Capítulo 5. Pactando con el diablo

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Capítulo 5. Pactando con el diablo

"No pactaría con el diablo sin asegurar el camino al cielo primero".
SM

¿Han notado que a veces el mundo se confabula en tu contra?

Así me siento yo al estar frente a frente con este hombre de sonrisa gatuna y pervertidos ojos azules.

—¿Qué sucede, señorita Williams? ¿Acaso el gato se ha comido tu lengua, niña? —él sonríe maliciosamente, sintiéndose superior al ver mi expresión atontada, por lo que me compongo y le doy mi sonrisa más falsa.

—Claro que no, anciano...—Él deja de sonreír, así que punto para mí.—Pero creo que esto es una confusión—digo intentando lucir tranquila.

—Claro que no, muñeca. Tenemos que hablar, así que siéntate— me ordena como si nada, y yo alza una ceja en respuesta. No sabe con quien se mete

—¿Y si no lo hago? —pregunto desafiante.

—Tendré que tomar otras medidas entonces—no sé si fue el tono en que lo dijo, o su mirada insinuante llena de deliciosos tormentos, pero me senté de golpe algo intimidada. —Buena niña—ruedo los ojos exasperada. Idiota.—Tú me debes algo y lo sabes— lo miro como el loco que parece ser. —Así que necesito algo a cambio en compensación—sentencia mientras se cruza de brazos, luciendo como una fantasía infernal. Irritada, me pongo de pie bruscamente.

—Ya te dije que no tengo nada que pagarte —digo seria. —Ambos sabemos que no le pasó nada al vehículo, así que me largo— mascullo sintiendo la ira brotar por mis poros, pero ¡SORPRESA! La puerta está trancada. Malditas cerraduras electrónicas automáticas y otras patrañas más. —¿¡Cuál es tu jodido problema!?—pregunto sin poder contener el tono de mi voz, apoyando las manos en su pulido escritorio. Él hace lo mismo que yo, mirándome fijamente a los ojos.

—Tú eres el problema—¿yo? ¿Y ahora por qué?—Desde que te conocí, te metiste en mi camino, alteraste el orden, estropeaste mi auto, me insultas y luego te vas dándome un jodido apio. Un apio. Además, me dejas ahí parado con las palabras en la boca como un completo imbécil.

Cada quien se para como puede.

No puedo evitar soltar una sonora carcajada, logrando que su ceño se frunza aún más.

—Todavía te ríes, ¡qué descaro!

—Escúchame bien, anciano, rey del drama sin nombre. Yo NO te debo NADA —enfatizo cada palabra, apretando los puños con rabia.—¡Así que abre esa puerta antes de que yo lo haga y juro por Dios que no te gustará saber con qué! —gruño amenazantemente, tratando de contenerme y no matarlo allí mismo.

Paciencia...

No me pidas imposibles, Dora.

—Claro que no, como decía antes de tu abrupta interrupción...—se sentó en su silla nuevamente, ignorándome. —Quiero proponerte un trato. Por cierto, soy Alexander Balzaretti, aunque me parece imposible que no lo sepas — ¿quién se creé? ¿La octava maravilla? ¿El ombligo del mundo?¿Por qué debería yo saber su estúpido nombre?

Es un bonito nombre, acéptalo.

Nunca Dora.

Amargada.

—No me digas, ¿y qué cosa es esa jefe? —pregunto sonriéndole con falsedad. Por su parte, él se endereza y pone las manos sobre su escritorio.

—Cásate conmigo—dice serio, pero mirándome con toda la serenidad del mundo. Debe ser una broma.

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