Cada miércoles, a las seis de la tarde en punto, el inglés salía hacia un conocido bar y junto con otros coterráneos jugaban al whist. Luigi desconocía aquella práctica, pero era lógico. No habían tenido una semana normal como para hablar de las costumbres de su amo.
Preparó la ropa, tal como se lo indicaron, la combinó con la bufanda clara de lana de alpaca y los zapatos de cuero oscuro. A un costado, dejó el reloj de bolsillo trabajado en oro.
—¿Sabe? Pensé que no saldría.
—Solo faltaría estando muerto.
—¡Claro! Pero no creo que tenga cabeza para nada más que el caso.
—Soy un profesional, mi amigo; cuando estoy con un paciente, soy médico; con mis compañeros de juego, soy un jugador.
—Tanto mejor para usted que puede dividir las cosas; a mí, la muertita se me aparece hasta cuando como.
—Pues sabe disimularlo muy bien, no le he visto a usted ni un momento dejar de hacerlo.
Mastermann esa noche no ganó una sola partida. Al final, tenía que darle la razón a su servidor, constantemente se dispersaba. Sobre todo, porque no dejaron de hablar del caso. Al parecer, la muerte súbita de la joven se había debido al fantasma de su padre, a un amor lejano, y a cuanta imaginación cupiera en la sociedad porteña de aquel junio de 1923. Escuchó cada una de las cosas que se decían, con suma atención, pero nada le servía para su investigación.
Esa noche Richard se retiró temprano, excusándose con que tenía mucho que hacer.
A la mañana siguiente, cuando entraron al colegio, se dirigieron a la Dirección como dos viejos conocidos.
—Vaya con ustedes —dijo Victoria Duprat al verlos tocar a su puerta. Si no van a decirme qué se traen entre manos, no colaboraré.
—Queremos hablar con Romag.
—Está dando clases, sale en un momento.
—Prometo que le contaremos todo, pero déjenos primero descubrir la verdad.
—No sabía que podía ser detective, doctor —desafió con sarcasmo.
—Me temo que yo tampoco. Ya ve a dónde nos llevan las circunstancias del destino.
Cuando le refirieron a Romag todo lo que sabían, sus ojos mostraban pánico.
—Les aseguro que yo no la maté.
—Permítanos dudar... —disparó el doctor.
—Clara y yo, es cierto, teníamos una relación. También es cierto que habíamos planificado nuestro suicidio. Ella me confesó entre lágrimas que no se animaba; por lo tanto, yo sería el responsable de dispararle y dispararme. Dejaríamos una carta a nuestras respectivas familias. Esa noche María me abrió la puerta, eran las diez y diez de la noche Me dirigí al cuarto de Clara, como lo hacía siempre, y la encontré con la cabeza apoyada contra la pared, lloraba; me acerqué, me miró, y la noté atontada, como si no pudiera coordinar lo que pensaba. Me dijo:
—Lo hicieron por ti. Ya no serás culpable. Estás salvado. Te amo. Y allí quedó con los ojos abiertos, pero sin alma; lloré porque permaneció viva solo para decirme eso. Me desesperé, le pregunté: «¿Qué hiciste, ¿por qué no me esperaste?», pero ella ya no me escuchaba. Vi su vientre atravesado por el cuchillo y —el llanto se apoderó de él—, como si con taparla la protegiera, la puse en la cama y la tapé con el cobertor, le di un beso en la frente y me marché. Desde ese día, mi vida ha sido un calvario, porque solo pienso en que tengo que estar tan muerto como ella.
—¿Notó algún olor extraño?
—Sí, como a formol.
—¿No vio si había dejado alguna carta?
—No.
—¿Usted entró el día del velorio a robar las cartas?
—Sí, tuve miedo de que me culparan de su asesinato.
—No se aleje profesor, estaremos haciendo más preguntas.
Romag lo miró asustado.
—Usted es médico, ¿verdad?
—Sí.
—¿Trabaja para la policía?
—No.
Al salir del colegio, los ojos de Victoria Duprat los siguieron en busca de explicaciones.
—Necesito tiempo —se excusó Mastermann. Ella asintió desafiante.
—Nunca pensé que investigar fuera algo tan difícil —confesó Luigi.
—Lo es, pero en este caso, nadie nos ha mentido: Alea jacta est.
Ya comenzó a hablar en difícil —pensó Luigi resignado. Su nuevo jefe tenía tantas excentricidades detrás de esa máscara de hombre aburrido...
La suerte está echada, era la traducción.

ESTÁS LEYENDO
Mister Master en: Suicídame
AventuraUn médico aburrido es empujado por las circunstancias, a descifrar los entramados de una asesinato en la Argentina de los años '20. Un relato con mucho humor, donde la muerte pasará casi desapercibida.