Capítulo 3. Don Hielo

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CAPÍTULO 3. Don Hielo

"Y sin saberlo, un diablo cambiaría mi vida para siempre".

Esa mañana me desperté muy temprano. Casi no había podido dormir nada.

Luego de ducharme, decidí usar un vestido azul oscuro, zapatos de tacón y un abrigado saco negro, el cual me llegaba hasta las rodillas, ideal para soportar el brutal frío de la mañana. El pelo me lo dejé suelto y completé mi atuendo con un maquillaje simple. No me gusta pasar los excesos, además, estoy usando tacones y un vestido, suficiente formalidad por un día.

Tomé una manzana y mi apio, lista para adentrarme en las frías calles de Londres y patear traseros a lo grande. Si señor

Algunas horas después

Esto ha sido un asco. Tres. Tres empresas he visto. La primera, no tenía cupos. Para la segunda, yo no tenía la suficiente experiencia; lo cual es irónico debido a mi pasado; y la tercera, el asqueroso anciano verde que me entrevistó intentó pasarse de listo conmigo, así que tranquilamente me levanté de la silla y lo golpee en sus  joyas impuras con mi rodilla derecha, maldiciéndolo en todo los idiomas que pude, dejándolo en el suelo como el cobarde que es.

Una lástima, la última era la que más me gustaba. EMPRESAS BALZARETTI. Una impresionante empresa de exportación e importación al extranjero. Interesante, pulcra y sobre todo, un gran salario.

Ahora mismo voy camino al hospital para ver al viejo, mientras tomo un capuchino y mastico mi apio distraídamente. No lo mencioné antes, pero tengo cierto problema con los apios. Sí, es extraño, lo sé. Pero así soy. Ahora mismo, no puedo dejar de pensar en todo lo que ocurre en mi vida. ¿Cómo pudo cambiar tanto? Siempre he estado marcada por la desgracia, lo he sabido desde pequeña. ¿Pero el viejo? ¿Por qué tuvo que pasarle a él? Siempre fue tan bueno, humilde y el mejor padre que nos pudo tocar.

Comencé a recordar parte de mi triste infancia, triste hasta que los conocí. Cuando era niña, deseaba ser mayor para así poder hacer lo que quisiera y sobre todo, ser libre. Que tontos éramos, ¿por qué queríamos crecer?

Recuerdo que siempre que el viejo llegaba de su taller, por más que estuviera cansado, enojado o preocupado, siempre me regalaba una sonrisa cargada de cariño. Sus brazos delgados, pero firmes, siempre estuvieron abiertos para mí, para su niñita de ojos brillantes, como le gustaba llamarme. Recuerdo sus sabios consejos, aquellos que en su tiempo no me parecieron importantes, pero por los que hoy, mataría por escuchar. Sus extraños cumplidos al no saber cómo expresar sus emociones y también sus regaños. Sonrío melancólica al recordar la primera vez que me emborraché junto a Charlotte y Jeremy. Esa vez llegué a casa tan asustada por su reacción. Sin dudas, no fue lo que esperaba, ya que él solo me miró ceñudo, me ofreció un abrazo y una aspirina para el dolor de cabeza. Luego me habló sobre cómo se debía beber. Con moderación, nunca tomar de un desconocido y de preferencia, que bebiera en casa donde estaría segura. Desde ahí, tomábamos juntos.

No es que fuéramos alcohólicos, ni mucho menos, pero de vez en cuando tomábamos alguna cerveza mirando carreras o partidos, donde terminábamos discutiendo sobre las proezas o deficiencias de los pilotos y la falta de entrenamiento de los jugadores.

Largo un suspiro cargado de sentimiento. Solo Dios sabe cuanto lo quiero y todo lo que le admiro. Por ser el hombre que me sacó adelante, siendo padre y madre a la vez. Por ser el hombre que me rescató cuando todo pasó, cuando me encontraba perdida. Por ser mi viejo de hierro, con ese peculiar olor a tabaco, goma y madera.

Este es el momento de devolverle el favor y pedirle que me perdone por las horribles cosas que he hecho. El momento de darle una vida como él hizo conmigo.

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