IX

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Esa tarde, tras depositar el féretro en el cementerio, médico y ayudante volvieron a la casa Mastermann.

Ambos estaban muy cansados, y Luigi solo pensaba en lo mucho que disfrutaría un tazón de sopa y una cama. Ni se imaginaba que, al llegar, su metódico amo le daría tarea para varias horas más. Tal vez, el amo no habría tomado esa determinación, si su ayudante se hubiese mantenido callado en el viaje de regreso. En vez de eso, Luigi Novara indagó, elucubró, vociferó en contra de Horacio, sacó conclusiones precipitadas, y Mastermann no tuvo otra alternativa que alejarlo para tener un poco de silencio que le permitiera pensar con claridad.

Debía  acomodar sus libros por fecha de publicación, los elementos de trabajo de menor a mayor y las historias de los pacientes que había visitado en los últimos quince días, por número. Refunfuñando, se aprestó a cumplirla, y mientras lo hacía, volvió a pensar en la posibilidad de casarlo con la directora, porque odiaba ordenar. Aquella bonita mujer era soltera, ya no cabían dudas, él mismo había corroborado que no tenía anillos.

A las diez de la noche todas las luces que brillaban en casa de Mastermann se apagaron para disfrutar la cama. En el palacio de la calle Arribeños doña Úrsula lloró un rato, hasta caer también en un profundo sueño.

A la mañana siguiente muy temprano el doctor se levantó con la idea fija de ir a la escuela de Clara. Repasaría sus notas para ordenar su cabeza antes de salir, pero la clave estaba en recabar más información. El café negro reposaba sobre un mantel níveo, masculino y sobrio como su dueño.

Mientras lo sorbía, leía y pensaba: «El asesino es hombre, el móvil era esconder el reciente embarazo de Clara. Ella nunca se mostró con ningún pretendiente; eso significaba que su madre no lo aprobaba, o era de una clase social más baja —aunque esta parte la descartaba después de la declaración de Julia—. Sabía con certeza que se trataba de alguien importante y, según sus propias deducciones, era mayor, tal vez, casado. El cochero no estaba descartado, después de la revisión de Luigi a su pantalón. Esa importante suma podría significar un plan aún mayor, pero nada parecía tener asidero. Si planeaba algo con Clara, ¿por qué matarla? Habría usado a la criatura para casarse y obtener su fortuna... María, la lavandera era sospechosa, en caso de que fuera un triángulo amoroso no consentido por ella. Hasta aquí las pistas de Luigi. Nada podía descartarse, era mejor investigar».

Por otro lado, estaba Raúl, el hijo del herrero. «Si su madre trabajó en el palacio Arteaga, puede que efectivamente fueran buenos amigos, y parecía muy conmovido; sin embargo, no me extrañaría que hubiera algo más... Los crímenes se cometen por dinero o por celos en la mayoría de los casos».

Y al final, tenía sus propias pistas, los hombres que verdaderamente le resultaban sospechosos: «Estoy casi seguro de que el asesino se encuentra entre estos los profesores de geografía, lengua o historia.

En el cuerpo, noté algunas señales interesantes a las que me remitiré luego, y quedan estas iniciales, R. C., en las que encaja Raúl, aunque nada lo moviera a matar a la chica, él también era pobre y casarla lo hubiese vuelto rico... No, no, no. Necesito más información. Debo ir a la escuela de inmediato».

Cuando Victoria Duprat los vio entrar a su colegio, supo que algo no andaba bien.

Mastermann lucía un hermoso traje gris, y su sombrero pequeño lo volvía sofisticado. Luigi a su lado, vestido de un marrón oscuro, caminaba algo gracioso y parecía más grueso que la tarde anterior.

—Señorita Duprat —Mastermann extendió la mano para saludar.

La directora dudó. Miró su brazo, a Luigi, de nuevo a Mastermann y devolvió el saludo con un gesto de absoluta sorpresa.

Mister Master en: SuicídameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora