III.

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No podía creer lo que veía, en verdad pensé que me había dejado a mi suerte.

—¿Por qué sigues aquí? — le dije seriamente— Dijiste que si quería salir lo hiciera por mi cuenta— entonces extendió sus brazos hacía mí.

—Dame tus manos te ayudaré a sentarte— se los di y me haló para enderezarme.

Después intenté abrocharme la bata, por desgracia mis dedos seguían muy torpes y no podía meter los botones. Al ver que me estaba costando mucho trabajo Se puso en cuclillas y empezó a abrocharme la bata.

—Dios, pareces un niño pequeño— dijo él. Yo aparte la mirada, me sentía un poco avergonzado. Podía verle su cabello, se veía sedoso y me dieron ganas de tocarlo, pero controle el impulso, no quería que esto fuera más incómodo de lo que ya era.

—¿Y bien? — le insistí en que me respondiera mientras terminaba de abrocharme la bata.

—Sólo te dije que salieras por tú cuenta, pero nunca dije que no te esperaría aquí a que salieras, y además tenía curiosidad de que decisión tomarías, si quedarte ahí o moverte— terminó de abrocharme— ahora respóndeme tu a mi... ¿por qué decidiste moverte?

Ya sabía la respuesta a esa pregunta, ahora la tenía más claro que nunca.

—Quiero vivir—dije yo.

Entonces soltó una carcajada, me molesté bastante, yo estaba hablando en serio y el sólo se burla, así que tome nieve del lugar en donde estaba sentado y se la arroje a la cara, él se protegió con sus manos, supongo que no lo veía venir.

—Jajaja, oye tranquilo, no me burlo de ti, es sólo que me pareció una excusa bastante peculiar.

—¿Qué tiene de malo querer vivir? — dije molesto.

—Nada, en realidad es buena razón. En fin, me alegra que te hayas decidido mover, significa que no eres de los que se quedan de brazos cruzados— dijo mientras sacaba un estuche negro de un maletín.

—¿A qué te refieres? — pregunté yo.

—Veras hoy en día sólo hay dos bandos— decía al mismo tiempo preparaba que una jeringa, la cual había sacado del estuche, con una ampolleta que tenía un líquido café la cual también tomó del estuche— o eres parte del sistema o apoyas la rebelión— dio dos golpes a la jeringa— respira hondo— y me colocó la inyección en el abdomen bajo.

Sentí un ardor como si me estuvieran quemando vivo, gritaba y me retorcía del dolor, la sensación duró como dos o tres minutos. Después empecé a percibir como circulaba la sangre por mis piernas, significaba que se estaban desentumiendo y comencé a moverlas.

—¿Qué fue lo que me pusiste? —dije algo enojado.

—Suero de abeja reina africana— y me mostró la ampolleta que tenía eso inscrito— sirve para desentumir los músculos y nervios del cuerpo.

Él se giró de espaldas mientras guardaba el estuche en el maletín de nuevo. Yo intenté levantarme, mis piernas tambaleaban y temblaban, parecía animal recién nacido. Una vez que medio pude mantenerme de pie intenté caminar, pero una de mis piernas falseo mientras el chico volteaba de nuevo, y sin querer caí sobre él, logró atraparme antes que me fuera contra el suelo. Me sostuve de su hombro y su brazo, colocando mi cabeza sobre su pecho, pude escuchar sus latidos y como se aceleraron un poco. Sentí mi cara volviéndose a sonrojarse y a mi corazón latir muy, muy fuerte. Alcé la mirada y le pedí disculpas, en eso noté como sus mejillas estaban un poco ruborizadas también, se veía algo lindo, así que sólo sonreí. Apenados los dos, sólo apartamos la mirada.

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