J ( de jamás)

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Jamás había visto unos ojos tan bonitos como los tuyos.  Y no solo por el color, que es precioso, ya lo sabes, sino por el brillo que siempre tenían.  Acababa de cumplir 18 años la primera vez que me topé con ellos.  Había comenzado en la facultad de Ciencias de la Información hacía dos semanas y ese día era mi primera visita a la Biblioteca. Estaba bastante llena y sólo quedaban las mesas colectivas.  Así que me dirigí a una de ellas y me senté.  A los diez minutos, noté que alguien se colocaba en el banco que estaba delante del mío y al levantar mis ojos, ya no pude separarlos de ti.  Tú, no creo ni siquiera que te dieras cuenta de que yo existiera.  Me fijé que llevabas en la mano un libro de Anatomía y pensé que había muchas posibilidades de que estuvieras estudiando Medicina y que era una suerte, porque eso te obligaría a pasar muchas horas en la Biblioteca.  No sabía quién eras ni cómo te llamabas, pero sabría dónde encontrarte.



Los siguientes días fueron todo un ejercicio de investigación profunda:  qué días ibas, a qué hora llegabas cada día, a qué hora te marchabas.  En dos semanas ya tenía el mapa de tus rutinas.  Ya sabía cuándo ir si me quería hacer la encontradiza contigo.  Solo quería que me miraras, que supieras que existía.  Nunca, ninguno de los días fue nadie a buscarte a la salida.  Y eso creo que era bueno, porque eso quería decir que no tenías novio o novia, o que si lo o la  tenías, decididamente era un o una imbécil,  porque solo un o una imbécil desaprovecharía la oportunidad de pasar tiempo contigo.



El primer día de la tercera semana decidí seguirte a la salida, por saber más que nada dónde vivías y me di cuenta de que nuestras residencias estaban muy próximas.  Así que me acostumbré a seguirte a distancia. Salías muy tarde de la Biblioteca y no me gustaba nada que caminaras sola de noche.  En mi caso, no era tan arriesgado.  Al final, para algo había servido el empeño de mis padres en que aprendiera a hacer karate.  Tras varios años practicando y unos cuantos campeonatos infantiles y juveniles ganados, el karate me había hecho ganar una beca universitaria y mucha confianza en mi misma.   De hecho, seguía ganando torneos.  Y no era por fardar,  pero había sido seleccionada para formar parte del equipo olímpico que competiría tres años después.



Un mes más tarde, seguía yendo a la Biblioteca un par de horas antes del cierre los días que sabía que tú también irías y te acompañaba a tu residencia cincuenta o cien metros por detrás de ti. Las rutinas no son buenas, Clarke. Te lo hubiera dicho si me hubiera atrevido a hablarte.



Ese día volvías a tu Residencia y vi que tres chicos se dirigían de frente hacia donde tú ibas caminando.  El grupo se empezó a abrir al  aproximarse a ti y todos mis músculos se tensaron. Apreté el paso.  Enseguida vi que te habían cerrado y te encontrabas en medio del estrecho círculo que los tres habían formado a tu alrededor.  Comenzaron a decir obscenidades y a estrechar el cerco en torno a ti.  Pero antes de que pudieran tocarte,  ya le había lanzado una patada a uno de ellos por detrás de la rodilla que le hizo doblarse y caer al suelo.  Aprovechando el momentáneo desconcierto de los otros dos,  tiré fuerte de tu brazo y te saqué de donde te encontrabas.  Me  hubiera quedado a repartir golpes a diestro y siniestro,  tal era la rabia que me invadía,  pero no nos convenía a ninguna: yo podía perder incluso la beca si me veía envuelta en una reyerta,  los tres  imbéciles gritaban que no era más que una broma y tú, tú tenías el pánico pintado en los ojos y yo no quería asustarte más.  Así  que eché a correr mientra te llevaba en volandas lejos de aquellos descerebrados.  Tú te dejaste hacer.

EL ALFABETO DE NUESTRO AMOR (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora