Sofía.

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Su mano estaba tan fría... Un escalofrío me recorrió el brazo desde la mano hasta el codo. No alcanzaba a comprender por qué hacía eso, tomarme de la mano. Pero, por extraño que parezca, el gesto me trajo consuelo cuando más falta me hacía. Mientras nos dirigíamos hacia dondequiera que estuvieran los dominios del príncipe, mantuve los ojos abiertos tratando de buscar un modo de escapar. Acabábamos de abandonar El Valle y ahora nos conducían hacia otro bosque tenebroso, aunque estaba segura de que aparecería un claro de algún tipo que nos mostraría otro aspecto de La Sombra que me dejaría asombrada. Sin embargo, en ese momento no había nada a la vista, a excepción del mismo bosque oscuro iluminado únicamente por las antorchas que portaban los guardias: altos árboles y rocas bordeaban el sendero de tierra y había matorrales de espinos dispersos aquí y allá. Mis pensamientos vagaron hacia las personas que había visto en El Valle. Era sencillo ver la diferencia entre los vampiros y los humanos. Siempre había imaginado a los vampiros vestidos de cuero negro ajustado o con largos abrigos negros, pero llevaban ropa de diseño recién salida de las páginas de Vogue. Los humanos, sin embargo, llevaban uniforme: sobretodo gris de algodón para los hombres y guardapolvo de algodón blanco para las mujeres. Estaba claro que la mayor parte del trabajo lo realizaban los humanos, mientras los vampiros paseaban por el lugar o pasaban tiempo entre ellos, con uno o dos humanos trotando a sus espaldas preparados para satisfacer su más mínimo capricho. Estaba bastante segura de que nosotros, los humanos, éramos la mano de obra que mantenía ese lugar en funcionamiento. Éramos el sudor y la sangre de La Sombra. Mientras nos arrastraban más allá de El Valle, vi cómo un vampiro golpeaba a un joven en la cara y lo tiraba al suelo. Me habría gustado hacer algo. Pero solo podía mirar. Un rato antes estaba encadenada detrás de los vampiros, cautiva como un animal. Y ahora me encontraba apretando la mano de Derek. Era un instinto, una reacción al recuerdo, pero cuando me di cuenta de lo que había hecho y lo miré esperando su reacción, podría haber jurado que vi gratitud en sus ojos. ―Ya estamos aquí —anunció Vivienne, deteniéndose en medio del bosque―. Bienvenido a El Pabellón, Derek. Fruncí el ceño y miré a mi alrededor. Solo veía troncos de árboles. Derek parecía tan confuso como yo. —No comprendo... —¿ No fue sugerencia tuya que construyéramos Las Residencias en lo alto de los árboles? ―soltó Lucas con una risita. Antes de que su comentario se abriera paso en mi mente, Lucas subió de un salto. Alcé la vista hacia el cielo. Me quedé boquiabierta. Brillando en lo alto de las secuoyas gigantes había una red de casas. Aunque, por lo que podía apreciar desde el suelo, llamarlas casas habría sido una gran injusticia. Eran modernas villas de lujo conectadas por pasarelas cubiertas de cristal y puentes colgantes. Cómo habían sido capaces de construir todo aquello allá arriba escapaba a mi comprensión, pero ahí estaban: lujosas mansiones construidas en árboles. La sola idea de tener que subir allí me aceleró el corazón. Salí de mi asombro en cuanto vi la cara de Derek. Sus ojos se habían suavizado al admirar Las Residencias. —Te acordaste ―dijo con voz temblorosa. Vivienne sonrió. —¿ Cómo podía olvidarlo? Me quedé de pie allí, presenciando el vestigio de afecto y humanidad que había entre ellos. Por un momento, incluso sentí celos de lo que compartían Derek y Vivienne. Veía cuánto se adoraban. No intercambiaron más palabras porque no eran necesarias. Ellos se entendieron y, de algún modo extraño, yo también. Vivienne saltó en el aire, al igual que Lucas unos instantes antes. Entonces me di cuenta de que no había escaleras. Ni siquiera una escalera de mano a la vista. Abrí la boca, preguntándome cómo diablos iba a subir ahí arriba, pero, antes de que me brotaran las palabras, una chispa de diversión brilló en los ojos de Derek. No se molestó en pedirme permiso. Simplemente me rodeó la cintura con sus fuertes brazos y me atrajo hacia él. Antes de que pudiera prepararme para lo que estaba a punto de ocurrir, dio un salto que me dejó intentando recobrar el aliento y me aferré fuertemente a él para conservar la vida. Solo me atreví a abrir los ojos cuando me depositó de pie en lo que parecía una tarima de madera noble. Caminé hasta el borde de una amplia terraza y me encontré contemplando uno de los paisajes más magníficos sobre los que nunca había puesto los ojos. Miles de brillantes estrellas tililaban en el lienzo absolutamente negro que era el cielo. Las estrellas y los rayos de la luna llena eran la única luz que adornaba el paisaje. No me atreví a mirar directamente abajo. Pero adivinaba que ese era uno de los árboles más altos de toda la isla. Un mar de copas se extendía a mis pies a lo largo de kilómetros. Y a lo lejos, en la distancia, surgían las montañas, tan altas que sus cumbres estaban cubiertas de nieve. Casi no podía imaginar lo asombroso que sería el lugar al amanecer. Una ráfaga de viento me golpeó la cara. A pesar de la altura a la que me encontraba, no podía ver el final del bosque. Ni rastro de la costa. Ni la más mínima pista de en qué dirección debía correr si lograba zafarme de las manos de Derek. Me quedé sin respiración. —Es hermoso, ¿verdad? ―La voz de Derek era ronca. Debió pensar que me había quedado muda de admiración. Asentí con la cabeza mientras apoyaba mi peso sobre el pasamanos de madera, intentando distraer mi mente del dolor que me retorcía el estómago. Derek tomó mi mano y me arrastró con él cuando Vivienne y Lucas nos guiaron a sus dominios. —Este es uno de los cuatro áticos que componen El Pabellón, construido especialmente para los Novak —explicó Vivienne mientras abría la puerta de roble de un suntuoso ático—. Hay uno para cada uno de nosotros: tú, Padre, Lucas y yo. Mientras avanzábamos hacia la casa del árbol, me quedé mirando las ventanas gigantes, maravillada. Si lo que sabía de los vampiros era correcto, ¿no pondrían reparos a toda la luz del sol que se colaría por ellas? Ya en el interior, el ático parecía aún más grande. Nos condujeron a lo que supuse que era el salón. Un televisor de pantalla plana, chimenea, cuadros de pintura abstracta sobre las paredes de color crema, sofás de cuero negro... No era precisamente como había imaginado el castillo de Drácula. Dirigí una mirada recelosa a los vampiros que me rodeaban. A pesar mi asombro por la belleza de La Sombra, debía recordar que me encontraba allí en contra de mi voluntad. No podía confiar en ninguno de ellos: ni en Lucas, ni en Vivienne ni, especialmente, en Derek. Había tres entradas a nuestro alrededor, aparte de la que ya habíamos utilizado. Cada una de ellas tenía una puerta de cristal que conducía a otras pasarelas con techo de cristal que llevaban al resto de las estancias del ático. —¿ Y las Élites viven aquí? —inquirió Derek. —Las otras Élites viven en casas en lo alto de los árboles parecidas a las nuestras ―explicó Lucas con una sonrisita—, pero estas, por supuesto, son más lujosas porque, admitámoslo, un Novak se merece solo lo mejor. Lucas me observó con detenimiento. Intenté retroceder un paso, pero las manos de Derek me mantuvieron en el mismo lugar, anclándome a él. —Los áticos de El Pabellón cuentan con más habitaciones de las que puedo recordar —explicó Vivienne—. Está el salón, el comedor, la cocina, una biblioteca, varios baños, una piscina cubierta, una sala de entretenimiento, un cine, el dormitorio principal, varios dormitorios de invitados y las dependencias de tu harén. Hay varias habitaciones que hemos dejado sin tocar, por si se te ocurre algo que te gustaría hacer en ellas. —Una sala de música —dijo Derek. Abrí los ojos. Nunca habría adivinado que sintiera inclinación hacia la música. —Por supuesto. ―Vivienne sonrió―. Me ocuparé de que los exploradores consigan todo lo que necesites. ¿Quieres que te muestre tu dormitorio? Derek hizo un gesto de negación. —Ya me arreglo solo. El corazón se me encogió. La idea de quedarme a solas con él en aquel lugar era inquietante. Intenté liberar mi mano de su apretón, pero me sujetaba con fuerza. Vivienne parecía notarlo, pero no le dio importancia. En lugar de eso, se acercó a su hermano y le dio un abrazo. Derek me soltó la mano para devolvérselo. Retrocedí. Fue entonces cuando noté que Lucas miraba fijamente la mano que Derek acababa de soltar. Parecía que quisiera estrujarla. Cerré los puños y las oculté tras la seda del vestido que llevaba puesto. Los ojos de Lucas recorrieron cada curva de mi cuerpo. Deseaba echar a correr. —Solo faltan unas pocas horas para la mañana. Será mejor que nos pongamos en marcha —dijo Vivienne—. Daré instrucciones a los guardias para que lleven a las chicas a sus dependencias... A no ser que tengas otros planes. Derek sacudió la cabeza. —Llevadlas allí. Excepto a Sofía. Ella se queda en el dormitorio más próximo al mío. Vivienne me dirigió una mirada inquisitiva, como si se preguntara qué tenía yo de especial. Con ella ya éramos dos. —Muy bien. Te veo mañana, Derek ―asintió. En el momento que cerraron la puerta tras de sí, quise alejarme de Derek, pero no podía moverme de aquel lugar. Él se giró, estudiando todo lo que le rodeaba, hasta que su mirada se detuvo en mí. —Estás ahí, de pie. Lo miré con furia. —¿ Qué esperas que haga? —¿ Por qué no me temes? ―Derek empezó a acercarse. Quería correr, de la misma forma que debería haberlo hecho cuando Lucas se me acercó por primera vez en la playa. —¿ Qué demonios te hace creer que no te tengo miedo? —Pensé que a lo mejor eras una de esas chicas. —¿ Qué chicas? —Esas que están fascinadas con nuestra especie. ―Derek se detuvo a unos pasos de mí, casi como si temiera acercarse más―. Chicas que quieren ser como nosotros. —Podría describir a los de tu especie con muchas palabras —le solté—. Pero fascinante no es una de ellas. ¿Es así como crees que sois realmente? Se detuvo, observándome con detenimiento. Movió la cabeza mientras una sonrisa amarga se formaba en sus labios. —No. Nada más lejos de la verdad. —¿ Por qué estoy aquí? ¿Qué vas a hacer conmigo? —Deberías descansar un poco. —No me vas a dejar marchar. Derek negó con la cabeza. —No puedo dejarte ir. Has visto demasiado. Apreté los dientes. «No puedes retenerme aquí para siempre.» Tenía la firme intención de intentar escapar, y me imaginé que por la mañana sería el mejor momento. Mientras recorríamos el camino hacia nuestros dormitorios, me asaltó una certeza: tenía que escapar al amanecer. Pero había subestimado La Sombra y su afición a las sorpresas. Me quedé dormida en una cómoda cama redonda cubierta de pieles, con la esperanza de ver el amanecer de la mañana siguiente a través de las ventanas del dormitorio. Para mi horror, cuando desperté era una noche oscura y profunda.

Sombra de vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora