Perrie se sentía realmente mal, con la picazón por todo el cuerpo y las manchas abundantes. Nunca se había contagiado de varicela hasta ahora, lo que hacía todo peor. Debía guardar reposo y aislamiento para no contagiar a nadie, razón por la cual creía que pasaría toda la enfermedad sola en su departamento, hasta que se le ocurrió mencionarselo a Jade, y ella no dudo en aparecerse por su casa.
—No debiste venir—su voz sono tosca y casi inaudible—. Puedo contagiarte.
—Ya me dio varicela—respondió ella con una sonrisa despreocupada.
—¿Qué hay de Amelia?
—También—se encogió de hombros—. Creo que eres a una de las pocas que tiene varicela a esta edad.
—¿A qué edad tuvo varicela Amelia?
—A los seis, igual que yo.
Jade sonrió, dándose paso al interior de su hogar. Traía un bolso consigo, al igual que bolsas llenas de comida y cosas necesarias, realmente preparada para cuidar de ella. El sentimiento de saber que se preocupaba por ella, quizás no debió haberle sacado una sonrisa.
La morena empezó a moverse en la cocina y sacando todo lo que había traído, era más de lo que pensaba.
—De verdad, no hacia falta que vinieras—le dijo, en un débil intento por ocultar su emoción.
—Claro que si, esa cosa debe estar matandote—se giro a observarla y hizo una mueca—. Báñate con esto, quitará la comezón.
Perrie asintió, se levanto del taburete y mientras Jade seguía cocinando, subió a su habitación y tomo una ducha. El agua calmo la picazón, fue una sensación de alivio después de tanto tiempo, seco su cuerpo con cuidado, para cuando terminó de abrochar tu sostén, la puerta se abrió.
—Perdón—Jade estaba sonrojada, levantó una pomada—. Sirve para cicatrizar. ¿Puedo?
Perrie asintió y se dio la vuelta, sintió lo helado de la pomada sobre el principio de su espalda, bajando lentamente por su columna y luego recorriendo su espalda. El masaje le saco un suspiro que no pudo retener, disfrutando de las suaves manos acariciando los puntos sensibles de su cuerpo. Perrie se dió la vuelta, y Jade continuo aplicando más de la crema por todas partes, bajando por su cuello a las clavículas y luego a la cima de sus pechos, deteniéndose en su estómago, su mano llegó a las costillas y con cuidado se detuvo en su cicatriz.
—La vi la otra noche, en las sillas voladoras, el top se subió y... Pensé que fue solo mi imaginación—murmuro—. ¿Puedo tocarla?
Perrie asintió no muy decida, sin embargo, la castaña no perdió el tiempo y paso su dedo por toda la cicatriz, con suma delicadeza, el suave tacto enviando ondas eléctricas al cuerpo de la rubia, erizando su piel. Ambas se miraron fijamente, cayendo en la oscuridad que rodeaba sus ojos.
—¿Hueles eso?
Jade abrió los ojos con asombro, puso la pomada sobre la mano de la chica y salió corriendo de la habitación, llegando justo a tiempo para encontrar sobre la cocina una gran bola de humo negro, Jade procedió abrir el horno y sacó el pollo que entonces ya estaba quemado.
—¡Que diablos, Jade!—Perrie tosió trato de alejar el humo con la mano.
—¡Esto es tu culpa!—la morena grito mientras tiraba el pollo al fregadero.
—¿Por qué mi culpa?—Perrie grito también, haciendo que la chica se girara y la mirara con furia.
—¡Si no fueses tan hermosa y tuvieras ese cuerpo de infarto, nunca me habría distraído!—Jade se sonrojó al darse cuenta de sus palabras.