Derek.

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    A pesar de todos mis esfuerzos, seguí mirándola fijamente. Estaba sentado a la mesacontemplando a Sofía moverse por la cocina con un vaporoso vestido amarillo querealzaba perfectamente su figura. Se estaba preparando el desayuno: dosrebanadas de pan que introdujo en un artilugio al que llamó tostadora. Tomó unfrasco de mermelada de bayas y un poco de mantequilla del "frigorífico dedos puertas" que, aparentemente, era un armario de refrigeración para lacomida. Mientras untaba mantequilla sobre una rebanada de pan, levantó los ojospara encontrarse con los míos. Abandonó lo que estaba haciendo y me contemplócon detenimiento. Me resultaba bastante perturbador que me mirara de aquelmodo. No alcanzaba a comprender por qué. «Solo es una chica, Novak. ¿Cuándo teha alterado tanto una chica?» —¿ Qué? —pregunté. —Le dijiste al guardia que eratuya. No lo soy. Admiré su audacia. Me hablaba como si fuera mi igual; nunca serefrenaba de decir lo que pensaba y, sin embargo, lo hacía con una graciafemenina que encontraba encantadora. Debatí en mi interior si debía responder asu declaración. Ella era mía. Era la simple verdad y no importaba cuánto legustara creer que las cosas eran distintas, seguían siendo así. Suspiré y lodejé pasar. «Que crea lo que quiera.» —Aquí nunca es de día. ¿Por qué? ―Cambióde tema, dándose cuenta de que no iba a obtener una respuesta de mí. —Elhechizo de una bruja mantiene alejada la luz del sol. —Miré por la ventana—.Aquí, en La Sombra, es de noche para siempre. No he visto el sol en quinientosaños. Cuando levanté la vista para mirarla, la expresión de sus ojos medesconcertó. Parecía como si tratara de ver a través de mí, como si meestuviera estudiando. —¿ Tienes quinientos años? —preguntó después de unapausa. Negué con la cabeza. —Tengo dieciocho. Siempre tendré dieciocho. —¿ Esaes la edad que tenías cuando... te convirtieron? Asentí con un gesto. —¿ Quiénte convirtió? Desconcertado por el aluvión de preguntas, me puse de pie.—Primero tomemos el desayuno. Me alivió que no siguiera haciendo preguntascuriosas. Tomó su plato y me siguió hacia la zona de comedor. Sonreí cuandoencontré una copa de sangre esperándome en la mesa. Ella se quedó mirando lacopa mientras se sentaba. Descubrí que me divertía la expresión de su cara y mesenté enfrente, al otro lado de la mesa. Probé un sorbo de la copa. Ella meobservaba con los ojos abiertos de par en par, con una mezcla de fascinación yterror. —Nunca me acostumbraré a esto —murmuró. —¿ Acostumbrarte a qué?—preguntó una voz profunda desde una esquina de la sala. Sus ojos se dirigieronrápidamente hacia el lugar del que provenía la voz, pero a mí no me hizo faltamirar para saber quién era. —Lucas —dije con voz monótona. —Mataste a unvampiro, a un guardia. —Lucas miró a Sofía con curiosidad—. Por ella. —Te hasenterado. —Evan lleva toda la mañana gritándolo a los cuatro vientos. ―Lucastomó asiento al lado de Sofía. No hacía falta mucha perspicacia para notar quese sentía incómoda cerca de él. Conociendo a mi hermano, no me habríasorprendido que ya hubiera intentado algo con ella. Lucas fijó la vista en ellamientras pasaba un brazo por el respaldo de su asiento. —¿ Y qué tiene Sofía,por muy deslumbrante que sea, que valga la vida de uno de los nuestros, Derek?—Es mía —repetí, mirándola directamente―. El guardia la asaltó, probó susangre. Se lo merecía. La cara de mi hermano se crispó. «¿ Desea a Sofía?»―Comprendo que eso podría haber sido un problema. Esa chica tiene algo que haceque se nos antoje a los vampiros. ―La mirada de Lucas viajó de su cara a sucuello―. Ese hombre no se habría podido resistir. La lujuria era inconfundible.Prácticamente la estaba desnudando con los ojos y me di cuenta de que Sofía lonotaba por la forma de sentarse, inmóvil y tensa. Quería patear a mi hermanopor los suelos, pero con eso solo conseguiría que Sofía se granjeara su ira. —¿Por qué estás aquí, Lucas? Aquello devolvió su atención hacia mí. —Por muchoque me gustaría decir que te echaba de menos, hermanito, la verdad es que no esasí —suspiró—. Vivienne me pidió que te invitara a una gira por la isla elpróximo viernes, concretamente para hablar detenidamente de todo lo que teperdiste mientras estuviste dormido. Ahora que has despertado, debes saber aqué te enfrentas. Hice un gesto de asentimiento, aunque se me retorcía elestómago. Agradecí que mi hermana me diera al menos un tiempo para serenarmeantes de sumergirme de nuevo en los asuntos de la isla. Lucas hurgó en subolsillo buscando algo y lo arrojó en mi dirección. Lo atrapé y lo miré.Parecía algún tipo de pizarra de metal. No tenía ni idea de para qué servía. —¿Qué es esto? —Es un teléfono celular. Se usa para llamar a gente o enviarlesmensajes de texto. Un dispositivo de comunicación. Seguro que tu amorcitoadolescente puede enseñarte a usarlo. Frotó el dorso de su mano contra lamejilla de Sofía. Ella se estremeció ante su tacto. Eso, por supuesto, divirtióaún más a Lucas. Yo hervía de furia en mi interior. Me agarré al borde de lamesa. —Te agradecería que no la tocaras. Como ya dejé claro esta mañana, no megusta que los demás enreden con lo que es mío. ―Había un tono afilado en mi vozque mi hermano conocía muy bien. La expresión de diversión de la cara de Lucasdesapareció y la atmósfera se tornó tensa. —Y si sigo tomándome libertades conella, ¿qué harás, Derek? ¿Te levantarías contra tu hermano por ella? Sabía queestaba poniendo a prueba mis lealtades, pero yo también sabía jugar a esejuego. Deseaba creer que, después de todo, aún éramos caballeros. —Ten esagentileza conmigo, Lucas. No sé por qué, pero me siento atraído por ella.Considérala tu regalo para mí. Lucas se echó atrás. —Es lo más apropiado,supongo —logró decir después de una pausa—. Después de todo, yo la encontré.Dedicó una última mirada a Sofía y retiró el brazo de su asiento. Su atenciónse concentró en mí. —¿ Y qué tienes planeado hacer con mi regalo? Por la formade mirarme, deduje que también Sofía deseaba conocer la respuesta a esapregunta. —Todavía no lo sé.    

Sombra de vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora