I.

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Si pudiera desear algo, lo que sea, hubiera pedido no nacer omega, o de preferencia no nacer en este mundo, en este lugar... en este infierno.

Las colonias son lugares de mata o muere. Allí no hay opción para los omegas ni alfas, si quieres sobrevivir solo hay una manera, obedecer y dejar que te usen y cuando somos enviados ahí es el fin de nuestras vidas.

Mientras a los omegas y alfas no les llegue el celo todo está bien y somos mantenidos en los aviarios, pero cuando llega, es momento del traslado y te llevan a una colonia. En ese lugar sólo servirás para procrear, serás una incubadora y nunca, jamás podrás escapar. Ese es el destino para un nosotros, para mí, en este infierno.

A mis dieciocho años, mi celo aún no aparecía, incluso los doctores empezaron a pensar que no era un omega. Por un momento creí que tenía una oportunidad de salir de mi destino asegurado, pensé que tal vez hubo un error cuando me hicieron mi examen y ahora podría librarme de todo ese miedo, pero la idea no duró mucho. Un día me dio mucha temperatura, mi cuerpo se sentía caliente, nada me podía tranquilizar, mi primer celo fue realmente horrible. Por lo general, un alfa sólo se siente mareado y un poco agitado, pera para un omega, es como cuarenta soles ardieran dentro de ti, una de las peores partes de ser pertenecer a este género.

En el momento que llegó mi celo, la suerte que tenía se me había agotado y después de esos tres días, sabía que ya no podía salvarme, me había asegurado un boleto directo a una colonia.

La mañana que me sacaron del aviario hacía frío, estaba nevando. Me costaba creer que la primera vez que saldría del cuarto en donde estuve toda mi vida, sería la última. Nunca me gustó estar encerrado y cuando mi examen dio positivo para posible omega, el miedo de estar ahí se agrando.

Para distraerme imaginaba como sería el mundo, con prados verdes y montañas nevadas, lugares cálidos y lugares fríos. Aprendí a leer a corta edad y una vez tomé un libro de botánica que hallé en la repisa, hablaba más que nada sobre las flores. Mencionaba su importancia y lo necesarias que eran para que el ecosistema no decayera, las encontré fascinantes y me sentí un poco identificado con ellas. Pensaba que de cierto modo los omegas éramos algo así como las flores, creía que éramos importantes y ayudábamos a la supervivencia de nuestra especie, lamentablemente mi realidad era muy diferente.

Me di cuenta de ello por la manera en la que éramos tratados, siempre menospreciados, como si tuviéramos una enfermedad contagiosa y una vez que supe lo que nos hacían en las colonias a las que éramos enviados, empecé a creer que ser un omega era una maldición y me odié a mí mismo por ser uno. Odiaba mi naturaleza y el futuro que me esperaba, en lo que tenía que convertirme para sobrevivir. Aún con todo eso, anhelaba mi libertad, una que tal vez nunca conseguiría.

Cuando salí del aviario inhalé por primera vez aire puro, penetraba mis pulmones y salía vapor de mi boca. Observé todo a mi alrededor, el frío no me molestaba, estaba descalzo y podía sentir la nieve bajo mis pies, me emocioné mucho. Después llego un doctor, supongo que un enviado de la colonia, y me dijo que le diera mi brazo para que me colocara en chip de rastreo, obedecí y me inyectó. Me preguntó mi nombre, pero no sabía cómo responder, no recibías nombre, sólo un código con el que te identificabas para las revisiones. Si eras beta te daban un nombre cuando eras enviado con una familia, pero en el caso de omegas y alfas no podemos tener ese privilegio. Yo ya llevaba muchos años en el aviario y el personal me apodó Thai, pero para mí siempre fue un apodo y ni si quiera sé si es mío. El doctor seguía esperando mi respuesta, no creo que afecte que me apropie de ese nombre...

—Me llamo Thai— le dije en voz baja.

Me sentaron en una silla de ruedas y me ataron las muñecas a ella, me puse un poco tenso y nervioso, pero no podía resistirme, luego dijo que contara del cien al uno. Cuando llegué al noventa y ocho empecé a sentir como mi cuerpo se entumía y me empezó a dar mucho sueño, lo que me inyectaron no fue un chip, sino sedantes.

Desperté a medias, me sentía mareado, el efecto de los somníferos aún no pasaba. En el poco tiempo que pude mantenerme despierto observé que me llevaban a algún lugar en la parte trasera de un camión de carga, pero no resistí y me volví a quedar dormido.

Después de un par de horas mi mente había empezado a funcionar, podía ver y pensar, pero el resto de mi cuerpo no se movía, todavía estaba entumido, esta clase de sedantes funcionan así, no era la primera vez que los usaban en mí, sabía que mi cuerpo iba a tardar en despertar en promedio un día. Hicimos una pequeña parada y abrieron la puerta del camión, unos tipos vestidos de blanco metieron una caja mediana con un sello que decía "confidencial" en los cuatro costados, estaba cerrada con cadenas y candados, la pusieron en un rincón muy escondido, los de blanco bajaron y arrancamos. El camino era largo, al menos quería sentirlo así, no sabía cuándo llegaríamos a nuestro destino y tampoco quería saberlo.

En eso escuche que uno de los conductores dijo que harían una parada en una cúpula, que es donde recargan energía para que lo autos se muevan y no son difíciles de encontrar, hay en todos lados. No podía moverme, la puerta sólo se abre por fuera y de seguro hay dos escoltas de guardias blancos cuidando el camión, ni de chiste podría escapar... espera, ¿acaso pensé en escapar? No, no, creía que ya había aceptado que me iría a la colonia, pero... ¿en verdad quiero eso?...

Llegamos a la cúpula y uno de los chóferes bajó del auto para conectarlo a la base y recargar energía. Empezaba a sentir que mi cara se desentumía un poco, pero mis piernas y brazos aún no.

Cuando el señor se alejó más del auto, el otro también bajó, llevaba todo el camino silbando una estúpida canción, incluso su compañera estaba harto, pero no me había dado cuenta de lo aterradora que era hasta que abrió la puerta del camión y se acercó lentamente hacía mí, con una mirada depravada, luego se arrodillo.

—Hola— me dijo con una sonrisa que mostraba sus repulsivos y amarillentos dientes.

Mi cuerpo se empezó a enfriar del miedo, tenía un mal presentimiento...


PROYECTO OMEGAVERSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora