sofía.

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Supuse que, desde el momento en que vi a Tanya correr hacia nosotros con su escueto bikini dorado, ya sabía que había perdido mi oportunidad con Ben. Al menos durante esas vacaciones. Cuando Ben me buscó más tarde esa noche, fue para informarme de que se había reconciliado con Tanya y estarían juntos los tres próximos días, tras los cuales ella volvería a California. Lo había invitado a ir a una excursión de buceo durante tres días lejos de la costa de México, partiendo a la mañana siguiente temprano y volviendo el último día. Mientras me lo contaba, todo lo que yo podía hacer era impedir que se me quebrara la voz y me temblaran los labios de decepción. Intenté mostrar tanta tranquilidad como pude. Tres días. Eso significaba que no estaría para mi cumpleaños. En sus ansias por liarse de nuevo con la rubia, obviamente lo había olvidado por completo. Y yo no se lo recordé. Ben ya había dejado clara su elección: Tanya era más importante para él que yo. Dudaba mucho que alguna vez olvidara el cumpleaños de Tanya. Y, ¿realmente podía culparlo? Al fin y al cabo, yo siempre había estado ahí, en la sombra. Él estaba atrapado conmigo todo el tiempo. Mientras que Tanya era una piedra preciosa que quizá no tuviera mañana. Gracias a mi padre, no era como si tuviera más lugares a donde ir. Imaginaba que en lo más profundo de su interior Ben lo sabía, e incluso aunque no lo hiciera intencionadamente, lo pensaba en su subconsciente y afectaba a sus decisiones y su conducta hacia mí. Los tres días siguientes transcurrieron lentamente. Al tercer día, supongo que debía estar agradecida porque al menos Lyle y Amelia no se olvidaron de mi cumpleaños. Me llevaron a almorzar a un restaurante que elegí yo y pidieron un pastel. Me sentí mal porque estaba demasiado deprimida para comer mucho de cualquier cosa. Pasé el resto del día con Abby en la playa. Lyle y Amelia estaban tumbados en la playa leyendo y se unían de vez en cuando a nosotras para construir el típico castillo de arena. Aquella noche me excusé temprano, no deseaba más que la soledad de mi habitación. Logré aguantar todo el día pero, al meterme en la cama aquella noche, no pude evitar que las lágrimas se deslizaran por mi cara. Traté de evitar imaginarme qué había estado haciendo Ben con Tanya todo ese tiempo. Mientras, yo estaba ahí atrapada con Abby y sus cinco años por toda compañía. Allí tumbada, intenté convencerme a mí misma de que era más difícil acordarse de las fechas durante las vacaciones, ya que no había una rutina que seguir. Los días parecían fundirse entre sí. Pero era mi cumpleaños. Yo era su mejor amiga. No debería haberse olvidado. Di muchas vueltas en la cama aquella noche, incapaz de dormir. Siempre dormía con tapones en los oídos para reducir los ruidos a los que era tan sensible, pero aquella noche incluso con los tapones más gruesos me encontraba inquieta y no había ningún signo de que fuera a quedarme dormida pronto, aunque me pesaban los ojos por haber llorado. Solo quería que el sueño me llevara para alejar los recuerdos del día y, con algo de suerte, me trajera un mañana más brillante. Pero no pude. Seguía pensando en Ben. Y su ex rubia enfundada en su bikini. Era cerca de la medianoche cuando sentí una mano suave tocándome el hombro. Adiviné que era Ben, así que me quedé quieta como una muerta, con los ojos cerrados como si estuvieran sellados y pretendiendo dormir. Sentí unos dedos suaves apartándome el pelo de la cara. —Lo siento, Sofía —susurró. No sabía si había adivinado que estaba despierta o si simplemente se sentía tan culpable que necesitaba disculparse en ese momento, tanto si estaba despierta como no. Abrí los ojos y alcé la vista hacia él. Y deseé no haberlo hecho. Sus ojos, de un azul de ensueño mirándome con preocupación, me hicieron anhelarle aún más. Retiré las sábanas y, sin decir una palabra, salí al balcón. Apoyada en la barandilla y con la vista puesta en el suelo, sentí a Ben aproximándose por detrás. —No sé cómo se me olvidó. —Está bien —repuse con voz queda, temerosa de que, si hablaba más alto, la voz se me quebraría. —No, no está bien. Ya veo que no lo está. Tengo que compensarlo de alguna manera. Me puso las manos sobre los hombros y me dio la vuelta para verme la cara. La voz se me quedó atrapada en la garganta. Deseaba ardientemente explicarle, allí y en ese momento, a qué tortura me estaba sometiendo con Tanya. Sentí como si los labios me picaran, pidiéndome que lo soltara todo. Y después podría hacer lo que quisiera con mi declaración. Pero seguía siendo una cobarde. Seguía pensando en lo hermosa y perfecta que parecía Tanya con Ben. Sentía como si jugáramos en distintas ligas. Así que corrí. Al sentir las lágrimas anegándome de nuevo los ojos, entré como un rayo en la habitación antes de que Ben pudiera reaccionar. Todavía tenía puesto el bikini, que se había secado horas antes con el sol de la tarde. Aunque la brisa nocturna era fresca, no quise detenerme más, por si Ben me agarraba e intentaba detenerme. Tomé un pareo y me lo puse sobre los hombros; salí de la habitación, me lancé por el corredor, bajé las escaleras y salí del edificio. Cuando llegué a la playa aceleré, sintiendo cómo la arena me golpeaba los talones mientras corría. Traté de ignorar mis pensamientos y me dejé envolver por la noche. El romper de las olas tranquilizó mis oídos. La piel me temblaba con cada soplo de suave brisa veraniega, y el olor del salitre me llenó la nariz. Perdí la noción de cuánto tiempo estuve corriendo. Cuando se me cansaron las piernas, reduje la velocidad y comencé a caminar. Me sumergí en el océano hasta que el agua me cubrió por la cintura. Tumbada de espaldas, floté y contemplé las estrellas. El agua parecía ayudar a calmarme los nervios, aunque no apagaba el fuego de mi pecho. Cerré los ojos, dejando que el mar me llevara a la deriva un poco más lejos. Deseaba que aquel instante durara para siempre. Me sentía tan ligera, adormecida... Me incorporé abruptamente al sentir un viento frío soplando sobre mí, muy inusitado para Cancún. Me devolvió a la realidad. «No debería estar fuera sola tan tarde.» Supuse que, a esas alturas, Ben probablemente estaría buscándome por la playa. Salí del agua y volví a ponerme el pareo. Miré a ambos lados de la playa. Fijé la vista en las cálidas luces del complejo vacacional que brillaban en la distancia. Aunque deseaba quedarme más tiempo, comencé a caminar de vuelta. Con suerte, el paseo y el baño en el mar me permitirían quedarme dormida rápidamente y me sentiría mejor por la mañana. Quizás incluso me parecería que había reaccionado de forma exagerada. Recogí las sandalias y empecé a trotar. Di un salto cuando una voz profunda habló detrás de mí. Las sandalias se me resbalaron de las manos. —Buenas noches. Estaba alarmantemente cerca. Había mirado por toda la playa hacía solo unos momentos y no había visto a nadie. Me giré y los ojos se me abrieron de par en par al observar al extraño. No había palabras para describir con justicia lo sorprendente que era aquel hombre. Era casi hermoso. Sus ojos eran los más brillantes que había visto jamás, de un azul intenso en crudo contraste con su piel pálida y su pelo oscuro. Su altura, sus hombros anchos y su cuerpo esbelto me recordaban a Ben, pero su presencia era mucho más imponente que la de mi mejor amigo. Posé los ojos en la cara del desconocido. Me estaba inspeccionando con tanta atención como yo a él. Inquieta, di un paso atrás. —No tenía intención de asustarte —dijo, con una sonrisa jugueteando en sus labios. —No pasa nada —murmuré, desviando los ojos de él. Recogí mis sandalias, lo rodeé y reanudé mi camino de vuelta al hotel. Centré la mirada en el distante tejado del edificio y aceleré el paso en cuanto el hombre estuvo a dos metros detrás de mí. Volví a recorrer la playa con la mirada. Me había alejado demasiado del área principal para que hubiera gente en los alrededores, y ahora lo lamentaba profundamente. —¿ Cómo te llamas? Su voz sonó otra vez demasiado cerca. Lo suficientemente cerca para saber que me estaba siguiendo. Esta vez no me detuve para girarme y verle la cara. Había algo extraño en aquel hombre y no deseaba quedarme para descubrirlo. Pero parecía que sí me iba a quedar, tanto si me gustaba como si no. Una mano fría me agarró por el brazo y me retorció el cuerpo para situarme frente a él. Me taladró con sus ojos azules mientras me mantenía quieta en aquel lugar. —Te he hecho una pregunta. —Aléjate de mí —jadeé. Todavía tenía libre la mano derecha, sujetando las sandalias, y se las lancé a la cara. Las esquivó con una rapidez y agilidad que no había visto nunca antes en un hombre. Me sujetó la mano derecha, arrojando lejos las sandalias. Le lancé una mirada de odio. Respondí, solo con la esperanza de que me dejara ir: —Sofía. Sus ojos se encendieron. Tomó mi cara entre sus manos, pasando su pulgar por mi barbilla. —Sofía. Un placer conocerte. Agarró la insignia que me había dado Abby horas antes, y que todavía llevaba prendida en el pareo. Decía "Feliz 17 cumpleaños". Su sonrisa pareció ensancharse. Estaba a punto de gritar pidiendo ayuda pero, de repente, las sensaciones que me rodeaban me dominaron. Oía las olas, sentía la arena, olía el salitre, podía saborear la barra de labios de cereza ChapStick que llevaba en los labios, y captaba la apariencia de maníaco del desconocido, cuando me clavó una aguja en el cuello. El efecto fue instantáneo. Apenas podía jadear, y mucho menos gritar. Pasé de sentirlo todo a no sentir absolutamente nada. Mi último pensamiento fue que quizá nunca volvería a ver a Ben.

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Sombra de vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora