Luigi vio que su amo tomó rumbo hacia Caseros, y él tenía orden de desaparecer. El frío reinante no se opacaba con el triste sol de ese día. Levantó un poco el cuello de su campera de paño, puso las manos en los bolsillos y pateó una piedrita. Caminando despacio, llegó hasta la esquina, donde había un bar, y notó que pertenecía a un viejo italiano, algo calvo y regordete, porque repartía su idioma natal en cada frase. Se le ocurrió que tal vez podía tomar una rica grapa que le devolviera el alma al cuerpo, y enfiló como para entrar. Una grapa a las diez de la mañana lo calentaría y ya se le hacía agua la boca; pero, buscó y rebuscó en sus bolsillos sin éxito: Ni un céntimo.
—Porca miseria —dijo sin más y, resignado, arrancó un yuyito que cortó de una medida normal y se lo metió en la boca como para morderlo. Necesitaba pensar qué iba a hacer el resto del día, cuando escuchó de fondo el timbre del recreo. Suspirando, apoyó uno de sus pies a un árbol, y fue en ese instante que notó que el profesor de lengua salía con unos libros bajo el brazo. La campera de cuero cara, una bufanda marrón rojiza y los zapatos italianos confirmaban lo que él había escuchado decir a la directora. No cabían dudas de que este hombre era soltero y se tiraba todo el sueldo en el guardarropa. Roberto Cornejo salió con su cabeza en alto, tarareando una canción. Su aire sofisticado lo llevaba con una soltura que Luigi era incapaz de entender. Miles de veces, él había practicado ser sofisticado de manera natural, pero al parecer, había ejercitado demasiado poco, porque nunca había pasado de parecer un tonto. Cornejo habló con una persona en la esquina, justo al frente de Luigi, que se apretó tanto el sombrero para que no lo reconociera, que casi lo rompió.
Luego de despedirse de manera cordial, Cornejo se dirigió hasta su casa. Durante quince cuadras, Luigi lo estuvo siguiendo. No conocía esta parte de la ciudad, por lo tanto, tendría que prestar mucha atención para poder regresar. Aquí las calles se estrechaban y los comercios dejaban de ser los protagonistas para dar paso a grandes bloques de hormigón de estilo francés, donde vivía la gente acomodada, pero no rica. El barrio era hermoso, con hileras de árboles a ambos lados de la calle, los techos negros y las paredes blancas podían bien simular cualquier alrededor de París. Sin embargo, Luigi, no tenía idea de dónde se encontraba. El ejercicio, y las más de tres horas sin probar bocado le rugieron en el estómago. Esperó hasta ver dónde entraba el profesor, y se dijo que después pensaría la manera de comer. Estudiaría primero las fachadas, porque si no lo hacía, temía no poder volver, y aquí las calles no tenían nombre escrito todavía. Sobre una calzada, un edificio de estilo francés decorado con flores de cemento y puertas redondeadas; sobre la otra, de la misma altura, pero con una puerta rectangular y unos balaustres que descansaban cual centinelas, sobre el techo. Hubiera querido preguntar el nombre de las calles, pero por el momento prefería no llamar la atención porque no sabía cuánto tiempo se quedaría allí.
Alguien estaba cocinando carne al horno, y el olorcito llegaba hasta las entrañas de Luigi, que le decían: «Ve, ve hacia la carne asada». Novara pensó que había perdido al profesor de lengua apenas entró a su hogar, uno de cuatro apartamentos que se escondían en la fachada de una señorial casa de poca antigüedad. Volvió a encontrarlo cuando observó que abrió el espeso cortinado y se puso a comer algo ligero, y luego leyó a la luz que entraba a través de su gran ventanal francés.
—Cualquiera puede leer con la panza llena —dijo Luigi refunfuñando. Cerca de allí debía de haber alguna escuela primaria, porque pasado el mediodía comenzaron a pasar decenas de niños enfundados en su guardapolvo blanco. Luigi no podía pensar en nada más, su estómago se lo impedía; divisó a una nena rubia con corte carré, que caminaba comiendo un gran sándwich, y se le hizo agua la boca. «Todos comen, menos yo, Mastermann debería haberme dado algo de dinero». Se ubicó en sentido contrario y la chocó.
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Mister Master en: Suicídame
AdventureUn médico aburrido es empujado por las circunstancias, a descifrar los entramados de una asesinato en la Argentina de los años '20. Un relato con mucho humor, donde la muerte pasará casi desapercibida.