Siempre me había fascinado la casa de la yedra. Tan imponente. Tan majestuosa. Fue objeto de mis fantasías de niñez. La grandiosidad de la construcción me embelesaba. Pero cuando aquella nueva familia, compró la mansión, la fascinación se convirtió en obsesión.
Me atraían y me perturbaban las ostentosas fiestas que daban, con tanta gente elegante, con tantas personas conduciendo coches lujosos, entrando y saliendo de la propiedad. Pero sobre todo me deslumbraba aquel chófer que transportaba todas las mañanas a la niña más bonita que había visto en mi vida. La visión de sus cabellos dorados refulgiendo furiosos bajo la luz del sol perturbó mi niñez y el vívido azul de los ojos de aquella chica arañó mi alma hasta hacerse un sitio decidido en la paleta de los colores de mi felicidad. Para siempre mi color preferido sería el azul.
Espiaba las ventanas de aquella fortificación que la yedra tejía alrededor de mi obsesión. Y las ocasiones en las que era afortunada, que no eran muchas, pude admirar el rotundo aguamarina de la mirada del misterioso objeto de mi devoción, entre el verde de la yedra que tapizaba la fachada de la señorial construcción. Averigüé muy poco de ella (yo tan solo tenía once años y lo que no lo supe, seguro que lo imaginé). Que estudiaba en una elitista institución privada. Que era hija única. Que tenía amigas igual de bonitas con las que retozaba en la piscina en las cálidas tarde de verano. Y que me fascinaba sin remedio, porque en el fondo de mi alma, ella quedó censada como mi primer amor, como mi primer deseo, como mi única obsesión.
Pero un día, como habían llegado, desaparecieron y mis anhelos murieron enganchados a un camión de la mudanza.
Luego la vida me trató bien. Una dosis de buena suerte y una pizca de talento me encumbró y me hizo rica, desde una empresa tecnológica, con un ambicioso proyecto que desarrollamos en el garaje de la casa de mis padres mi amigo Lincoln y yo. Un programa que nos quitó de las manos una multinacional a la que le sacamos una cantidad indecente de dinero, que nos permitió establecernos y desarrollar alguna otra de nuestras ideas. La siguiente no la vendimos, sino que articulamos una empresa a su alrededor, que en poco tiempo nos hizo ricos. Insanamente ricos. Y en mi caso, insensatamente infeliz. Cambié de ciudad. Me acostumbré a horarios de trabajo maratonianos y a vacíos en el alma, que intentaba rellenar con compañías vacías e interesadas. Un amplio abanico de mujeres pululaban siempre a mi alrededor. Atraía a las advenedizas como las moscas a la miel. Pero no puedo quejarme. Yo era igual o peor que ellas. Ahora me doy cuenta de que fui tan infeliz porque en sus ojos siempre busqué el azul de otros ojos. Tan obsesionada, tan vacía, porque ni siquiera sabía qué buscar ni dónde hacerlo.
Así esa noche estaba quemando la noche con otra descafeinada rubia colgada de mi cuello. Otra dispuesta a hacerse un hueco en mi vida y poder así disfrutar de la comodidad que yo podía proporcionarle. No había bebido tanto como para sentir nublada y embotada mi mente. No había adormecido del todo mi conciencia.
Íbamos en su coche rumbo al enésimo garito de moda.
-Me voy a casa -dije.
-Claro, nena, vamos.
-No, no estás entendiendo. Quiero decirte que voy a ir sola a mi casa.
Me miró con ojos incrédulos y soltó la mano del volante para colocarla sobre mi muslo. Sus dedos se deslizaron hacia mi entrepierna y los paseó por allí indulgente.
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EL ALFABETO DE NUESTRO AMOR (COMPLETA)
FanfictionA través de las diferentes letras del abecedario recorreremos distintas historias de amor o desamor, según el caso. Cada letra será un pequeño relato independiente. (CLEXA- ELYCIA) Le debo la genial portada a GabaSantos, a la que estoy infinitame...