sofía.

42 0 0
                                    

 Abrí los cajones de mi dormitorio, rebuscando cualquier cosa que pudiera ponerme en lugar de ese vestido largo de seda. La ropa que había allí era aún peor. Vestidos cortos de cóctel y más lencería de encaje. Lo único un poco informal que encontré fue una sudadera con capucha que parecía extrañamente fuera de lugar. Mientras sentía cómo la sangre palpitaba en mis venas, agarré la sudadera y corrí al baño. Examiné la encimera de mármol y abrí un armarito colgado sobre el lavabo. Cualquier cosa ligeramente afilada me serviría. Mis ojos se detuvieron en un cepillo de dientes, un tubo de pasta de dientes y un par de pequeñas tijeras de uñas. Tomé las tijeras, me senté en el borde de la bañera y las clavé en la tela de mi vestido para hacer un agujero. Era bastante fina, y no me costó mucho esfuerzo cortar todo el largo. Arrojé la tela que había cortado a la bañera y me miré al espejo. Me peiné recogiendo mi pelo en un moño alto atado con una goma que encontré en el armarito. Tenía la piel más pálida que nunca y los labios resecos. Encontré bálsamo para los labios en un cajón lleno de maquillaje, y lo extendí sobre mis labios, esperando que aliviara las dolorosas grietas. Ya no podía perder más tiempo allí. Cada segundo que permanecía en aquella habitación era un segundo menos para escapar antes de que Derek decidiera ir a controlarme. Era desconcertante lo perfectamente equipada que estaba la habitación para una mujer. Todo lo que necesitaba parecía estar allí... ¡incluso toallitas íntimas! Me preguntaba cuántas habitaciones como esta habría en total en los dominios de Derek. Y cuántas chicas habrían estado en esa habitación antes que yo. Deslicé los pies en el par de zapatillas de plástico que encontré en la esquina cerca del lavabo y caminé con suavidad, tan en silencio como pude. Me puse una mano en la boca para acallar mi respiración entrecortada y levanté la otra hacia el pomo de la puerta. Lo giré y sentí alivio al comprobar que no me había encerrado. Cuando salí, casi había decidido dejar la puerta abierta, por si hacía ruido al cerrarla. Pero pensé que, a la larga, probablemente me iría mejor si la cerraba, por si alguien pasaba por el corredor de camino a otra parte del apartamento y atraía innecesariamente su atención. Nada más cerrar la puerta, me deslicé hacia adelante. Me detuve al llegar a un distribuidor del que partían cuatro pasarelas. La boca se me quedó seca cuando me di cuenta de que no recordaba por cuál había llegado. Me apresuré por la pasarela más alejada de la izquierda, rezando para haber elegido la correcta. No tenía tiempo para perderme en esa casa tan extensa en lo alto de un árbol. Casi había recorrido la mitad de la pasarela cuando me quedé helada y me tiré al suelo. Una de las chicas caminaba por una pasarela paralela a la mía portando una copa de sangre. Parecía que no había advertido mi presencia. Sentí una necesidad momentánea de atraer su atención, quizá de invitarla a intentar escapar conmigo. Pero habría sido como un ciego guiando a otro ciego. Cuando llegué al vestíbulo, volví a dejarme caer al suelo y repté por él mirando a mi alrededor. Las manos me temblaban cuando me aferré a la manija de la puerta y la empujé hacia abajo. Estaba firmemente cerrada. Con llave. Registré la habitación. «La llave. Necesito la llave.» El corazón se me encogió al pensar que probablemente la única llave que había estaba en poder de Derek. Tanteé las ventanas del vestíbulo e intenté abrirlas. También estaban cerradas con llave. Me apresuré hacia la cocina y empecé a buscar por los cajones. Los Hudson siempre guardaban las llaves en los cajones de la cocina... Entonces me fijé en la ventana sobre el fregadero. Estaba abierta. Me subí a la encimera con cuidado de no hacer ruido y abrí un poco más la ventana. Luché para reprimir un estornudo cuando la fuerte fragancia de las hojas de las secuoyas me llenó la nariz. El corazón me martilleaba en el pecho al mirar hacia abajo, a la abrupta caída. Miré a mi izquierda, donde comenzaba la terraza, a un metro de distancia. Había una cornisa estrecha bordeando el ático, de apenas el tamaño de mi pie. Pero no había tiempo para el temor o para pensar. Escalé a través de la ventana y me descolgué. Las piernas me temblaban al intentar agarrarme a la cornisa con los pies. Me deslicé todo lo que pude hacia la izquierda mientras todavía me mantenía aferrada al alféizar de la ventana de la cocina. Pero pronto llegué a un punto donde debía soltarme. Tenía que arriesgarme a saltar en ese momento o no lo haría nunca. Así que salté. Me golpeé las manos al intentar aferrarme a la barandilla, y después la solté. Si no hubiera sido por la rama que había bajo el balcón, sobre la que aterricé justo en el ángulo adecuado, la caída me habría matado. Agarrándome a la rama para salvar la vida, logré balancear las piernas e impulsarme hacia la barandilla. Mis piernas parecían haberse convertido en gelatina y todo mi cuerpo era una ruina temblorosa, pero tenía que darme ánimos para seguir hacia adelante. Me arrastré por la barandilla y me dejé caer sobre las tablas del suelo. Mientras me recomponía, descubrí algo que había al otro lado del balcón y que no había notado antes. Parecía un ascensor. Me apresuré hacia él y entré. Solo había dos botones: arriba y abajo. Me pregunté por qué se molestaban en tener ascensores, si ellos podían salvar esas alturas sin esfuerzo de un salto. Supuse que era para el uso de los esclavos humanos. El descenso en ese ascensor me procuró no menos tensión que balancearme en la rama. No tenía ni idea de lo que me iba a encontrar cuando llegara abajo. La puerta se abrió. Salí e intenté ver en la oscuridad. Cuando no encontré nada a la vista, empecé a correr. No podía ir por el camino de tierra, no fuera a ser que me topara con alguien, y no me quedó más remedio que correr a través de la maleza. No pasó mucho tiempo antes de que me empezaran a salir ampollas en los pies debido a las zapatillas de goma, y las afiladas hojas y zarzas me arañaban las piernas. Apreté los dientes. Tenía que soportar el dolor. No podía parar. No tenía ni idea de cuánto tiempo había transcurrido, suponía que unas dos horas. Ciertamente, daba esa sensación. Empezaba a sentir que mi corazón se acercaba al agotamiento. Por fin apareció un claro. A través de él, la pálida luz de la luna se filtraba e iluminaba el bosque. Llegué a trompicones a la pradera cubierta de hierba. Entonces me tambaleé hacia atrás y el corazón me dio un vuelco. Unos metros más allá había un muro imponente. Lancé una mirada al bosque. Y luego volví a mirar el muro. «No puedo retroceder y tampoco puedo seguir hacia adelante.» Aunque las piernas me pedían un descanso a gritos, me forcé a caminar hasta el borde del muro. «Si hay una forma de entrar, tiene que haber una forma de salir.» Repetí esas palabras para mis adentros una y otra vez, como en una plegaria. Entonces una ramita crujió detrás de mí. —¡ Jonas! —dijo una voz en un tono demasiado agudo para un hombre. Otra voz más áspera y profunda respondió: —A mí me parece la cena, Evan. «No.» Dos figuras surgieron entre las sombras de los árboles. De repente, fui consciente de la sangre que manaba de mis arañazos. Me había convertido en carnaza para aquellas criaturas. Basándome en las ropas que llevaban (el mismo atuendo negro con blasones rojos de los vampiros que nos escoltaron la noche anterior), supuse que ambos eran guardias. —¿ Qué haces aquí afuera, tan lejos en una noche tan oscura? —inquirió Evan. —Dar un paseo —mentí—. Mi amo me dijo que podía. Me sentí enrojecer. —¿ De verdad? ¿Ahora? —Esta vez era Jonas el que hablaba—. ¿Y también te dijo que te llenaras de sangre y estuvieras lista para convertirte en su desayuno mientras paseabas? —¿ Quién es tu amo, preciosa? —Ahora Evan estaba justo a mi lado. Levantó la mano y me agarró el pelo, inspirando profundamente. Estaba a punto de decirle que era una posesión de Derek Novak y que dañarme sería un gran error, cuando habló Jonas. —¿ A quién le importa? Cualquiera que camine más allá del bosque y llegue a la fortaleza está a nuestra merced. Estoy seguro de que su dueño nos dará las gracias por enseñarle una lección a esta esclava insolente. Su dedo recorrió uno de los arañazos de mis piernas, extrayendo más sangre con una de sus protuberantes garras. Gemí de dolor. Él olfateó la sangre y sonrió antes de probarla. —Dulce. —La respiración de Evan se aceleró. De repente, parecía inquieto—. A lo mejor no deberíamos tocarla. ―Pero todavía tenía los ojos fijos en mí y, con la mano que tenía libre, me recorrió el brazo en toda su longitud. Dominada por la adrenalina, me vino a la memoria el recuerdo de una lección de autodefensa a la que asistí una vez con Ben. Dejándome caer al suelo, balanceé una pierna por debajo de Jonas, haciéndole perder el equilibrio. Aprovechando la sorpresa de Evan, retrocedí y corrí hacia el bosque. Apenas había recorrido unos metros cuando ambos me alcanzaron. Jonas me agarró por la cintura y forcejeó conmigo para tirarme al suelo. Evan me sujetó los brazos mientras Jonas me agarraba los pies. —Has cometido un gran error, querida —dijo Jonas con una sonrisa burlona. Sacó los colmillos y yo cerré los ojos, tratando de ser fuerte. Supuse que gritaría de dolor en cuanto sintiera sus colmillos clavándose en mí. Sin embargo, sus manos se aflojaron. Cuando abrí los ojos, vi surgir a unos pasos de mí una silueta imponente que agarró a los dos guardias por el cuello. Derek Novak. —¿ Alguno de vosotros ha probado su sangre? ―inquirió Derek con voz amenazadora. La forma en que se elevaban sus hombros y sus músculos se ensanchaban al ritmo de su respiración me decía que estaba tratando de controlar su cólera desesperadamente. —Alteza, y-yo no quería... —Jonas temblaba tanto que apenas podía entender sus palabras—. No sabía... Lo que ocurrió a continuación fue completamente diferente a cualquier cosa que hubiera presenciado jamás, ni siquiera en la pesadilla más aterradora. Derek soltó el cuello de Jonas y, sin dudarlo un solo instante, le clavó las garras en el pecho. La carne se desgarró cuando Derek arrancó el corazón de Jonas, que todavía latía. Sentí las rodillas aún más débiles y, finalmente, caí al suelo. Entonces Derek se giró hacia Evan, que estaba soltando chillidos histéricos de disculpa. —Cállate —ordenó Derek. Evan no tardó ni un segundo en cerrar la boca. ―No toques jamás lo que es mío —gruñó Derek―. Sofía Claremont es mía. Quien le haga daño responderá ante mí. ¿Comprendido? Evan asintió con la cabeza. —Por supuesto, M-Majestad. Derek soltó la garganta de Evan y el guardia se escabulló lejos del príncipe. Arrojó el corazón al suelo y, a continuación, se frotó las manos manchadas de la sangre de Jonas en la camisa del guardia muerto. Se levantó y, finalmente, sus ojos se detuvieron en mí. Pensé en retroceder, pero en seguida comprendí que era inútil. Estaba agarrotada por el miedo. —Levántate, Sofía. Me puse en pie, tambaleándome. Suponía que iba a sufrir algún tipo de castigo doloroso. Sin embargo, lo descubrí mirándome las piernas con los ojos llenos de preocupación. Extrajo una daga que llevaba escondida en la manga. Me quedé mirándola, preguntándome si la iba a utilizar para darme una lección de alguna clase. Pero no. La usó para cortarse la palma de su propia mano. —¿ Qué estás

haciendo? ―No podía apartar los ojos de la sangre que se derramaba por su mano. —No deberías haber intentado escapar. —Levantó la mano y la dirigió directamente hacia mi boca—. Bebe. Los ojos se me abrieron de par en par al mirar la palma de su mano, sucia y sangrienta. —No puedo. —Lo harás. Te curará los arañazos —insistió―. Si te llevo de vuelta a Las Residencias con todos esos arañazos, te convertirás en una diana andante para cada vampiro con el que nos crucemos. Le lancé una mirada de incredulidad, preguntándome si también él quería beber mi sangre.

—Bebe, Sofía —repitió, esta vez con voz más severa—. La palma de mi mano cicatrizará en un par de segundos. No me obligues a cortarme de nuevo. Le miré la palma, incapaz de creer lo que estaba a punto de hacer. Sujeté su muñeca con una mano y sus dedos con la otra. Nada más tocarle, la boca se le crispó. Tragué saliva antes de hacer lo impensable: empecé a chupar la sangre de su mano hasta que el tajo que se había autoinflinjido se cerró. Retrocedí con el sabor a cobre de su sangre abrumando mis sentidos. Tuve que reprimir el deseo de vomitar. —Bien —dijo, a la vez que me limpiaba con su manga el líquido rojo que me goteaba por las comisuras de los labios. Revisé los arañazos de mis piernas. Tal y como dijera, habían desaparecido todos. Todavía no podía hacerme a la idea de que acababa de beber sangre, la sangre de un vampiro. Ni siquiera sabía que tuvieran sangre. Derek se acercó más y frotó su pulgar contra mi mejilla. —¿ Estás bien? Me quedé quieta, con los ojos clavados en el cuerpo del guardia que estaba en el suelo. —Lo has matado —dije. Derek dejó escapar un profundo suspiro, y una expresión estoica se apoderó de su rostro. —Tenía que convertirlo en un ejemplo. El otro guardia se encargará de que todo el aquelarre sepa que no debes sufrir ningún daño. De este modo estarás más segura. Además ese había probado tu sangre. Tenía que morir. Continué mirándolo, asombrada. —Iba a matarte. Había probado tu sangre, Sofía. Dudo que tuviera suficiente autodominio para abstenerse de devorarte del todo. ―Derek arqueó las cejas―. Por la expresión de tu cara justo cuando estaban a punto de hundir sus dientes en ti, estoy seguro de que no habrías podido convencerlos para que no se alimentaran de ti como hiciste conmigo. Los recuerdos de la noche anterior me inundaron la mente. Recordé el conflicto interior que había dejado traslucir Derek cuando me levantó contra esa columna. Era evidente que no había ningún conflicto de esa clase en el vampiro que acababa de matar. De repente, descubrí que Derek me intrigaba mucho. Era una paradoja, una contradicción andante. Me desconcertaba cómo podía cometer un acto tan violento sin dudarlo y al momento siguiente ser amable conmigo. Sentí cómo sus ojos recorrían todo mi cuerpo. —Llevas horas corriendo, ¿verdad? Asentí mientras me mordía el labio. —Aunque hubieras pasado el muro, estás en una isla. A no ser que puedas nadar varios kilómetros entre tiburones para regresar al continente, no hay forma de salir de aquí. Antes de que pudiera responder, me tomó en sus brazos y, en cuestión de minutos, estábamos de vuelta en el ático. Me llevó a mi dormitorio y me tumbó en la cama. —Tomaremos el desayuno en media hora. Date un baño y ponte algo de ropa que no sea eso. ―Miró directamente a mi vestido rasgado. Antes de dar media vuelta, preguntó: —¿ Necesitas algo? «Tengo que salir de aquí.» Hice una mueca de negación. Inclinó bruscamente la cabeza y se dirigió a la puerta. Se detuvo justo cuando iba a abrirla, me miró fijamente a los ojos y me lanzó una última advertencia. —Si intentas escapar, lo único que arriesgarás será tu vida, Sofía. Así que hagámoslo fácil. No vuelvas a intentarlo jamás.

Sombra de vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora