Capítulo 9. Si algo puede salir mal...

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Capítulo 9. Si algo puede salir mal

"Saldrá mal, eso ni lo duden".

—Charlotte, por favor, ¡sigue negando todo y no llevaré más que mis pantuflas y bragas!—grito frustrada.

Llevaba horas empacando hasta que a mi amiga se le ocurrió la "brillante" idea de intervenir en mi guardarropa declarando esto como una "emergencia fashionista". Si, tampoco puedo creerlo.

—Cállate ya. Si es necesario no llevas nada, entiende...—dice volteando a verme como si yo fuera una pequeña niña caprichosa —ahora eres una mujer casada con un millonario de élite, ya no eres simplemente "Ámbar Williams"—ruedo los ojos ante sus palabras y ella suspira en respuesta—matrimonio falso o no, matrimonio al fin. Jamás dejaría que mi otra mitad fuera criticada por algo tan superficial como la ropa. Porque si eso ocurriera, creeme que me vería en la obligación de golpear a todos esos estirados.

—No pasará nada, tranquila. Además, amamos la ropa, Char. No creo que nos haga superficiales, tu más que nadie lo sabe...

—Pues más te amo más a ti y por eso todo debe ser perfecto—le sonrío tiernamente, mientras asiento. Lo sé —Sí, sí, soy un terroncito de azúcar. Como decía, debes llevar solo lo necesario. Ya escuchaste a tu endiablado esposo, allá compraras lo necesario. Recuerda también que el clima es diferente, no es la misma primavera—dice ella sin mucha convicción, haciéndome reír.—Considéralo como un cambio de look para empezar esta nueva etapa de nuestras vidas. —eso suena horrible.—¡No exageres, rubia! Tampoco es para tanto—dice ella rodando los ojos.

—Timpiqui is piri tinti—me burlo y ella me da "LA mirada", mientras un cojín impacta en mi cara. ¡Auch!

—¿Quién se ríe ahora? —dijo riendo con superioridad.

—Eres mala, fuego, mala en verdad —señalo lanzándole otro cojín.

—¡Aprendí de la mejor! —responde maliciosamente.
—¿Insinúas que soy una mala influencia? —me llevo la mano al pecho dramáticamente mientras la veo partirse de risa. —me ofendes, me pierdes, me dueles... Yo que me consideraba un bello ángel...—bateo mis pestañas exageradamente.

—¡Bajado del cielo a escobazos querrás decir! —malvada pecosa que amo. Comienzo a golpearla con una almohada más grande dando comienzo a una terrible guerra de almohadas y cualquier objeto que encontremos. 
Gritos, risas y chillidos. En pocas palabras, caos. Caos de verdad y del mejor. Los vecinos ya ni se molestan en ver, supongo que tantos años en las mismas situaciones los ha acostumbrado y persuadido de no intervenir.
Como diría Casy, curaos de espanto o algo así.

—¡Ya para! ¡Para! ¡Me rindo! ¡Me rindo! —pide ella riendo como foca mientras le hago cosquillas.

—¿Qué dices?, ¿¡qué quieres más!? No te escuuuucho...¿cómo debes llamarme, pequeña ingrata?

—¡Que me rindo joder! Oh gran diosa de la bondad y la belleza... —yo asiento sonriendo al verla reír—prometo dejar tu guardarropa en paz—jadeaba ante las cosquillas.

—Buena chica—digo con suficiencia, acomodando la maraña en que se convirtió mi cabello.

—¿Cuántos recuerdos hay en esta casa, no? —menciona de pronto sonando melancólica.

—Si...—suspiro sentándome a su lado—todas nuestras cortas aventuras en estas cuatro paredes —digo mirando el lugar. Todo estaba envasado ya. A excepción de mi ropa, claro. Y como prometió el cubo satánico, también conocido como Alexander Balzaretti, mi actual marido y próximo compañero de piso, el dinero ya está depositado en mi cuenta. Nunca había visto tantos ceros juntos. No después de aquello...
Una señora me miró extraño cuando dije que ahora sí pagaría todas mis deudas. Pfff, como si ella no las tuviera, hipócrita.
La transacción del tratamiento ya estaba lista. El doctor me prometió que todo saldría bien y espero que sea verdad. No me gustaría acabar con él en un ataque.
Ahora el mejor hospital romano lo atenderá. Ellos viajan pasado mañana, lo cual me tiene nerviosa y ansiosa en partes iguales.
Por cierto, había olvidado decirles que alquilé/casi compré una casa para que vivan mientras están en Italia. Al menos estaremos cerca una vez terminado el tratamiento. Quien dice y no me quedo en Italia junto a algún amante de la pasta y la pizza. En pocas palabras, otro italiano. Sí, sí, irónico, lo sé.

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