Capítulo 11. Bajo sus sábanas

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Capítulo 11. Bajo sus sábanas
"Y ahí me encontraba yo, bajo las sábanas del diablo otra vez..."

Él que abre los ojos, yo que grito como loca empujándolo y logrando tirarlo al suelo. La escena parece muy graciosa, ¡pero no lo es!

—¿¡Qué pasó!?—pregunta perdido—¿¡dónde está!?—¿qué cosa? —¿¡dónde está!?—le grita a la pared como todo un maniático.
Confirmado, Dios me mandó el marido más loco...

Y sexy

Dora tiene razón. Nuestro esposo solo lleva un pantalón de pijama azul como sus ojos y arriba nada el muy desvergonzado. NADA. Y lo peor es que está como quiere. ¡Que físico por Alá!
Esos pectorales...y su cabello todo revuelto, su bonita cara confundida. No lo sé, luce más humano, más mortal.

—Dudo que esa pared te responda—digo por primera vez, cuestionándome seriamente su capacidad mental. Él gira su cabeza como un resorte hacia mí, frunce el ceño y se me acerca amenazantemente. ¿Debería asustarme? Porque camina como un psicópata. Estoy valorando el correr y no mirar atrás.

—¡Tú! —¿yo?—¿¡¡cuál es tu jodido problema!!? —pregunta enojado e irritado, sobándose, lo que parece ser, su fina retaguardia real que tocó el suelo con rudeza.

¡Y qué retaguardia!

—¿Mi problema? —hago como si lo pensara un momento, cosa que a él le irrita aún más —eres tú. ¿Qué hacías en mi cama? —pregunto indignada, cruzándome de brazos.

—Nuestra querrás decir, princesita, nuestra — resopla apretándose el puente de la nariz para no perder los estribos—¿hablemos de esto luego, sí? —asiento más que confundida por su cambiante actitud. Vamos, hace un momento estaba furioso gritándole a la pared— ahora voy a darme una ducha. Al menos me serviste de despertador, niña—murmura sarcástico, mientras yo río por no llorar. De verdad.

—Puedo hacer más que eso anciano, mucho más...—aclaro sinceramente.

—Lo imagino muy bien, princesita...— insinúa en tono ronco y siento como mi cara se torna de un tono rojo carmesí al comprender el intercambio de palabras. ¿Hace calor aquí o solo Alexander está ardiente? —Me encantaría saber qué piensa tu pervertida mente para convertirte en un jodido tomate—se burla divertido.

—Cállate—chillo nerviosa, arrojándole una almohada que logra esquivar encerrándose en el baño—cobarde —mascullo irritada.

Sigo teniendo sueño, demonios. Me acuesto otra vez, ahora esperando a que el idiota de mi "esposo" salga del baño. Segundos más tarde, mis ojos se cierran y no recuerdo más...
Siento como la luz me da directamente en la cara. Maldición. Alguien que la apague. Resignada, abro los ojos de mala gana llevándome una sorpresa. ¡Esta NO es mi cama! Oh Dios, creí que todo había sido una pesadilla, pero no. Como un flash, los recuerdos me abruman. Anoche llegamos, esta mañana mis ganas de ir al baño, mi esposo estaba en el suelo. Me río por eso último. Mi esposo en el suelo. Vaya manera de despertar juntos...
Me levanto perezosamente, colocándome mis hermosas garritas rosadas y me encierro en el baño.
Mi celular afortunadamente cambió de hora por sí solo y marca las doce del mediodía. Wow, si que dormí bastante. Tampoco nos sorprendemos mucho, amo dormir. Creo que en otra vida fui un koala, ellos son geniales, duermen más de veinte horas. ¿Pueden creerlo? Dejando de lado el tema de los koalas, hago mis necesidades fisiológicas y me doy un buen baño. Lavo mi cabello sin prisas, ni presiones, como hace mucho no lo hacía. Cepillo mis dientes y salgo envuelta en dos toallas. La habitación está en completa calma.
Me visto cómoda pero menos desarreglada a como acostumbraba a vestir en casa. Jeans y un bonito sweater rosa, además de mis adoradas deportivas también blancas. Luego de cepillar mi cabello lo dejo libre secándose con el aire.
Tomando mi celular y una goma para el cabello, decido bajar las escaleras suavemente, observando y tocando todo a mi paso. La casa es preciosa. La fachada no le hace justicia. Todo decorado con buen gusto, nada muy ostentoso ni extravagante, cosa que me sorprende viniendo del anciano del mal, también conocido como Alexander Balzaretti. El hombre que hoy terminó en el suelo. Me río nuevamente al recordarlo, quedará para la historia, lo presiento.
Un maravilloso olor a comida me nubla los sentidos, haciendo gruñir mi estómago. Camino hasta ese mágico lugar encontrándome con una iluminada y enorme cocina, nada que ver a la de mi hogar, la cual siempre estaba llena de ruidos, risas y olor a quemado siempre que dejábamos a Char cocinar. Sonrío nostálgica, mi hogar. Un día aquí y ya lo extraño horrores.

Ámbar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora