prologo

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 Sofía.

Siempre temí las noches en las que llamaban a mi padre fuera de la ciudad. Eso significaba quedarme a solas con Camilla. Mis amigos nunca entendieron por qué le tenía miedo. No podía esperar que lo comprendieran. Solo veían el lado de Camilla que veía mi padre. Una esposa obediente, dedicada a su única hija. No sabían que cuando la casa quedaba en silencio, a excepción de su respiración y la mía, emergía una mujer diferente. El recuerdo más temprano que guardaba de ella era un ojo verde espiándome a través de una cerradura. Las puntas de su flequillo castaño le rozaban las pestañas mientras me miraba fijamente, sin parpadear. Se quedaba callada cuando lo único que yo deseaba era oírla hablar. Que me tranquilizara diciendo que abriría la cerradura del armario antes de medianoche, cuando, según ella, los monstruos vendrían por mí. Aunque los monstruos nunca venían, y ella tampoco. Todavía recordaba la oscuridad de aquella noche, que pareció interminable. Recordaba el frío y la cuchillada de dolor en los dedos cuando los introduje en la cerradura, haciendo todo lo posible por abrirla con mis pequeños dedos. Pero la cerradura era antigua y el metal del interior estaba afilado. Acabé haciéndome un corte. Profundo. Cuando Camilla me encontró por la mañana, había manchas de sangre en las paredes de color crema. Me sacó del armario, me castigó y las repintó antes de que volviera mi padre. Después de eso, se aseguró de cambiar la cerradura por otra hecha de un metal más blando. Cuando comencé el colegio la veía menos. Noté cómo mi padre me animaba a pasar cada vez más tiempo con los Hudson, viejos amigos de la familia. Entonces, cuando cumplí nueve años, finalmente envió a Camilla lejos de nosotros. Ni siquiera recuerdo haberle dicho adiós, y nunca la visité. Mi padre pensó que era mejor que no lo hiciera. Se había derrumbado y había perdido la cabeza, dijo. Pero me tranquilizó argumentando que los médicos de su hospital psiquiátrico eran de los mejores del mundo. La verdad, nunca sentí la necesidad de seguirle la pista. Después de que ella se marchara, pensé que tendría la oportunidad de vivir una vida normal. Esperaba que, con ella fuera de escena, mi padre pasaría más tiempo en casa y nuestra relación mejoraría. Pero cuando Camilla se fue, él también se fue. Sus viajes de negocios empezaron a alargarse más y más hasta que, al final, la casa de los Hudson se convirtió en mi hogar permanente. Después de eso, la única vez que supe de mi padre fue cuando llegó un cheque por correo. Incluso entonces, estaba dirigido a Lyle Hudson. A veces suponía que me había abandonado porque le recordaba demasiado a Camilla. Nunca tuve ocasión de preguntárselo. A medida que pasaban los años y empecé el instituto, a menudo pensaba en las últimas palabras que me dirigió Camilla. Me dijo que esperaba que la vida me sirviera la porción de sorpresas que me correspondía. Cuando cumplí diecisiete, creía que la vida ya me había servido una porción muy grande, mucho más de lo que cualquier persona tiene que soportar en toda una vida. Pero entonces conocí a Derek Novak. Y, de repente, me sentí como si hubiera vivido la vida más predecible del mundo. Ciertamente, él era una sorpresa mucho más grande...

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Sombra de vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora