Derek.

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Parecía tan en paz, tan inocente mientras dormía... No recordaba ninguna otra mujer además de Sofía Claremont que tuviera ese efecto en mí. Era frágil y vulnerable y, sin embargo, también había en ella fortaleza y resistencia. Acababa de entrar en mi vida pero, de alguna manera, sentía como si la conociera desde hacía mucho tiempo. Estaba agradecido por su forma de escucharme y de intentar tranquilizarme después de mi tempestuoso estallido. Pero, al mismo tiempo, me sentía frustrado. Dentro de la sala de música me escuchó dejarme llevar por mi pasión por la música. Me escuchó hasta que el agotamiento y el sueño me robaron su atención. Tumbada sobre el banco de madera acolchada, era un festín contemplarla con el vestido subiéndose por esas largas piernas blancas como la leche, con su pelo castaño rojizo deslizándose por el borde del banco y sus labios de color rosa ligeramente entreabiertos mientras respiraba. El estómago se me encogía solo con mirarla, y me preguntaba cómo se permitía ser tan vulnerable estando en compañía de alguien como yo, alguien que podría perder el control en cualquier momento y destruirla. Pero, de alguna manera, en lo más profundo de mi ser, sabía que nunca podría hacerle daño, porque nunca me lo perdonaría. Es posible que no tuviera suficiente autocontrol para evitar alimentarme de otras, pero con Sofía no me lo podía permitir. Se había convertido en mi vínculo con la humanidad, y estaba claro que, si la destruía, eso sería también mi ruina. La levanté con cuidado, percibiendo intensamente cuánta piel de su cuello y de sus hombros quedaba expuesta a mis ojos. Cómo su olor se convertía en un señuelo para mí. Pero esa vez me resultó más sencillo contenerme. Había conseguido convertirse en algo demasiado valioso para mí. La deposité en la cama redonda cubierta con sábanas rosas y pieles blancas, al lado de Gwen. Una sonrisa brotó en mis labios cuando salí de la habitación. Con Sofía en mi vida, parecía que finalmente había encontrado el norte. Mientras la tuviera conmigo tenía a alguien que me mantendría con los pies en la tierra, alguien que me guiaría. Aunque solo fuera por Sofía, tenía un motivo para continuar despierto. Sin ningún deseo o necesidad de perderme en el sueño, regresé al salón y decidí ver la segunda "película" que Sofía me había enseñado. Estaba asombrado de los artilugios que la sociedad había logrado crear a lo largo de los años. Nunca los habría creído posibles en mi época. Después de que acabara Chicago, elegí otra película del armario. Transcurrieron horas mientras veía una película tras otra, emocionado con las vidas y las historias que retrataban. Tuve que recordarme varias veces lo que Sofía me había dicho: no era real, tan solo actores haciendo un papel, como en los teatros de mi época. Cuando llegó la mañana, estaba ansioso por ver cómo estaba Sofía. Llamé a su puerta con los nudillos, pero no me esperaba ese silencio por respuesta. Llamé de nuevo. Nada. El corazón se me encogió al suponer lo peor. Estaba seguro de que, a pesar de mis advertencias, había intentado escapar de nuevo. Abrí la puerta de golpe y miré por toda la habitación. El olor a sangre penetró en mi nariz y me sentí aturdido al descubrir que mi primer instinto no fue el hambre, sino una sobrecogedora necesidad de confirmar que Sofía no había sufrido ningún daño. Cuando la vi me inundó una extraña mezcla de alarma, preocupación y sentimiento protector. Estaba sentada en una esquina del dormitorio, sujetándose las piernas fuertemente contra el pecho y temblando. Sus ojos verdes no podían ocultar el terror. Sabía que algo iba mal, pero ni siquiera era capaz de empezar a imaginar qué podía haber provocado aquella reacción. —¿ Sofía? ―Me arrodillé delante de ella e intenté apartarle el pelo de la cara. Ella se encogió con mi tacto, en crudo contraste con la noche anterior, cuando se había sentado tan cerca de mí en el sofá y mientras tocaba el piano. Una sensación de malestar me revolvía el estómago mientras una posibilidad tras otra me inundaban la cabeza. —¿ Qué ha ocurrido, Sofía? Sus labios temblaban tanto que tuve la certeza de que no la entendería aunque respondiera a mi pregunta. Entonces noté que apretaba algo en el puño fuertemente cerrado. Haciendo caso omiso de su temblor, le abrí las manos. Era un mechón de cabello rubio. De nuevo recorrí con la vista el amplio dormitorio. Estaba vacío, a excepción de Sofía. La mandíbula se me tensó al adivinar lo que había ocurrido. Me dirigí al baño. La puerta se había quedado entreabierta. La empujé. Me empezó a consumir una furia que no había sentido en siglos. El cuerpo de Gwen yacía sin vida en la bañera, cubierto de agua ensangrentada. Había marcas de mordiscos en sus muñecas. Alguien había bebido su sangre hasta dejarla seca. Era una afrenta deliberada hacia mí y una amenaza directa hacia Sofía. Llamé a los guardias a gritos. Kyle llegó corriendo unos instantes más tarde, ahogando un grito cuando vio a Gwen. —¡ Se supone que vigiláis mi casa! ¿Cómo ha ocurrido esto? —gruñí, tratando de recobrar la compostura. —Señor, yo... no lo sé... yo... Con un movimiento rápido, lo levanté contra la pared. Le miré a los ojos y vi dignidad. A diferencia de Jonas, este no iba a rogar por su vida. Sabía que era inocente, y yo también lo sabía. Me eché hacia atrás y aflojé las manos. —Quien haya hecho esto morirá. Descubre quién me ha insultado de esta forma. Me dirigí hacia Sofía e, ignorando su forcejeo, la levanté en mis brazos y la saqué de la habitación. No sabía a dónde llevarla, pero no podía dejarla allí. Cuando se convenció de que no la iba a soltar, se relajó en mis brazos y enterró la cara en mi pecho antes de dar rienda suelta a sus emociones contenidas. Las lágrimas empezaron a deslizarse por su rostro encantador, y yo no deseaba otra cosa que arrancarle el corazón a la persona que le había hecho pasar por todo aquello. Sin embargo, seguía negándome a creer la verdad: solo había una persona en La Sombra que se atrevería a cometer una estupidez tan peligrosa como esa. Mi propio hermano, Lucas.

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Sombra de vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora