23. Cuerdas

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Creía que las cuerdas que rodeaban los cuellos de los tres culpables eran rojas. Tal vez era la falta de sueño o tal vez la sed de venganza. Tal vez lo fueran y hubieran sido trenzadas con mis pensamientos.

En algún momento de mi vida me arrepentí de haberle quitado la vida a alguien, pero ahora no lo hacía. Sentía que la muerte de aquellos tres culpables y el destierro de los otros diez era una manera de hacer justicia por todo lo que había pasado. Y, si bien era que diez de ellos iban a escapar de allí, pronto estarían muertos igualmente.

Todos los presentes no quitaban los ojos de Jon, permaneciendo en la máxima quietud como si hubieran aceptado un voto de silencio. Sus labios se movían al ritmo de unas palabras que no éramos capaces de llegar a escuchar, y mi corazón dio un vuelco cuando los pasos de Jon se detuvieron delante de Olly.

Era sólo un niño lleno de dolor porque aquellos hombres del Pueblo Libre que iban a aliarse con la Guardia de la Noche eran los mismos que habían matado a sus padres. Tal vez era cruel por desear su muerte, pero algo irrefrenable dentro de mí me empujaba a sentirme así hasta el momento en el que vi caer los hombros de Jon.

Se había rendido y había escondido la cola entre las piernas como hacía Fantasma cuando estaba asustado.

Antes de darme cuenta, mis pies estaban parados delante de la escalera que subía al altillo donde Jon enfrentaba a Olly.

"No me arrepiento" dijo el niño, levantando la mirada. "Y tampoco me arrepiento de haber matado a aquella salvaje. Por su culpa estoy aquí."

La piel de Jon palideció tres tonos ante la mención de la chica, y millones de dudas acompañadas de un nudo en el estómago me hicieron salir corriendo de allí, acercándome a la esquina más cercana para dejar que lo poco que había comido en el día ensuciase el suelo. Limpié mis labios de mala manera y corrí hacia las escaleras que me llevaban a la biblioteca de Aemon.

Recordaba cuidar algunas plantas cuando era pequeña. Eran las únicas que me dejaba tocar de las tantas que tenía y las únicas que irónicamente seguían allí. Dos de ellas estaban completamente secas, las otras tres, aunque mustias, seguían soportando el frío.

No me molesté en cerrar la puerta, me acerqué al rincón donde estaba el pequeño macetero de mentha spicata y arranqué una hoja para meterla en mi boca y masticarla hasta que la presión de mi mandíbula me distrajo del sentimiento de traición. Le había prometido que me quedaría a su lado y, en vez de eso, había huido porque no soportaba el sabor a vomito en mi boca.

Pero,
¿quién era ella?
La chica de la que Olly había hablado. La chica que Jon no podía olvidar. Tal vez del Pueblo Libre. La misma a la que aquellos hombres hicieron referencia cuando volví después de mi parada en Invernalia.

"Jon estuvo con los salvajes; los conoce" me dijo Sam aquel día.

"Hay que ver cómo atrae el Lord a las salvajes. Debe ser por eso que le interesan tanto". Escuché decir a aquellos que planeaban desde un principio el ataque a Jon.*

¿Por qué me importaba tanto? De todas maneras era tan inalcanzable y atrayente como una estrella.

Entonces, un golpe seco retumbó en las paredes. El chirrido de las sogas tambaleándose. Y supe que los tres habían muerto a manos de las cuerdas rojas que había trenzado.

Lady Invierno | Juego de TronosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora