de toda su vida. Su sonrisa se fue desvaneciendo lentamente, al mismo tiempo que el agarre en su mano con la mía. La máquina a su lado comenzó a pitar, y yo lloré viendo cómo sus ojos finalmente se cerraban por completo. Me soltó de la mano y su sonrisa desapareció.

Ella ya se había ido.


— ¡Te he dicho que te levantes de la puñetera cama!

Quedo sentada en mi cama, siendo consciente de que estoy llorando, de nuevo. Miro hacia la puerta de mi habitación y siento que el color deja mi rostro. Papá está parado junto a la puerta, enojado, con una maleta en una de sus manos. Volteo a ver la cama de Vee, pero ella no está allí. La veo cerca a la puerta del baño, asustada, tragando saliva.

— ¿Qué haces aquí? —me limpio la cara, tratando de olvidar el sueño que tuve y me levanto de la cama para tomar mis lentes, que están en la mesa de noche—. ¿Quién te dejó entrar?

—Soy tu padre, niñita, ¿por qué preguntas quién me dejó entrar?

Intento responderle, pero él me interrumpe de manera grosera.

—He venido por tus notas.

—Ya no estoy en el instituto, y si no recuerdas, tengo dieciocho, así que si eres tan amable...

— ¡A mí no me hablas en ese maldito tono, niña estúpida! —mis ojos se abren. Papá nunca me había gritado en público, todo pasaba de puertas para adentro. Miro a Vee, quien se ve que está a punto de llorar cuando me mira. Niego con la cabeza en señal de tranquilizarla.

—Deja que ella se vaya —le digo y él pone los ojos en blanco, haciéndose a un lado para que ella pueda salir. Con la suerte que tengo, irá a comer algo o al baño y volverá cuando papá se haya ido. Miro a vee y veo que ella toma su celular y una bata de seda—. Te llamaré cuando termine todo esto, ¿está bien?

—Emma, voy a...

— ¿Toda la vida, niña? —papá regaña a Vee, señalando la puerta. Ella, del susto, no me dice nada y sale de la habitación. Él cierra la puerta con pestillo y yo tengo que tragar saliva para poder tratar de tranquilizarme.

— ¿A qué vienes?

— ¿Por qué estás vistiendo así? —me señala. Reparo en mi ropa y todavía tengo mi pijama: un short corto y la camisa azul que Shawn me dio hace unos días.

—Estaba durmiendo, hasta que me molestaste, ¿vas a decirme qué haces aquí o puedo llamar ya a la vigilante del pasillo?

—Soy tu padre, Emma, no voy a permitir que me hables de esa manera.

—Oh, ¿enserio? ¿Eras mi padre también cuando me golpeabas a los diez años? ¿Cuándo me gradué? ¡¿Cuándo mamá murió?!

Y entonces ocurre. Golea mi mejilla de la misma manera en la que se golpea un saco de boxeo. Caigo de bruces al suelo, golpeándome la otra mejilla y la rodilla izquierda. Me llevo las manos a la cara cuando estoy en el suelo y trato de no llorar. Está pasando de nuevo.


Debajo de las rocas ; Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora