Luigi estaba seguro de que él descubriría al asesino, pero el chofer no entró en ningún momento, y ya llevaban cuatro horas ahí. Se había comido todos los bocaditos que, entre sollozos, Mabel había traído, y, parado en un lugar neutral, revoleaba los ojos de izquierda a derecha para interceptar cualquier movimiento sospechoso.
Una mujer hermosa se paró cerca, su cabello rubio recogido y el gesto sombrío por el dolor no lograban opacar su alma noble.
Novara entró en acción.
—Mi pésame, señora ¿Tía de la joven?
La mujer salió de su ensimismamiento.
—No, no —la voz melodiosa y tranquila se volvía hipnotizadora—, soy la directora del establecimiento al que Clara concurría.
—¿Mujer? Me refiero a... ¿una mujer en ese cargo?
—Me obligaron este año, hace apenas tres meses que me desempeño como tal, con la nueva ley, ya sabe...
—¡Claro! —sus espesas cejas se levantaron juntas. Luigi no tenía idea de qué ley estaba mencionando—. Pero seguramente ustedes dentro de la institución, habrán notado algo diferente en la actitud de ella...
—Le extrañará saber que no. Desde que me enteré de lo sucedido, he dado mil vueltas en mi mente, pensando si alguna vez la vi más pálida o con labios morados, pero su corazón parecía funcionar como el de las demás jóvenes.
—¡Qué terrible!
—Sí, ¡pobre madre!
—Y dígame, ¿No tenía Clara algún pretendiente? Alguien que hiciera «estallar su corazón».
La directora lo miró como si estuviera loco. ¿Qué clase de desubicado hacía semejante pregunta? Luigi se puso incómodo.
—¡De ninguna manera! —negó casi enojada—, sus amigas seguramente sabrán más que yo, pero la joven estaba muy abocada a sus estudios. Historia, geografía y lengua eran las materias a las que le dedicaba mucho tiempo —agregó con la mirada extraviada en sus recuerdos—. Pero ahora que dice... había unos poemas de amor que escribía, ¡hermosos!, muy inspiradores y tal vez demasiado elevados en el sentir para lo que puede ser el conocimiento de una chiquilla de apenas dieciséis años.
La cara de Luigi pedía más relato, se estaba haciendo una idea que podía ser errónea.
—¿A qué se refiere?... ¿Placeres carnales, quizás?
La directora torció la cabeza, y su hermoso traje negro pareció destacar más el celeste asustado de sus ojos ante semejante apreciación.
—¡Dios me libre! ¡No!, ¿qué perversiones guarda en su mente, señor? Yo me refería a sufrir por amor...
Luigi se ruborizó y pidió disculpas.
La directora decidió dar por concluida la conversación y se alejó de aquel extraño hombre.
Cerca de las tres de la tarde un joven se presentó al velorio. Quitándose el sombrero, dejó ver una barbilla recién rasurada. Traía un ramo de flores y en su rostro se dibujaba cuánto desconsuelo causaba la pérdida.
Luigi codeó a Mastermann. Ambos posaron su mirada sobre el recién llegado. El traje oscuro, el rostro y el ramo de claveles rojos eran más que sugerentes. El noviecito que visitó la habitación la noche anterior estaba frente a ellos.
«No es tan mayor», pensó Mastermann, pero saltaba a la vista que entre ese muchacho y la joven pasaba algo.
Luigi se aproximó a una de las chicas que parecía ser compañera de escuela.
—Pobre, el novio, ¿no?
La muchacha lo observó con detenimiento. En otras circunstancias habría echado a ese patán solo con una mirada, pero en estas, prefería guardar las formas.
—Raúl es solo un amigo —aclaró.
—¿Un amigo trae esas flores? Es evidente que el muchacho la ama... ¿van juntos al colegio?
La joven lo miró con desprecio.
—Raúl es el hijo del herrero, Clara jamás se hubiera fijado en él. Su madre trabajaba en esta casa, pero la señora murió de tuberculosis, o algo así. Eran amigos desde muy chicos.
Otra pista que se caía. Desilusionados, seguían observando.
—Doctor, me he enterado de que la niña Clara escribía poemas a alguien que era un amor imposible. Se me ocurre que si revisamos su portafolio, tal vez, encontremos algún nombre.
—Esa es una gran idea —el médico se alegró de tener algo distinto que hacer. Si bien su vida era rutinaria, aguardar lo desesperaba—. Está bien, yo iré a revisar. Por nada en el mundo encomendará esa tarea a su distraído y desordenado sirviente.
—¿Sabe? —dijo Luigi siguiéndolo por los largos pasillos revestidos de cara madera oscura—, si hubiésemos dicho que era un asesinato, tendríamos varias personas que investigar, en cambio así, todos piensan que ella se ha muerto del corazón, y usted termina dudando de mí injustamente.
El médico disfrutaba, pero su rostro se mantenía rígido, con una expresión que nunca cambiaba.
—Así aprenderá a cumplir mis órdenes al pie de la letra. Ya ve como no hacerlo puede meterlo en un gran lío. Si mañana tras el entierro no encontramos al culpable, yo mismo me encargaré de acusarlo frente a doña Úrsula. Además, de proceder como usted me refiere, solo conseguiríamos que aparecieran muchos nombres que demandarían una investigación más grande; de esta manera, las posibilidades se reducen a usted y el asesino.
Luigi volvió a suspirar decepcionado. Todos sus intentos eran vanos con aquel médico cabeza dura. Al llegar al cuarto de Clara, Mastermann vio que la ventana estaba abierta y volaban unos papeles.
—Alguien nos ha escuchado y se ha escabullido. El asesino estaba en la habitación —Mastermann corrió a la ventana.
—Ya ve, soy inocente, yo estaba con usted —se defendió Luigi.
—Salga por la ventana y revise quién está afuera, yo miraré adentro para descubrir qué se han llevado. Alguien intenta eliminar pistas...
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Mister Master en: Suicídame
AdventureUn médico aburrido es empujado por las circunstancias, a descifrar los entramados de una asesinato en la Argentina de los años '20. Un relato con mucho humor, donde la muerte pasará casi desapercibida.