Mayo 2015

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De mi llegada a la universidad solo puedo decir que mi único objetivo era la

urgencia de graduarme, que hacía calor ese día y que algunos rostros quedaron en mi

memoria, entre ellos el suyo.

Sentí en lo profundo de mí ser la imperiosa necesidad de acercarme mientras él me

miraba con sus ojos marrón chocolate y su sonrisa de lado, jugando con los anillos de su

anotador sentado frente a mí.

Miré la hora en mi reloj: "Mierda, ya es tarde". Me maldije por quedarme parada allí

como idiota obnubilada en sus ojos.

En el aula 26, como un presagio del destino volví a encontrarme con él.

La clase duraría cuatro horas de tedio y aburrimiento y al parecer a él tampoco le

atraía mucho la idea de estar escuchando a un profesor hablar sobre el comunismo.

Sentado a mi lado dejó sobre el banco uno de sus audífonos, como si me conociera más

que yo misma. Me lo coloqué en el oído izquierdo y cerré los ojos, sentí el mundo

detenerse, escuchando aquella canción sentí su perfume y su respiración.

Al terminar la clase, me fui a mi departamento, me sentía bien, feliz y algo

confundida.

Tendría que volver a la normalidad, aquella normalidad que implica recuerdos,

desamor y el estar constantemente a la defensiva, no quería terminar herida una vez más;

ni siquiera por él...

El estrés de la universidad no me ayudaba con mi mal genio y aquel no era

precisamente el mejor de los días para que me dijeran algo bonito o simplemente me

saludaran.


Salí al supermercado al ver que no tenía absolutamente nada en la alacena y en la

góndola de pastas me distraje un momento y deje el carrito para ir por otros artículos. Al

regresar no lo encontré, lo que empeoró mi frustración.

Camine unos pasillos más hasta que lo reconocí, Facundo, el chico de la clase de

Comunismo, se lo había llevado por error y trataba de darme explicaciones.

Me puse furiosa innecesariamente lo admito y lo mande al diablo.

El viernes necesitaba salir; no quería saber nada más con los parciales y los

marcadores. Tomé mis llaves y salí de casa; caminé dos cuadras y entre al primer bar que

vi, pedí una cerveza mientas veía como pasaba, entraba y salía gente pero no reparé en

él.

-Una invitación. -Dijo el mozo señalándolo y dejando una cerveza frente a mí.

Era él, el mismo que días atrás había cruzado y mandado al diablo en el

supermercado. Me levanté y caminé hacia él, con algo más de amabilidad que en nuestro

primer encuentro fuera del ámbito universitario... Me detuve frente a su mesa:

-¿Puedo? -Le pregunté mientras él contestaba un mensaje.

-Si claro, siéntate.

-Quería pedirte disculpas, creo que fui un poco brusca el otro día en el

supermercado.

-No te preocupes, sé que no era un buen momento. -Dijo sonriendo mientras

tomaba un poco de cerveza.

Estuvimos un rato largo hablando de diferentes cosas.

Se hizo tarde, ya me había desconcentrado lo suficiente como para no recordar

que al día siguiente tendría que rendir el parcial y por lo visto a él tampoco le interesaba

mucho; llamaba poderosamente mi atención el hecho de notarlo tan distendido frente a la

inminencia de los exámenes...

 Pasó una semana de la noche que vi a Facundo en el bar; los parciales fueron un

desastre, pasé un solo examen y con la calificación mínima. A pesar de ser ingresante la

carrera cada vez se volvía más difícil.

-Debemos buscar a alguien que nos ayude con filosofía, es difícil y no la podemos

recursar. -Me dijo Trinidad mientras íbamos a nuestra siguiente clase.

-Creo que se quien nos puede ayudar... entra a clases que te veo en un rato.

-Pe... pero Bárbara. ¿A dónde vas?- Preguntó mientras me alejaba.

-Debo encontrar a Facundo, el seguramente nos puede ayudar.

Lo busque por todas las demás aulas de la facultad pero no lo encontré, en

cafetería tampoco. "¿Dónde diablos estará metido?, Dios santo. Yo y mis ideas"...

Nunca nadie me había advertido el riesgo que implicaba correr con tacones aguja

por piso de porcelanato. Cuando quise bajar a las escaleras que daban al ingreso de la

universidad me doblé el tobillo.

Facundo estaba justo frente a mí y se acercó

-¿Estás bien? -Pregunto un tanto preocupado quitándome el zapato para ver que

tan grave era.

-Sí, duele un poco.

Me acompañó a mi departamento, casualmente ubicado en el mismo edificio que el

suyo. Llamó a un médico y se quedó aquella tarde para cuidar que no empeorara

asegurándose que no me esforzara.

Saró SinceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora