Derek.

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Nada más tumbarme en la cama con dosel de la habitación que había elegido para mí, el primer pensamiento que me vino fue: «¿ Qué diablos estoy haciendo?» Me acababa de despertar de un sueño de cuatrocientos años. No necesitaba dormir más. En lugar de eso, pasé la noche en la biblioteca con la esperanza de ponerme al día y recuperar el tiempo perdido los últimos cuatro siglos. Encontré información muy importante, aunque apenas había arañado la superficie. Me di cuenta de lo valiosa que me resultaría Sofía para familiarizarme con el mundo tal y como era en ese momento. Tomé la cuarta copa de sangre que me había traído una de las chicas del harén. Un regalo de Vivienne. Cuando la chica, Gwen, entró con la primera copa, no pregunté de quién era la sangre. Simplemente la tragué. Tenía que satisfacer el hambre si quería evitar matar a las chicas que vivían en mi casa. Le ordené que me trajera más. Ella asintió, aunque los labios le temblaban mientras se alejaba de mí. Me pregunté por que no me sentía atraído por ella como lo estaba por Sofía. Era tan agradable a la vista como la pelirroja que dormía en el aposento contiguo al mío y, sin embargo, ese gesto de Sofía en Santuario, cuando tomó a Gwen de la mano para reconfortarla, de algún modo la había consolidado en mi opinión como más valiosa que todas las demás juntas. Cuando terminé la cuarta copa, descubrí que anhelaba comprobar cómo se encontraba mi hermosa prisionera. Me levanté y recorrí una pasarela cubierta de cristal que permitía ver el cielo iluminado por las estrellas. Sonreí. Cora se había apuntado un buen tanto eliminando el sol de La Sombra. Cuando llegué al dormitorio de Sofía, tomé aliento bruscamente. No comprendía por qué estaba tan nervioso. Solo era una chica. Ya había tomado mi ración de sangre. No había motivos para estar ansioso. Llamé a la puerta y esperé. Nada. Llamé de nuevo. —¿ Sofía? Algo iba mal. Abrí la puerta. No estaba cerrada con llave. Por alguna razón, aquello me molestó. «¿ Es tan estúpida como para confiar en un desconocido como yo, un vampiro, y ni siquiera cierra con llave su puerta?» Empujé la puerta y examiné la habitación. No la veía por ninguna parte. —¿ Sofía? ―Entré, y la verdad empezó a abrirse paso. El estúpido había sido yo al confiar en ella. Ni siquiera me había molestado en apostar guardias en la puerta de su habitación. Por supuesto, había escapado. Habría sido tonta de no intentarlo.

cas con*=S

Sombra de vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora