Capítulo 8: Vínculos a Través de las Teclas

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Sentado frente al piano, Frank se sumergía en su rutina de práctica con una calma casi meditativa. Cada nota fluía de sus dedos con destreza, llenando la habitación con una melodía cautivadora. Sin embargo, su concentración se vio interrumpida de repente por el estruendo ensordecedor de un trueno que resonó en el aire. El sonido inesperado hizo que su mirada se desviara de las teclas y se posara en la ventana, cuyos cristales comenzaron a empañarse lentamente mientras las primeras gotas de lluvia empezaban a recorrer por el cristal.

Apartó sus manos de las teclas y se puso de pie, acercándose a la ventana, donde se cruzó de brazos y se apoyó contra el marco. Desde la última charla que tuvo con Elizabeth, su mente se había visto dominada por sus palabras, que resonaban en su interior como un eco persistente.

Incluso cuando pasaron varios días desde que hablaron, el recuerdo de su conversación con ella era vívido en su mente. Cada palabra que pronunció había dejado una profunda impresión en su ser. La sinceridad de su voz y la intensidad de sus miradas habían dejado una huella imborrable. Sus pensamientos se entrelazaban con las gotas de lluvia que resbalaban por el cristal, formando un paisaje emocional en su mente.

Frank: Disfrutar de mi música...

Se dijo a sí mismo, observando el piano durante unos momentos, aún perdido en sus pensamientos. Luego, se separó de la ventana y se acercó al instrumento. Con suavidad, dejó que uno de sus dedos rozara las teclas, produciendo sonidos sueltos y melódicos al azar.

Las notas resonaron en el salón, creando una atmósfera íntima y reflexiva. Mientras sus dedos exploraban las teclas, su mente se sumergía en un mar de emociones y recuerdos. Cada nota que tocaba evocaba un fragmento de su historia personal, un eco de sus experiencias y pensamientos más profundos.

Frank: Quizás deba ir a verla. Aunque, no sé si continúe en el hospital.

Separó sus manos del teclado y, con determinación, abandonó la sala. Dirigiéndose a su armario, tomó un abrigo y un paraguas. Sabía que tenía un destino claro en mente: el hospital. Sin perder tiempo, salió de su casa, enfrentando a la lluvia que caía.

Finalmente, llegó al hospital. Las puertas automáticas se abrieron frente a él, invitándolo a adentrarse en ese mundo de cuidados y preocupaciones. Con paso tranquilo, caminó por los pasillos hasta llegar al área de descanso. Como de costumbre, los niños que solían reunirse junto al piano estaban allí. Sin embargo, algo llamó la atención de Frank: parecían notablemente desanimados.

La escena que presenció le causó cierta inquietud. Los rostros que solían estar llenos de alegría y curiosidad ahora parecían ensombrecidos por la tristeza. Los juegos y risas habituales habían dado paso a un silencio opresivo.

Sin perder tiempo, Frank se acercó a uno de los niños, decidido a descubrir la causa de su desánimo y, si era posible, brindarles ayuda. Con suavidad, se agachó a su altura y les preguntó.

Frank: ¿Qué sucede?

Niño A: El día está feo y no podemos salir a jugar.

Frank: Aunque no puedan salir a jugar afuera, aún pueden hacer muchas actividades dentro del hospital. Además, tienen un piano aquí. ¿Han intentado preguntarle a Elizabeth si podría tocar algo para ustedes?

Niña B: Ella está enojada con nosotros.

La respuesta tomó por sorpresa a Frank. Aunque él sabía que Elizabeth tenía un carácter fuerte, también era consciente de que no era el tipo de persona que se enojaría con un niño, y mucho menos con ellos. A pesar de conocerlos solo un poco, tenía la certeza de que no eran traviesos ni tenían malos comportamientos.

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