26. Orígenes.

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"¿Crees que por lo menos ese hombre será de tu gusto? Quiero decir, no puede superar la belleza salvaje de los que hemos sido besados por el fuego pero..."

"No, no lo es" le interrumpí. Llevaba todo el camino hablando y al paso que íbamos tardaríamos más de lo previsto en llegar. "Y aunque lo fuera, está loco."

"¿Y quién no?" Su pregunta se quedó sin respuesta. Me negaba a darle pie a otro siglo de conversación. "¿Te he visto alguna vez?"

Giré mi cabeza, frunciendo el ceño incrédula. De verdad que no se cansaba de hablar.

"¿Has sido prisionera nuestra? ¿O...?"

"Por los Dioses, no, no y no. ¿Sabes mantener la boca cerrada?"

La brusquedad de mis palabras le pilló con la guardia baja, y sólo por un instante, pensé que había conseguido que se callase.

Pero no.

"Tienes rasgos del Pueblo Libre. Y tu actitud es..."

"Irascible, lo sé. Y, si pudiéramos pasar lo que nos queda de viaje sin hablar, te aseguro que lo estaría muchísimo menos."

"Nah, lo cierto es que es divertido hacer enfadar a una mujer. Pero, joder, norteña, te hace falta una buena berga. Te aseguro que con eso se irán todos tus problemas."

Casi se me salen los ojos de las cuencas.

"Sí, bueno, tus problemas también desaparecerán cuando entiendas que las mujeres no sólo existimos para follar."

Estiré de las riendas del caballo para que parase su paso y así poder bajarme. Tal vez, y sólo tal vez, podría persuadirle de que se diera la vuelta y regresase al Muro. Ya me había acompañado lo suficiente.

"Eso ya lo entiendo. Sólo tienes que mirar el ejército que he traído conmigo y contar que la mitad son mujeres." Espetó. Escuchando su voz enfadada por primera vez desde que partimos.

Me limité a no contestarle. Saqué una manta de una de las bolsas que colgaban del animal, la coloqué en el suelo y me senté, esperando quedarme congelada allí para siempre. Por fin había un silencio prolongado, pero esta vez fui yo la que lo rompí cuando sus ojos clavados en mí se convirtieron en dagas.

"¿Quieres dejar de mirarme?"

"Claro, norteña" se mofó.

"No soy norteña."

"¿Y de dónde eres si no?"

Dirigí mi vista al suelo, entrelazando mis manos. Puede que tuviera las respuestas sobre mi pasado justo delante de mí, y después de haber esperado tanto tiempo, no estaba segura de si quería saberlo.

"No conocí a mis padres."

"¿Y cómo llegaste a vivir en el Muro?" Mis ojos se entrecerraron inquisitivamente. "Los hombres hablan. Sé que te criaste allí."

"Me encontraron, Aemon me encontró."

"¿Dónde?" Dijo, acercándose a mí e hincando una rodilla en el suelo para estar a mi altura, una mirada alarmante en su rostro. Y si no supiera que su palidez era natural, juraría que ahora era unos tonos más claro.

"Me abandonaron en la puerta cuando era un bebé."

"¿Aquí o al otro lado?" La desesperación se desprendía de su cuerpo a borbotones, como una herida mal cerrada. Tiró el hacha en la nieve, el arma hundiéndose con rapidez en el espesor blanco. Sus manos se aferraron a mis brazos y me zarandeó mientras volvía a preguntarme lo mismo. "Dyanna, ¿aquí o al otro lado?"

Lady Invierno | Juego de TronosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora