XIII

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Mastermann seguía muy serio, dando vueltas al asunto. Repasaba datos:

—Estoy seguro, Novara, que es Carlos Romag el que acabó con la vida de Clara.

—Pero usted dijo que le había parecido sincero en su declaración...

—Y eso es precisamente lo que no me cierra.

Luigi se quedó pensativo un segundo, y luego, como si se le hubiese ocurrido la mejor de las ideas, expresó:

—Si pudiéramos hablar con Clara, qué fácil se haría todo...

Mastermann levantó las cejas asintiendo y dio un respingo cuando su ayudante sumamente excitado gritó:

—¡Ya sé!, ¿por qué no hacemos revivir a la señorita Clara? —Mastermann creyó que su ayudante había enloquecido—. ¡Claro! Montamos una escena donde la directora se haga pasar por ella y que Romag confiese.

A Mastermann le llevó unos cinco segundos evaluar pros y contras...

—Lo haremos —dijo al fin—. Necesito que vaya a esta dirección y concierte una entrevista con un coterráneo suyo, el señor Federico Valle.

Luigi se quedó de una pieza.

—¿Usted conoce a Valle? Soy su gran admirador.

—He atendido a su mujer un par de veces, y me debe un favor.

Cuando el mismísimo Federico Valle tomó su recado, Luigi no podía creerlo.

—He visto todos sus filmes —las palabras le salieron a borbotones.

Sin darle demasiada importancia, Valle sonrió.

—Dígale al doctor que allí estaré.

Cuando Luigi entró al lugar concertado, hizo un silbido de admiración. No imaginaba que sería esa confitería que estaba de moda: «La ideal». Aquel lugar tenía unos techos que invitaban a mirarlos todo el día.

—¡Qué hermoso!

Podía decirse que ese era el día más feliz de su vida, estar con un cineasta reconocido mundialmente y en semejante bar con fama del café más rico. «Creo que ya no me importa tener que acomodar todo lo de Mastermann por tamaño y color si tengo estas posibilidades», pero cuando su pensamiento iba a posarse en el riquísimo café acompañado con alguna exquisita tarta de fruta que iba a saborear, Mastermann lo interrumpió:

—¿Ve esa decoración? —su voz sonaba acusatoria—, arañas francesas, sillones checoslovacos, vitrales italianos, boiserie  tallada artesanalmente en las escaleras, cristal biselado para las vitrinas...

—Sí —respondió, como si fuera el más rico pastel para comer.

—Le advierto que aquí no respire, porque no alcanzará su vida para pagar si rompe algo. Se quedará parado a un costado sin musitar palabra. ¿Me entendió?

Novara bajó los hombros vencido. No podía creer en su mala suerte. Lo ponían en penitencia.

Federico Valle llegó muy locuaz.

—Pero si es mi buen amigo el doctor Mastermann, ¿cómo van esas partidas de whist?

—He salido derecho, la suerte no me persigue últimamente.

—Ya volverá, no se preocupe —dijo sacándose el saco y acomodándolo en el respaldo bajo la atenta mirada de Novara.

Pidieron un café, a Luigi se le hacía agua la boca y parecía inquieto, mirando todo de reojo, pero se contuvo, escuchando que su amo preguntaba a su ídolo:

Mister Master en: SuicídameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora