sofia.

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Aquella noche dormí mucho mejor de lo que esperaba. Supuse que era por tener la compañía de Gwen. No me había soltado en toda la noche. Aún me rodeaba fuertemente con sus brazos cuando me desperté a la mañana siguiente. Tuve que separarla de mí. Gwen también parecía de mejor humor. Tenía un ligero rubor en sus mejillas. Nos turnamos para usar el baño y ducharnos antes de vestirnos y dirigirnos a la cocina. Sentí su temblor al acercarnos al salón. Le apreté el brazo. —No pasa nada. Llegamos a la cocina sin encontrarnos con nadie. Revolví por el refrigerador y los armarios buscando ingredientes. —¿ Qué te parecen panqueques? —pregunté. Ella asintió.

—Los panqueques me recuerdan a mi casa. Me ayudó a mezclar los ingredientes. Los cociné mientras Gwen preparaba una macedonia. Teniendo en cuenta que aparentemente los vampiros solo consumían sangre, el refrigerador estaba sorprendentemente bien provisto para las necesidades de un humano. —¿ Cuándo fue la última vez que comiste bien? —le pregunté con la boca llena. Ella sacudió la cabeza. —Desde que llegué aquí he estado totalmente aturdida. En realidad no me acuerdo. ―¿ Dónde te raptaron? —pregunté. —Estaba de vacaciones en Florida con mis padres —me explicó en voz baja. Las lágrimas empezaron a anegarle los ojos con el recuerdo. —¿ Y tú? —Cancún —suspiré. Aunque sentía curiosidad por preguntarle a Gwen más cosas de su vida antes de venir a La Sombra, no quería disgustarla y que nos deprimiéramos las dos. Así que no lo hice. Intenté buscar temas de conversación más intrascendentes mientras terminábamos el desayuno. Me recliné en la silla con el estómago plenamente satisfecho por primera vez desde que llegamos a la isla. Lo recogimos todo y estaba a punto de volver a la habitación con Gwen cuando Derek Novak apareció en la puerta, bloqueando la salida. Llevaba una larga capa negra sobre unos jeans y una camisa. Parecía estar a punto de irse a algún sitio. Gwen se ocultó detrás de mí. Pero no era necesario. Tenía los ojos puestos en mí, y solo en mí. —Ven conmigo, Sofía. —¿ Por qué? Hizo una pausa, con una mirada de impaciencia asomándole a los ojos, como si estuviera decidiendo si molestarse o no en darme una respuesta. Se acercó hacia mí de una zancada y me tomó la mano. —Tengo que enseñarte algo —dijo. Empezó a empujarme hacia fuera de la cocina. —Espera... Gwen. Primero tengo que llevarla de vuelta a nuestro dormitorio. Tiene miedo de ir sola. Derek soltó un bufido de impaciencia. Entonces levantó a Gwen, la cargó sobre su hombro y él mismo la transportó a nuestra habitación. Adiviné que aquello le provocaría a la pobre Gwen otro ataque de pánico. Pero por lo menos ya estaba de vuelta en la habitación. Esperaba que se distrajera con los libros que Derek me había dado mientras yo estaba ausente... donde fuera que quisiera llevarme ese vampiro. Su mano fría envolvió de nuevo la mía al sacarme del apartamento. Cuando llegamos a la terraza, me levantó en sus brazos y, saltando al estrecho pasamanos que bordeaba la terraza, se zambulló en el aire. El estómago se me revolvió. Era cien veces peor que la montaña rusa más brutal. Me quedé completamente sin aliento; era increíble que no vomitara todo lo que acababa de comer. Aterrizó tan suavemente como un gato. Me temblaban las rodillas cuando apoyé los pies en el suelo mientras él se recolocaba la capa. —Gracias por la advertencia —murmuré entre dientes. Él ignoró mi comentario y me levantó otra vez, sujetándome con un brazo por la cintura y con el otro por debajo de las rodillas. —¿ A dónde vamos? No contestó. Tenía la mirada fija al frente y empezó a correr por el bosque. Todo a nuestro alrededor estaba borroso, y lo único que podía hacer era aferrarme a él como si estuviera a punto de ser arrastrada por el viento que nos azotaba, aunque parecía que viajábamos por un bosque muy oscuro. De repente, redujo la velocidad y un ruido de charla me inundó los oídos. Me estiré para ver a un grupo de cuatro jóvenes vampiras caminando hacia nosotros por el bosque. Miraban a Derek con temor reverencial. —Derek Novak. ―Una de ellas se adelantó e hizo una reverencia. Todas las demás la imitaron. A medida que se aproximaban, Derek me apretaba aún más contra su pecho. No me gustó la forma de examinarme de una de ellas. Parecía que yo le irritaba tanto que iba a sacarme los ojos. —¿ Me recordáis, mi Príncipe? ―Una preciosa vampira de cabello negro dio un paso hacia nosotros―. Soy Heidi. Derek miró a la vampira como si no fuera más que una molestia. —Ahora no. La cara de Heidi se avinagró cuando Derek pasó entre ellas, arrollándolas. Me estremecí al notar todas sus miradas fijas en mí. Ya me había ganado la ira de Lucas y quizás también la de Vivienne, a juzgar por la cautela con la que siempre me miraba. Pero tenía la sensación de que me granjearía aún más enemigos mientras fuera la musa del príncipe. Dejando de lado su destreza física, todavía me preguntaba por qué todos lo reverenciaban tanto. Cuando volvió a ganar velocidad, me agarré a su cuello con las manos. Pronto abandonamos el bosque y llegamos a un campo abierto de tierra con numerosas marcas blancas. Derek empezó a caminar hacia un edificio de piedra sin ventanas situado en el límite del campo. Sacó un juego de llaves de debajo de su capa, abrió la cerradura y empujó las pesadas puertas de roble. Me encontré entrando en un salón. Era mucho más grande por dentro de lo que parecía por fuera. Unas tenues antorchas se alineaban en los muros, proyectando sombras sobre paredes y más paredes llenas de armas. Espadas, dagas, incluso algunas armas de fuego. Pero, más que ninguna otra cosa, vi estacas de madera. —Bienvenida a la armería de La Sombra —dijo Derek, mientras se aproximaba a la pared más cercana a nosotros y descolgaba una estaca que parecía especialmente afilada. Me la pasó. La miré con cautela, examinando la punta de aspecto desagradable. —El cuchillo que llevas bajo el vestido es inútil contra los vampiros. Puedes tirarlo. Sentí cómo la sangre me subía a las mejillas mientras él me miraba con firmeza. ¿Cómo lo sabe? Lo único que pude suponer fue que me había visto aquel día en la cocina. Asentí tragando saliva. Metí la mano por debajo del vestido, solté el cuchillo de la parte interior de mi muslo y lo puse en una mesa de madera. ―Si le haces un corte a un vampiro solo conseguirás ganarte su cólera —continuó, levantando la mano hacia otra estaca—. Lo mismo que si agitas un palo delante de un perro rabioso. —Tomó mi cuchillo de la mesa y empezó a afilar su estaca con él—. A no ser que tengas garras y la fuerza necesaria para desgarrar su pecho, la forma más segura de matar a un vampiro es traspasarle el corazón con una estaca. Se puso detrás de mí. Cuando pasó los brazos a ambos lados de mi cuerpo, sentí su pecho contra mi espalda. Cerrando las palmas de sus grandes manos sobre el dorso de las mías, colocó la estaca para que apuntara en un ángulo de treinta grados. Di un paso hacia adelante para alejarme de él y me quedé mirándolo. —¿ Por qué me enseñas todo esto? —Porque no siempre estaré cerca. Me sentiré mejor al dejarte sola si sé que tienes al menos algún conocimiento de cómo defenderte de los de mi especie. Como ya he dejado claro —me miró a mí directamente—, no me gusta que la gente toque lo que es mío. Sus últimas palabras me molestaron. Iba a corregirle otra vez, recordándole que no era suya, pero me cortó. —Vamos —me apremió, agarrándome de la mano y empujándome fuera del salón. Caminó conmigo hasta el campo y se detuvo. Me puso una estaca en la mano y dejó caer la otra al suelo. —Coloca las manos de la forma que te acabo de enseñar. Me quedé mirando el instrumento de madera que tenía en las manos e intenté obedecerlo. —Con más ángulo —dijo, inclinándola hacia arriba—. Así. Se puso más cerca de mí. Me quedé boquiabierta cuando arrojó lejos su capa y se arrancó la camisa. Los músculos de su brazo y de su estómago se tensaron al acercarse a medio metro de mí. Cuando se aproximó hice un movimiento para bajar la estaca, pero él la sujetó en alto. —¿ Qué estás haciendo? —preguntó, subiendo la voz con impaciencia―. Te acabo de enseñar la posición correcta. Mantenla así. Mi respiración se volvió irregular y volví a colocar el arma en posición. Siguió acercándose hasta que el borde afilado de la estaca arañó su piel. Sujetó la punta y movió la estaca hacia arriba. Señaló el área de su pecho, justo encima del corazón, que yo estaba pinchando. —Una puñalada certera e incluso tú podrías acabar conmigo con una estaca como esta, si aprietas lo suficiente. El truco está en hacerlo con el ángulo correcto para clavarla en el lugar adecuado. Con un nudo en la garganta, asentí. Intenté centrarme en el lugar que señalaba Derek pero, para mi vergüenza, descubrí que mi mirada seguía recorriendo su torso desnudo. —De acuerdo —dije sin aliento. Hice un movimiento para soltar la estaca, pero Derek volvió a tomarme los brazos, manteniendo la estaca contra su pecho. Sus ojos azul eléctrico centelleaban sin miedo, fijos en los míos. Era casi como si me desafiara a clavársela. —¿ Por qué no me matas ahora? —susurró—. La estaca está afilada. Sería mucho más fácil de lo que crees. Supongo que era una pregunta perfectamente válida. Pero no estaba segura de que tuviera una respuesta sencilla. Por lo menos, no una respuesta completa. No se me había pasado por la cabeza matarlo en todo el tiempo que llevábamos allí de pie. Ni siquiera una vez. Me agarró los brazos con más fuerza, haciendo una marca aún más profunda en su piel con la punta de la estaca. —¿ Por qué crees que debería hacerlo? —pregunté. —¿ No te he dado ya suficientes motivos para despreciarme? Abrí la boca, pero las palabras no me salieron. ¿Despreciarlo? A lo mejor debería despreciarlo. Pero, por motivos que no alcanzaba a comprender, de alguna forma me parecía una palabra demasiado fuerte para describir lo que sentía por él. Antes de que pudiera responder, me arrancó la estaca de un golpe, y lo siguiente que supe es que me golpeé la espalda contra el suelo. Arrastrándose sobre mí, me aplastó contra la tierra con su pecho, duro como una roca. Me sujetó las muñecas con sus manos y las agarró por encima de mi cabeza mientras sus labios vagaban por mi cuello y se detenían en la parte más sensible, justo detrás de mi oreja. La respiración se me entrecortó al sentir la punta de su lengua fría y después sus colmillos raspándome la piel. La opresión de su cuerpo contra el mío, su ligero perfume de almizcle y el sonido de su pesada respiración volvieron a abrumar mis sentidos. Al principio estaba demasiado conmocionada para gritar, y mucho menos forcejear. Intenté liberar mis manos y empujarle lejos de mí pero, después de unos segundos, cuando me di cuenta de que sus colmillos no habían desgarrado mi piel, me atreví a susurrar: —¿ Derek? Su pecho palpitaba como si ya no pudiera hacer nada más para contenerse y no devorarme. Separó lentamente su cabeza de mi cuello y se levantó, alejándose de mí. —No dudes nunca —dijo con voz ronca. Tenía los ojos entrecerrados todavía fijos en mi cuello, casi como si lamentara no haber probado un sorbo cuando estaba encima de mí—. Golpea con la estaca cuando tengas una oportunidad. Porque no tendrás otra. Me tendió una mano para ayudarme a ponerme de pie y la tomé. Con las manos aún temblorosas, recogí la estaca. —De acuerdo —dije. —Ponte otra vez en posición —ordenó, forzándose a apartar la vista de mi cuello y mirándome con decisión a los ojos. Hice lo que me pedía. —Separa más las piernas. No... Mucho más. Puso la mano en mi muslo derecho y lo movió hasta que las abrí de la forma que quería. Cuando me coloqué así, no pude negar que era mucho más fácil sostener la estaca. Apreté la punta de la estaca contra su pecho hasta que volví a encontrar la marca. En cuanto tuve confianza en encontrarla con él quieto, Derek colocó una capucha de plástico en la punta para enseñarme a

encontrar la marca cuando estaba en movimiento. Se movía casi a la velocidad de la luz, y empecé a pensar que era una tarea imposible. Siempre conseguía aproximarse a mí demasiado rápido y demasiado cerca para que yo encontrara la marca, y logró quitarme la estaca de un golpe. Pero dos horas más tarde empecé a acostumbrarme. Incluso golpeé la marca dos veces, lo que por lo menos indicaba una mejoría con respecto a mi récord previo de cero veces.

Derek todavía no parecía contento con mis progresos pero, como después de dos horas yo empezaba a mostrar signos de agotamiento, no insistió en continuar. Me senté jadeando en el suelo, sosteniendo la estaca con la capucha puesta. Levanté la vista hacia Derek, que estaba volviéndose a poner la camisa y a atarse la capa. —Todavía tienes mucho que aprender —me dijo. —Deberías permitir que las otras chicas también tomaran lecciones —dije, mientras levantaba la estaca para dársela. No dio muestras de haber oído el comentario que acababa de hacer. —Quédate con esta estaca —dijo mientras me la devolvía—. Y equiparé tu habitación con dos más. Guarda una al lado de la cama, otra en el baño y la última junto a la puerta. Estaba a punto de repetir mi petición relativa a las otras chicas cuando una voz de mujer sonó al otro lado del campo. —Derek. Se giró en dirección al sonido. Era Vivienne. Lucas estaba a su lado. Caminaban rápidamente hacia nosotros, acortando la distancia que nos separaba. Nada más sentir los ojos de Lucas en mí, instintivamente me levanté y me puse detrás de Derek. Él pareció sentir mi desazón. Su brazo se deslizó por mi espalda hasta reposar en la zona lumbar, atrayéndome más hacia él. Aferrada a su fuerte brazo, me sentí más protegida que nunca delante de Lucas. Supuse que era una de las ventajas de no haber corregido a Derek cuando me dijo que era suya. Ser suya significaba que estaba a salvo, al menos por el momento. —¿ Qué estás haciendo? —preguntó Vivienne con ojos asombrados, mirando la estaca de mi mano. ―Enseño a mi chica a defenderse. ―Derek devolvió una mirada firme a sus hermanos. «Mi chica.» A pesar de que me molestaba que hablara de mí como de una posesión, sentí un extraño cosquilleo en mi pecho al oírlo. Que un hombre como Derek Novak viera algo tan valioso en mí... todavía no tenía ni idea de por qué. —¿ Qué? —espetaron los dos hermanos a la vez. —¿ Por qué la entrenas para luchar? —preguntó Vivienne—. Es una esclava. No tiene sentido. ―Pretendo quedármela mucho tiempo —replicó Derek con calma—. Debe saber cómo defenderse. —¿ Cómo puedes confiar en que no usará eso contra ti? —le soltó Lucas. —No lo hará. Puedo confiar en ella. —Derek bajó la vista hacia mí—. ¿Verdad, Sofía? Aquello tenía más de afirmación que de pregunta. Le devolví la mirada. Confiaba en mí lo suficiente para desnudarse ante mí, para creer que no clavaría esa estaca en su corazón como me acababa de incitar a hacer. «Si confía en mí lo suficiente para que no le quite la vida, a lo mejor yo podría confiar en él lo suficiente para creer que él no me quitará la mía.» Hice una pausa, preguntándome si viviría para arrepentirme de las palabras que iba a pronunciar. —Sí. Puedes confiar en mí.

Sombra de vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora