Carlos Romag era inocente. Todos lo habían escuchado, y el doctor Richard Mastermann estaba decepcionado. Tomó una pequeña pelotita de golf de gutapercha que descansaba cerca de su escritorio y comenzó a apretarla mientras pensaba. Su criada le sirvió la cena, y en la penumbra Luigi pudo notar el gesto reservado de alguien que calcula cada detalle.
«¿Quién querría matar a Clara?», se preguntaba repasando los datos. Hasta las ocho estuvo con su amigo Raúl; a las ocho y media comió; desde las nueve hasta las nueve y media estuvo con doña Úrsula; luego se fue a acostar. A las diez y cuarto Romag la descubre atontada y muriendo.
—¿Qué pasó ente las nueve y media y las diez y diez?
El formol, solo el formol es la respuesta. Sabemos que fue un hombre grande, que estuvo esperando afuera, tal vez cerca del jardín de invierno, que puso formol para que Clara no gritara, y que necesariamente tenía que saber sobre el pacto suicida. Pero si Clara iba a morir en manos de Romag, ¿por qué adelantársele y matarla? Masterman recorrió todas las farmacias de las cercanías para preguntar quién había adquirido formol recientemente. Le dieron varias descripciones de personas que repasaba, cuando, a media noche, Mastermann se enteró por Radio Nacional, cuando interrumpieron la música clásica, que Carlos Romag se había suicidado.
—Novara —llamó Mastermann. Luigi, que ya dormía, se despertó y salió con su pijama a rayas y su gorro con pompón—. ¿Usted duerme así? —preguntó a punto de reírse.
—Me lo tejió la mia mama —se excusó restregándose los ojos. ¿Qué quería ahora su amo?
—Como sea —dijo tratando de restar importancia a su ridículo sirviente—, Romag se ha suicidado.
—¿Cree que seremos los responsables?
—Eso seguro. Remordimos su conciencia.
—¿Significa que era culpable? —Preguntó Luigi rascándose la cabeza.
—No, no lo era, simplemente cumplió su parte del pacto.
—¿Habrá dejado alguna carta?
—Nada que nos interese, él ya estaba fuera de juego —aclaró mientras se alejaba a su habitación.
Esa noche Richard Masterman dio vueltas y más vueltas hasta que al amanecer su cerebro le dio la respuesta:
—¡Claro! Debí haberlo notado antes, estamos buscando a alguien que guarda oscuros sentimientos contra los Quin de Speratto. Debo ir a casa de doña Úrsula, sé exactamente quién mató a Clara —le confió a su servidor mientras se vestía con premura. Luigi lo seguía sin entender ni media palabra. ¿Cómo podía saberlo?
—El asesino es don Cosme —disparó el médico. Doña Úrsula lo miró incrédula.
—Pero si ese hombre no mataría a una mosca.
—En circunstancias normales no, pero don Cosme siempre ha abrigado un resentimiento muy hondo por la familia Quin de Speratto. Hace unos días, cuando Raúl estuvo aquí mirando fotos con Clara, se llevó una en la que aparecía él y su familia, doña Úrsula.
—Recuerdo ese día —masculló la mujer, que parecía mucho más avejentada que los días anteriores.
—Al mostrársela a su padre, este notó lo evidente, y dispénseme por esto si usted tampoco lo sabía, doña Úrsula, la madre de Raúl, la difunta doña Marta tenía amoríos con su esposo. Basta observar la forma de la cabeza de Raúl y la de su marido para determinar que este caso es congénito con una prevalencia de uno en ochocientas personas, es herencia pura.
Doña Úrsula se hizo para atrás como si una fiera estuviera por atacarla.
—¡Oh, por Dios! ¿Qué está diciendo? —la mueca desencajada de la dueña de casa contrastaba con la exaltación del médico por haber obtenido la verdad.
—Don Cosme, discutió con su hijo por este hecho hasta las nueve de la noche. Caminó hasta esta casa, en el trayecto, entró a la farmacia, en la que obtuve la declaración de compra del formol. El formaldehído es uno de los compuestos orgánicos básicos más utilizados por la industria química, dado su gran poder antiséptico, desinfectante y conservante, pero en este caso, lo usaría como tranquilizante; cruzó el patio con el pasto recién cortado, y como no es una persona que deba cuidar nada en su casa, no reparó que debía limpiarse los pies antes de pisar en la alfombra. Además, sus zapatos de herrero tienen una punta muy distinta a la que usamos el resto de las personas, dejando una huella muy particular. Se paró cerca del pasillo, esperó a que la señorita Clara regresara de su habitación, madame, y para que no gritara, puso formol en su nariz, pero como desconoce las proporciones, no alcanzó para dormirla durante mucho tiempo. Le clavó una daga hecha por él, tal vez, pensando en que alguna vez la usaría con usted —doña Úrsula se espantó más—, pero el dolor que le generaría la muerte de su hija sería el mismo que él sufría en carne propia sabiendo que Raúl no era su hijo. Ha sido «ojo por ojo», como dice la Biblia.
—¿Usted está tratando de decirme que mi marido tenía amoríos con Marta y que por eso don Cosme se vengó de mí?
—Sí.
—Necesito mis sales, me da el soponcio... —se abanicó—. Pero hay algo que no entiendo, si usted dice que Clara estaba tirada en el piso, ¿cómo apareció tapada en la cama?
—No creo que quiera saber esta parte —declaró el doctor.
—Una Arteaga no soporta los secretos, quiero saberlo todo. ¿Qué puede ser peor que un hijo ilegítimo con una criada? —las palabras de la mujer estaban cargadas de un odio infinito.
Mastermann la miró, como diciéndole: «Esto puede ser peor», pero siguió al fin:
—Clara despertó, se encontró en su habitación con su amante. Ambos tenían un pacto suicida porque Clara estaba embarazada de su profesor de historia que, a la sazón, era diputado de la Nación. Él mismo que se ha suicidado anoche cumpliendo al fin su parte del plan, acuciado por la culpa.
La mujer no sabía si podría respirar después de recibir semejante noticia
—No puedo creerlo —alcanzó a decir, masticando las palabras y tomándose el pecho. Estaba azorada, tragaba con dificultad y no bajaba la vista fija que mantenía en el doctor. Esto tenía que ser una broma de mal gusto—. ¿Significa que el único heredero de mi fortuna es el hijo del asesino de mi hija, que es un bastardo?
—Así me temo, madame.
Úrsula se mostró vencida. De pronto, todos sus años cargados de valores aristocráticos y costumbres ancestrales se derrumbaron sobre ella.
—Cosme... haré que se pudra en la cárcel por lo que hizo —alcanzó a decir, como si ese hombre que también había sido engañado, tuviera que pagar por todos los males cometidos, propios y ajenos.
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Mister Master en: Suicídame
AdventureUn médico aburrido es empujado por las circunstancias, a descifrar los entramados de una asesinato en la Argentina de los años '20. Un relato con mucho humor, donde la muerte pasará casi desapercibida.